Cadenasso en Matorral y O'Brien en Los Vidrios Quebrados. Punto de encuentro de la música mod psicodélica sin tiempo.
Rolando MillánJuan Mateo O’Brien -de impecable polera dentro de pantalón- mira la portada de Fictions (1967) proyectada a un lado del escenario de la SCD. Allí están el fallecido Juan Garcés (batería), Cristián Larraín (bajo y voz), Hector Sepúlveda (guitarra y voz) y él mismo, cuando bajo el nombre de Los Vidrios Quebrados decidieron componer el primer gran disco de rock en un Chile "incluso más pacato que ahora" como explicaría más adelante. Fue acompañado por la banda Matorral, con Esteban Espinosa (batería), Felipe Cadenasso (guitarra y voz) y Gonzalo Planet (bajo y voz). Y el plan era tocar el disco completo, fiel a las versiones originales.
La excusa para hacerlo era presentar la versión corregida y aumentada de "Se oyen los pasos" (2003), la estupenda crónica de Gonzalo Planet sobre los primeros años del rock nacional. "Lo elegimos por unanimidad", explicó Planet. O’Brien parecía intimidado por el reconocimiento y no habló demasiado del álbum que cumple 40 años (aunque las canciones se explican solas). Pero cuando la banda atacaba con la marchosa "Oscar Wilde", "Fictions" o "Como Jesucristo usó el suyo" se le veía como pez en el agua con los ojos cerrados y concentradísimo. Como si fuera 1967.
¿Cuántas veces habrá sonado este disco en vivo? Si bien Los Vidrios Quebrados pertenecían a la “escena go-go” junto a Los Mac’s, Los Jockers y Los Beat 4, el disco estaba completamente cantado en inglés y sin ningún cover como se estilaba entonces. Por eso fue sorprendente comprobar lo inoxidable de estas canciones, fuertemente influenciadas por los Rolling Stones, el blues blanco británico, guiños barrocos (como "Concierto en La Menor, Opus 3", cuyo título según O’Brien era sólo una pretención de adolescentes) y un saludable airecillo a pop pre-psicodélico. Matorral -acompañado en algunas canciones por Cristóbal Garcés (guitarra, sobrino del fallecido batero) y el joven poeta Ángelo Guíñez (harmónica)- sonó más sixtie que nunca.
Tocar en vivo un disco histórico como éste es un ajuste de cuentas con una historia que insiste en olvidar que acá se practicó el mismo rock que Londres, California o Buenos Aires. Y el bueno de O'Brien haciéndose el duro ante un público veinteañero que sabe que fue mod antes que todos.