Juan Antonio Muñoz H.
El quinteto de protagonistas fue de menos a más, pero se confirma que esta ópera no da tregua y que necesita de portentos vocales con especificidad verdiana al menos para los tres papeles principales. El argentino Fernando Chalabe es un tenor lírico con buen volumen, pero dista de los tintes dramáticos baritonales que exige Otello. Durante el primero y el segundo acto estuvo justo al límite, perdiéndose su material en la masa sonora. Mejoró en el tercer acto, donde pudo lucir la capacidad de matices de su centro, y consiguió un buen final, entregado al personaje. Nadie duda de que Patricio Méndez es un gran actor y ya casi parece un lugar común repetirlo. Pero es notable cómo maneja la escena y cómo sabe mover su cuerpo, atento tanto al gesto más mínimo como al impacto. La voz lució opaca y poco ágil, especialmente en su canto al vino, y ha adquirido una vibración molesta. Sin embargo, como si fuera magia, para el temible "Credo" resurgió con la potencia de siempre. Desdémona requiere una soprano lírica casi spinto: Verdi y sus exigencias en el registro medio. El canto de Cecilia Frigerio fue cuidadoso, pero desvaído, a veces sin color alguno. Enfocó su papel desde una perspectiva convencional, siendo que Desdémona no lo es en absoluto; esto limitó la capacidad expresiva de un personaje interesante de develar. El fondo camerístico de la "Canzon del salice" sirvió mejor a sus objetivos y posibilidades. Correcto el Cassio del tenor Gonzalo Tomckowiack, a pesar de que su participación en el juego escénico fue distante; mientras que María Isabel Vera se mostró como Emilia recién en el cuarto acto, dando cuenta de una voz de considerables dimensiones y de garra dramática. Muy bien el Ludovico de Sergio Gómez, y adecuados José Castro (Rodrigo), Sergio Gallardo (Montano) y Augusto de la Maza (Heraldo).