Más allá de lo obvio (ambos son ingleses), no son pocos los rasgos en común que el trabajo de Peter Gabriel tiene con el de David Bowie. Ambos han hecho carreras musicales a partir de la fusión integral de distintas disciplinas artísticas, especialmente las que tienen que ver con las artes visuales.
Pero mientras Bowie se ha mantenido fiel a las estructuras del pop - por mucho que el envoltorio habitual de sus trabajos parezca trascender largamente ese género- , el que una vez fuera vocalista de Genesis ha deambulado de un lado a otro en la frontera que separa el formato canción de la música esencialmente abstracta y conceptual.
En "Ovo", Gabriel ha concretado la síntesis más ambiciosa y completa de la experimentación e investigación sonora que con notables resultados mostró antes en discos de música incidental como "Passion", la notable banda de sonido del filme "La última tentación de Cristo".
Sin embargo, aquí la puntillosa obsesión de Gabriel por la articulación de texturas y timbres, a través de la cruza desprejuiciada de música electrónica con folk acústico, o rock industrial con folclore celta, alcanza momentos simplemente estremecedores.
Siguiendo como pauta la musicalización de la alegórica leyenda que da vida al espectáculo "El show del milenio", Gabriel y su selectísima corte de invitados ha creado su mejor y más complejo álbum de concepto, a veces áspero y tecnológico ("The man who loves the earth/the hand that sold the shadows"); y otras orgánico, acústico y evocativo ("Father, son").
Julio Osses M.