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Soda Stereo volvió con un show apoteósico y nostálgico

El trío argentino presentó en el Estadio Nacional un espectáculo digno de una banda mundial, con un sonido afiatado, pero muy poca complicidad. El público igual quedó contento.

25 de Octubre de 2007 | 00:01 | Sebastián Cerda, El Mercurio Online

Crítica: "Esto parece un museo de cera"

SANTIAGO.- Se cumplió el rito. A diez años de su despedida Soda Stereo volvió al Estadio Nacional, donde cerca de 60 mil personas (que prácticamente repletaron el recinto ñuñoíno) participaron de la primera parada santiaguina de su gira "Me verás volver".


El trío de Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti, abrió la noche puntualmente a las 21 horas, recurriendo a lo más antiguo de su catálogo. De este modo sonaron "Juego de seducción", "Tele-k" e "Imágenes retro", que de inmediato dieron atisbo de que ésta sería una noche básicamente nostálgica.


Tanto como para despojarse de los conocidos prejuicios que los recubrieron en sus últimos años, y que les impedían tocar temas como "Pic Nic en el 4B", que permitió uno de los primeros instantes de lucimiento de la escenografía diseñada por Martin Phillips.


Un escenario verdaderamente mundial —con tres pantallas y tres juegos de luces redondos como elementos centrales—, acorde con una las giras más lucrativas en la historia del rock latinoamericano. Un entorno que deja atrás las precarias proyecciones sobre un telón blanco de la despedida, en 1997, cuando todavía eran un grupo importante en la música continental. "Me verás volver", en cambio, los gradúa como banda legendaria.


Ya en la mitad del show, "Final caja negra", "Trátame suavemente", "Signos", "Sobredosis de TV", "Danza rota" y "Persiana americana", dieron el segundo bloque decididamente ochentero, inaugurado por un "Cuando pase el temblor" coronado con el esperado pulso reggaetonero.


Una nostalgia que llegaría hasta el final con la muy coreada "Prófugos" y el cierre con "Nada personal". Un elemento que, sin embargo, pareció estar presente en la convocatoria, el repertorio y en la motivación del público, pero no en el espíritu del show.


Los músicos sonaban afiatados, pero sin complicidad; la escenografía era imponente, pero siempre estableció una división entre tres sujetos; el espectáculo fue prolijo, pero algo frío desde el escenario. Cada músico mantuvo siempre sus lejanos metros cuadrados, sin invadir los del otro, salvo muy contadas excepciones.


De todos modos, nada de eso debió importar mucho al público, que presenció un espectáculo de alto nivel, y que tras dos horas y media se llevó un paquete de 28 canciones, que tal vez pensaron nunca volver a escuchar en vivo. Al final de cuentas "los vimos volver". Y parece que eso es lo que vale.

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