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Nuevas plumas en la Escuela Moderna

Cinco compositores jóvenes estrenaron obras contemporáneas con disímiles lenguajes. Es hora de prestar atención a la sensibilidad creativa que se viene para la composición chilena.

29 de Noviembre de 2007 | 14:58 |
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El Ensamble Clásico de la Escuela Moderna.

El Mercurio

En el último concierto del “Ciclo de Primavera” que organiza la Escuela Moderna de Música se presentó el Ensamble Clásico, perteneciente a esa casa de estudios superiores. Se trata de un quinteto formado por Marcela Bianchi (flauta), Lady Enríquez (cello), Eugenio González (guitarra), Iván Púñez, que se alterna con Jorge Rodríguez (clarinetes) y Francisco Villarroel (violín), todos ellos muy jóvenes.

Pero lo más interesante del programa fue el estreno de cinco obras escritas por alumnos de la carrera de Composición de la Escuela Moderna, cuyas edades apenas sobrepasan los veintidós años. Por supuesto, se trata de compositores en formación que aún buscan un lenguaje que los identifique, aunque en lo musical y técnico demuestran bastante solvencia.

Un aspecto interesante de esta presentación fue lo ecléctico de la obras, en una clara demostración de que los profesores les permiten indagar en diversos lenguajes, aunque estos se alejen de los patrones que se suponen propios del siglo XXI. El otro aspecto, el pie forzado, ellos debían escribir para la combinación instrumental propia del Ensamble Clásico.

Las nuevas obras

Primero se escuchó la obra “33” de Ricardo Luna, que juega con contrastes, en diálogos que podríamos calificar de “timbrísticos y que se contraponen a una sucesión de verdaderos juegos rítmicos. José Miguel Arellano se inició en la música a través de la guitarra, por lo que no es extraño que su obra se vea impregnada de un lenguaje propio de ese instrumento. Esto quedó en evidencia en “Cantos del mar”. Arellano se muestra como un compositor muy intuitivo en cuanto a la combinación instrumental, logrando verdaderas “descripciones”, casi como las propias de una obra programática.

Las tres partes en que se divide su obra nos hacen pensar que este material sonoro podría servir como base para un “Concierto para Guitarra y Orquesta”, en donde la influencia de lo popular que maneja bien su autor no está ausente. El público reaccionó con gran entusiasmo ante este estreno.

De Matías Opazo es “Reflexión sobre las 3:45”, obra de una armonía muy abigarrada y bastante disonante, que hace uso de ostinatos de carácter rítmico o melódico y de “pedales armónicos”. No obstante la repetición de estos recursos extiende demasiado la obra, la que en ciertos momentos pierde interés.

Se le puede catalogar como un “neorromántico” a Juan Pablo Rojas, quien en su “Conquistango de un reinado o de su reina”, construye un verdadero homenaje a Astor Piazzolla. La obra captura rápidamente el interés del oyente, a través del inteligente uso de timbres y colores mezclados con momentos de gran expresividad. Este compositor demuestra poseer una gran intuición en la mezcla instrumental, lo que hace muy atrayente su obra. Y ni siquiera la gruesa desafinación del violinista en cierto pasaje la hizo decaer.

El compositor de mayor experiencia es Sebastián Vergara, que cuenta ya con varios estrenos en su corta carrera. Su obra “La otra Catatonia (chamber song)”, mezcla lo acústico con lo electroacústico, en un lenguaje que va desde lo tonal a lo aleatorio, con momentos minimalistas, al tiempo que usa ostinatos rítmicos y melódicos, recursos no demasiado novedosos en el siglo XXI.

El propio Sebastián Vergara la dirigió con gesto claro, logrando un alto rendimientos de los músicos. Las otras obras fueron conducidas por Javier Farías (las dos primeras) y Jorge Pérez (las dos siguientes). Aun no siendo director, ambos fueron lo suficientemente claros como para lograr éxito en su cometido. En síntesis, un valioso acercamiento a un grupo de jóvenes compositores, quienes en los primeros pasos de su carrera musical, muestran una potencialidad musical muy grande.

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