Milagro de blues

Cuando Guitar Shorty enchufa su guitarra y ataca la primera ráfaga de notas, recordamos, de inmediato, todas las razones que nos hacen amar el blues. Es el Primer Festival Internacional de Blues de Chile y el Backstage de Bellavista está en flamas.

Jugando con los límites de la escala pentatónica, el guitarrista demostró que la economía de recursos es la mejor aliada de la pasión. Porque esto es blues eléctrico de Chicago. El mismo que después, en los '60 llegaría a Inglaterra. Allí, gracias a bandas como The Animals, Cream o Yardbirds constituiría el antecedente del heavy metal. Con todo el arte, excesos y bravuconadas técnicas en que caería la ejecución de la guitarra.

Para Shorty, en cambio, el tiempo parece haberse detenido. Agudas notas suspendidas en el aire con elegancia, extraordinario uso de los silencios, apasionados fraseos, constituirían desde la primera canción, su marca de fábrica. No por nada, este músico se curtió a los 17 tocando con la banda de Ray Charles, luego grabó con Willie Dixon y más tarde fue maestro de Jimi Hendrix.

El público se llevó la sorpresa de su vida, cuando el bluesero bajó del escenario (gracias a la guitarra sin cables) y empezó a compartir su técnica a todo el mundo. Nada de pirotecnia, dedos a la velocidad de la luz o acrobacias. El secreto era “hacer hablar la guitarra”. Algunos apenas la hacen balbucear.

Por eso, no estuvo nada de mal recordar de donde viene gran parte de la música pop. Y aunque B.B. King diga que venerar a los músicos negros es puro racismo (“¿Qué importa que el músico sea negro, blanco o verde?”), algo hay en ellos que los hace embalarse tanto. Memorable la interpretación de “Hey Joe” y los divertimentos que hizo durante todo el recital: tocar con los dientes, imitar el cacareo de las gallinas o simular un bombardeo usando el trémolo. ¿Será él quien le enseñó lo mismo a Hendrix?