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Música desbordantemente libre 18/7/2005

18 de Julio de 2005 | 18:46 |
Íñigo Díaz

En la casa de Periodista José Carrasco Nº 10 siguen ocurriendo cosas. Antes ocurrían cosas siniestras. Hoy ocurren cosas sorprendentes. La antigua edificación donde se formaban futuros periodistas en la Universidad de Chile está hoy medio abandonada, medio "okupada" y totalmente derruida. Nadie la gobierna con claridad desde el interior mientras en el exterior un lienzo anuncia que 15 trabajadores se mantienen en huelga de hambre. En el tercer piso se habilitó un espacio que funciona como escenario a medias: ninguna silla, ninguna iluminación, ninguna persona encargada de cortar los tickets. Entra cualquiera.

Pero cualquiera no es cualquiera. Sólo los dateados a través de circuitos de difusión subterráneos se enteraron de que esa noche, con una hora clavada de retraso, haría su set de improvisación el último de los ensambles organizados por los hermanos Diego y Hugo Manuschevich. Dos jóvenes músicos vinculados al avant-garde jazzístico que en 2003 aparecieron por Santiago (vivían en las afueras de la ciudad de Nueva York) para recordarnos algunas cosas con respecto a la libertad musical. Diego Manuschevich es el solista y compositor, intérprete de saxofones alto y sopranino, flauta traversa y clarinete bajo. Sus instrumentos están fabricados para volar. Diego Manuschevich es el baterista, el cable a tierra. Por algo toca la batería, un instrumento al servicio de la banda. Esa misma semana habían actuado como cuarteto en el club Thelonious junto al clarinetista Alfredo Abarzúa y al contrabajista Ricardo Díaz, haciendo un set de adelantadas composiciones en la línea estética de Chicago y la AACM. Pero lo que ofrecieron como espectáculo sónico estuvo fuera de toda expectativa.

El saxofonista free jazz Archie Shepp hablaba sobre cómo en el final de su carrera John Coltrane había obligado a los saxofonistas del jazz de vanguardia a cambiar ciertos hábitos. Para 1965 los solos de Trane superaban los formalismos. No respetaban la serie de compases de una pieza de jazz porque simplemente estos compases y estos formalismos no existían. Sus solos sobrepasaban los 30 minutos, por lo tanto para seguirlo en sus "insolencias" Shepp y todos los demás tenían que prepararse física y psicológicamente. Diego Manuschevich bien conoce a estos tipos, pues los ha escuchado siempre. Él no cruza palabra con nadie. Ni siquiera con sus propios sidemen. Sólo está concentrado en elevarse, en leer unas pocas líneas en el pentagrama y luego seguir subiendo. Diego Manuschevich puede tocar solos de improvisación por 20 o más minutos sin detenerse. Así lo hizo en la cátedra de música liberada dictada por el trío "pianoless" en que alineaba junto al contrabajista Carlos Arenas y al baterista Hugo Manuschevich.

Sesenta minutos sin toses de interrupción, sin más palabras que las de algunos chicos que bebían vino barato al fondo de la "sala de conciertos". Manuschevich, Arenas y Manuschevich (más el violinista incorporado al ensamble sobre el minuto 41 de la improvisación libre) lo volvieron a hacer. Su música está ahí para decirnos que algo pasa en ciertos lugares escondidos de la ciudad. Mientras durante la misma noche, la Orquesta Sinfónica de Chile llenaba el Teatro Baquedano con la interpretación de la Sinfonía Turangalîla (Messiaen), y el grupo Saiko demostraba las dotes de su nuevo formato de trío pop, en una casa venida a menos (por ahora, pues llegará a ser un epicentro institucional de artes de vanguardia), una terna de jóvenes músicos se manifestaban a viva voz: la libertad musical es un derecho humano, es desbordante, desgarradora e imposible de detener.
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