El único concierto de Tchaikowsky para el instrumento ha sido siempre favorito de los intérpretes, lo que se aprecia en el enorme número de grabaciones a cargo de todo tipo de violinistas. Escrito en un período crítico del compositor, nos parece una obra con buenos momentos, desigual y efectista, en la que se destaca el movimiento central, una Canzonetta de indudable encanto, un momento de tranquilidad con algún trasfondo patético, en medio de dos Allegros movidos y exuberantes. El primero está lleno de esos clásicos estallidos emocionales y de una machacona y no muy distinguida melodía, mientras el final, que contiene rasgos de exuberancia campesina, podría pasar por frívolo si no se lo toma seriamente.
Muy diferente en estilo y ambiente es el primero de los conciertos de Shostakovich. Fue escrito en 1947, pero la siempre odiosa intervención de los jerarcas comunistas impidió su estreno hasta 1955 en la URSS. Un año después se ofreció por primera vez en occidente, con el famoso David Oistrakh y la dirección de Dimitri Mitropoulos junto a la Filarmónica de Nueva York, prontamente grabado. El concierto está lleno de espíritu y exige tremendos recursos técnicos y expresivos. El primer movimiento es un Nocturno, una cantinela que se expande sin término, plagada de sentimiento. En contraste, el segundo es un Scherzo, casi furiosamente enérgico, con la notable intervención de los vientos, claramente diferenciados del instrumento solista. El tercero es una fascinante Passacaglia, con un juego entre los vientos en tonalidades graves y un violín que parece elevarse a las alturas. Finaliza con un Burlesque, de un comienzo extrovertido que remata en un superenergético y ruidoso final.
Prometedor es el debut discográfico de Ilya Gringolts, quien da de la obra de Tchaikovski una versión vital, con una Canzonetta muy expresiva, si bien el movimiento final nos pareció tocado con excesiva rapidez, con notas no demasiado limpias al comienzo. En el de Shostakovich (claro que competir con Oistrakh es otra cosa) se pudo apreciar su gran técnica y su capacidad para alternar un sonido mórbido con otro fino y transparente. El extraordinario violinista Itzhak Perlman, al igual que muchos solistas, se tentó y dirigió las obras con propiedad, aunque puede ser corresponsable del exceso de velocidad anotado. La orquesta mostró su profesionalismo. Grabado en 2001. Un disco compacto Deutsche Grammophon. DDD.
VÍCTOR MANUEL MUÑOZ