Un deleite para el público.
El Mercurio.SANTIAGO.- Las nubes amenazantes, el viento igual. El rumor del río. Un entorno como para el final de “Rigoletto’’. Pero nada consigue asustar al público, que repleta el lugar.
Con ímpetu, el violinista y ahora director Denis Kolovov arremete sobre la brillante obertura de “Russlan y Ludmila’’ (Glinka) y la desconcertante y atractiva partitura prepara el ambiente para el cariñoso recibimiento con que el público espera a la soprano Cristina Gallardo-Domâs.
Podríamos repasar cada una de sus intervenciones, desde esa delicada y feliz “Ah, je ris de me voir si belle’’ (“Fausto’’, Gounod), pero lo que mejor sirve para describir sus resultados es la escena final de “Suor Angelica’’ (Puccini), con el aria “Senza mamma’’ incluida. El personaje de Puccini le pide a la Virgen que le dé una prueba de que su alma será salvada. Non mi fare morire in dannazione!... Dammi un segno di grazia... Madonna! Salvami! (¡No me hagas morir condenada! ¡Dame una señal de gracia!... ¡Madonna! ¡Sálvame!) dice Cristina Gallardo-Domâs y su voz resulta al tiempo un grito de furor y de piedad. Una imperativa exigencia y un riesgo vocal e interpretativo de 18 minutos.
Impresionante en verdad
En ese mismo nivel se encuentra su manera de enfocar “Ebben ne andro lontana’’, aria de “La Wally’’ (Catalani). Fue notable cómo la artista hizo el tránsito desde la resignada ensoñación inicial (Ebben? Ne andro lontana, come va l'ecco della pia campana), pasando por la nostalgia de O, della madre mia casa gioconda hasta la determinación trágica del final.
Este fue un momento repleto de sutilezas musicales y de una carga dramática que se apoderó de cada espectador.
En esa misma línea se ubicó “L'altra notte in fondo al mare’’ (“Mefistófeles’’), explícita del trastorno mental y espiritual de la Margarita de Boito. Magistrales la gestualidad y la intención vocal con que vinculó las imágenes sobre el vuelo del pájaro en el bosque con su deseo de muerte: la evasión de la vida puesta en voz.
La inexperta Nueva Sinfónica del Instituto Cultural de Providencia pecó de faltas de dinámica (“La traviata’’, “Mefistófeles’’) y de afinación (“Iris’’), pero tiene un puntal en el excelente concertino que es Hernán Muñoz.
Los mejores fuegos del conjunto estuvieron en “Suor Angelica’’ y en la entrañable “Meditation’’, de “Thais’’ (Massenet), con Kolovov al violín. Correcto el Coro de Bellas Artes, dirigido por Víctor Alarcón.
Nota especial para el tenor Gonzalo Tomckowiack, dueño de un timbre hermoso y de gran facilidad vocal. Notable su compromiso en los dúos de “Manon’’ (Massenet), con la soprano en un momento de gloria al describir la seducción, y en el difícil encuentro de los enamorados de “Simón Boccanegra’’ (Verdi). Tomckowiack enfocó su “E lucevan le stelle’’ con lirismo y su actuación fue ovacionada.
Gran Violetta durante años, Gallardo-Domâs enfrentó aquí otra vez la lectura de la carta —“Teneste la promessa’’ (“La traviata’’, Verdi)— como si vistiera una mortaja. Estremeció con sus pianissimos llevados al extremo hasta el punto del quiebre por la falta de aire de la agonía.
Tampoco se puede olvidar su “Vissi d’arte’’ (“Tosca’’, Puccini), un adelanto de lo que será la Floria Tosca de la artista chilena: una mujer que cuestiona a Dios en la hora más difícil y que se pregunta de qué le ha servido su arte (el canto) y su amor.
Vestida por Carolina Herrera y por Valentino, peinada por Nelson Saavedra y exhibiendo joyas de su colección personal, amasadas por Bulgari algunas de ellas, Cristina Gallardo-Domâs selló su noche de regreso a Chile con un inolvidable “O mio babbino caro’’ (“Gianni Schicchi’’, Puccini) y con el infaltable brindis de “Traviata’’ con champagne hasta para el público.