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Bruch y Brahms, dispares

30 de Abril de 2007 | 00:00 |
Gilberto Ponce

Jan Latham-Koenig dirigió el cuarto concierto de la Temporada 2007 de la Orquesta Filarmónica de Santiago enfrentado dos obras del romanticismo alemán. Pero presenciamos resultados que consideramos dispares.

Un logro total en la interpretación del “Concierto en sol menor, para violín y orquesta” de Max Bruch, y una versión dispareja de la “Sinfonía N° 1 en do menor Op. 68” de Johannes Brahms. De la misma forma el rendimiento ascendente de la orquesta se vio interrumpido por momentos de sonidos poco limpios.

En el concierto para violín de Bruch debutó en nuestro país el joven solista de ascendencia ruso-armenia, Mikchail Simonyan, el que a pesar de su edad ya posee una exitosa carrera internacional. Desde la melancólica introducción fue evidente la total sintonía entre solista y director, quien condujo a sus músicos por los vericuetos melódicos y expresivos, en un diálogo de extraordinaria musicalidad con Simonyan.

A sus naturales condiciones, el solista agrega un bello y gran sonido acompañado de una excelente afinación, con notable manejo de los arcos y articulaciones que usa con gran sensibilidad. Al mismo tiempo, Latham-Koenig manejó los balances y contrastes en forma perfecta, obteniendo, como en el concierto anterior, un bellísimo sonido de la orquesta.

La versión se caracterizó por su fuerza y espíritu romántico, en una fusión de intenciones y respiraciones que lograron emocionar en muchos momentos al entusiasta público, que obligó al solista a ofrecer un encore de carácter eslavo de notables dificultades técnicas. Pero, en el caso de Simonyan, fueron resueltas en forma brillante.

Favorita de todos lo públicos es la “Sinfonía N° 1” de Johannes Brahms, obra de gran fuerza, al tiempo que introspectiva, pero por sobre todo espejo del espíritu del romanticismo.

En este punto nos parece que la versión de Latham-Koenig apunta más una visión clásica que romántica que le restó expresividad, manteniendo a lo largo de casi todos sus movimientos, tempi parejos, evitando los rubatos tan propios del estilo. El resultado fue una una versión muy “medida” y un tanto fría.

Los mejores logros los encontramos en el segundo movimiento, “Andante sostenuto”, de hermosos fraseos en las maderas, donde destacaron el sonido del clarinete, el oboe y flauta, como un preciso sonido en los bronces. Una mención especial para la musicalidad del solo de violín.

Un detalle que sorprenden en algunos momentos de la obra fueron los quiebres de sonido en algunos instrumentos de bronce y lo poco homogéneo de algunas de sus frases. Esto nos ubica en el momento que vive la orquesta, donde sin duda, aún resta tiempo para que alcance sonido grande y seguro.

Lo importante de estas cuatro jornadas es que su director ha ido paulatinamente consiguiendo afiatar a sus integrantes. Ha logrado que se escuchen y homogenicen el sonido en busca de la recuperación del espíritu de cuerpo. De esa gran orquesta que ha sido siempre la Filarmónica.
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