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Que viva esta música chilena

Obras de Enrique Soro y Luis Advis por el lado chileno, y de Arturo Márquez y José Pablo Moncayo por el lado mexicano pintaron el concierto de extensión de la Sinfónica con una batuta conocida que siempre aparece en momentos precisos: el maestro Rifo.

22 de Enero de 2008 | 12:13 |
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Guillermo Rifo fue por décadas percusionista de la Orquesta Sinfónica, pero también ha sido un director invitado sistemáticamente. Su conocimiento de la música latinoamericana lo puso nuevamente en el estrado para conducir obras históricas.

El Mercurio

En una interesante apuesta, en el segundo de sus tres programas de extensión que se realizan en verano, la Orquesta Sinfónica de Chile ofreció un concierto que consultó sólo obras de compositores latinoamericanos. En la ocasión se invitó a Guillermo Rifo para dirigir a la agrupación universitaria.

Algo bastante inusitado ocurrió durante la presentación, pues alguien no trepidó en lanzar un grito: “¡viva esta música chilena!”,  luego de la estupenda versión del “Andante apassionato” de Enrique Soro. La exclamación que fue seguida de un gran aplauso por los asistentes. ¿Desde cuándo no se escuchaba una frase como ésa, al concluir una obra chilena?

Los compositores escogidos son simplemente nacionalistas a la manera de Dvorak, y no pretenden con estas obras indagar en los caminos de la música contemporánea. Son cuidadosos en la orquestación, tienen un lenguaje directo, sin exquisiteces teóricas. Tal vez en ello radique el éxito que tuvo la presentación, que agradó al público, y que al parecer también lo hizo con la orquesta.

La “Danza fantástica” del chileno Enrique Soro, que abrió el programa, nos mostró un hermoso sonido en la orquesta, con eficaz manejo de los contrastes y excelentes fraseos y articulaciones (staccato-legatto). De gran belleza además es el “Danzón N° 2” del mexicano Arturo Márquez, que se desarrolla a partir de una sensual melodía del clarinete y con las cuerdas en staccato como base. Rifo cuidó los balances en el bello sonido orquestal. Su logro habría sido completo si no consideramos algunos desajustes rítmicos entre las percusiones y el resto de la orquesta.

Los múltiples cambios de ritmo, tempi y carácter para los temas populares mexicanos que utiliza José Pablo Moncayo en su “Huapango”, requieren de una absoluta soltura de fraseo e intencionalidad. En esta obra encontramos luces y sombras, pues a los momentos de gran brillo le sucedieron otros un tanto deslavados, sumados a desajustes en las percusiones. No obstante el alcance propio de la obra supera estos inconvenientes, logrando enorme efecto en los auditores.

Ya mencionamos la hermosa interpretación del “Andante apassionato” de Enrique Soro, que inició la segunda parte, interpretada con un sentido romántico de la mejor escuela que conmovió fuertemente al público. Como última obra se escuchó la “Suite latinoamericana” de Luis Advis, que es una especie de síntesis de una gran variedad de ritmos latinoamericanos. En ella predomina una cierta ironía melancólica, incluso en aquellas partes más alegres, como tampoco son ajenas algunas lúgubres introducciones.

La orquestación es bastante uniforme, centrando su interés en los timbres y colores orquestales, Rifo se mostró como un gran conocedor de la obra, logrando momentos de gran expresión, aunque una vez más algunos desajustes restaron para el logro total. En todo caso el agradecido público, feliz con el programa, aplaudió sin cansarse, y consiguió así que la Sinfónica le obsequiara su encore, la “Conga” de la misma suite, ahora con toda la soltura requerida por el autor.

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