El primer título que el cantante Thom Yorke concibió para este disco fue "ENC", iniciales de la frase inglesa que identifica al cuento aquel de "Las nuevas ropas del Emperador". Su intención era obvia: reírse del riesgoso prestigio tan rápidamente ganado por su banda. De acuerdo a ese mismo escepticismo, en "Kid A" no se encontrarán grandes discursos mesiánicos, pero sí una autoexigencia tan heroica que la única reacción que cabe ante el resultado es de entregada admiración.
Más que complejo, este es un disco intenso, en el que las guitarras eléctricas se combinan con recursos de la más avanzada electrónica y el mejor hip-hop, muy según la línea que Yorke había ensayado previamente en el proyecto "U.N.K.L.E.". Pese a las cautelas, el disco se acerca más al rock que a cualquier otro género, aunque sin los códigos tradicionales de estructura y melodía ("Idioteque" es casi bailable) y con un generoso descanso en loops de teclados y baterías programadas. La tan expresiva voz de Yorke es la mayoría de las veces un sonido entrecortado e intervenido, que descansa en versos sueltos ("¿Qué intentabas decir?", "Esto no está sucediendo", "Te veré en la próxima vida"). Como si nunca hubiese escrito algo tan directo como "Creep".
No hay aquí pretensiones progresivas ni experimentales. Pese a la densa conjunción de sonidos, Radiohead logra traspasar un sentimiento conmovedor de cercanía y humanidad. "Optimistic" (el tema elegido en Sudamérica como primer single) y "How to dissapear completely" son lo más parecido al Radiohead de "OK Computer", pero en general estamos ante un disco desafiante y novedoso, que se toma todo el tiempo que tiene que tomarse para distenderse hacia un final de arpas y coros de ángeles ("Motion picture soundtrack") que dejan al oído en paz y al espíritu elevado.
Así de profundo es el efecto de un álbum que no es sólo el mejor del grupo, sino que además desenmascara con rigor y hermosura los cobardes conservadurimos de la industria musical actual.
Marisol García