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Flash

14 de Enero de 2008 | 16:15 |
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La música popular tiene distintas clases de exponentes: tipos con una gran voz, cantantes regulares con buenas canciones, estrellas con mejor look, algunos más irreverentes, otros más politizados, etcétera. Entre ellos están también los "personajes", artistas que destacan tanto por cualidades musicales como por las extramusicales, pero que a la hora de ganar fans resultan tanto o más importantes que las primeras.

En esa categoría vendría a ubicarse Luis Herrero, el hombre que da vida a la drag queen La Prohibida, uno de los rostros del destape 2.0 de España. Un tipo que no tiene ni una gran voz ni canciones inolvidables, pero sí un significativo detalle: Anda por la vida y por los escenarios vestido de mujer con singular pulcritud, y tratando de que ésa sea una característica tan relevante como si ese día usó o no perfume. El resultado fue casi inevitable: La Prohibida se ubicó pronto como una figura que encarnó un perfil de liberalidad y desprejuicio y, por cierto, como un ícono homosexual. Parte de esa carga trató de llevar la artista a su disco debut recién editado en Chile, Flash, amparado principalmente en los códigos del electropop —verdadero estilo oficial de la comunidad gay— y de un bolero electrónico tipo night club porteño: con hálito alcohólico, lentejuelas y humo. Un álbum con anclaje estilítico en sus compatriotas de Fangoria, y con reserva moral en Almodóvar & McNamara. Tan musical como performístico, tan natural como teatral.

Una estrategia de doble filo, que conduce a la placa hacia una irregularidad que termina de firmarse con una selección de 18 canciones, lista que rara vez excluye más de una pieza omitible. Todo en un marco que combina el canto de Herrero —un tipo no muy afinado, aunque con la aterciopelada y graciosa voz de un hombre que lleva años ejercitando el timbre femenino— con sintetizadores de inclinación vintage, pero que por momentos se acercan más a la precariedad y al amateurismo que al rescate contemporáneo de antiguos sonidos. Sin embargo, es ese mismo conjunto el que termina por definir a La Prohibida y por granjearle simpatías: una artista de clubes más que de teatros, de goce presente más que de preocupaciones futuras, de actitud más que de pulcritud, y de recordarnos que la música puede ser, más que líneas melódicas, una matriz democrática en la que cada quien puede encontrar su espacio.

—Sebastián Cerda

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