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Third

17 de Abril de 2008 | 11:56 |
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A primera escucha, el nuevo disco de Portishead difundirá impresiones equívocas. ¿Es que se han convertido en una banda de country?, pensará alguno cuando escuche el banyo y los coros de "Deep water". ¿O es que ahora quieren ser rockeros industriales?, podrá ser otra duda legítima frente a los pulsos entrecortados e incómodos de "Machine gun".

Hay muchos momentos descolocadores en Third, un disco que refuerza su sorpresa si se considera no sólo que no escuchábamos nada de estudio del dúo inglés desde hace once años sino que, sobre todo, la banda se había afianzado en un sonido de tal peculiaridad, que perfectamente podían extenderlo ad-eternum, sin que nadie chistara (hey, lo hicieron antes Cocteau Twins o Stereolab). Ese sello –para algunos "trip-hop"; para otros "hip-hop noire"; para los más sencillos, sólo "blues electrónico"– sigue siendo la textura que envuelve cada uno de los títulos de Third, pero dentro de ese envoltorio se sacuden ideas por completo inesperadas, y que resultan del todo bienvenidas. No es tanto que haya canciones disonantes, sino que la banda ha trabajado esta vez pasajes puntuales muy inquietantes, que obligan a una audición detenida. "Magic doors", por ejemplo, es un tema construido sobre una batería a-lo-"Tomorrow never knows", que de pronto se interrumpe por algo así como gruñidos cibernéticos. "Nylon smile" se inicia con aullidos de Beth Gibbons y avanza sobre una percusión concebida como en la sabana africana. Tampoco esperábamos el largo pasaje instrumental en "Small", el temá más largo del disco.

Third nos recuerda a la Björk de Homogenic y, sobre todo, al Radiohead de Amnesiac. Pero hay algo que sigue teniendo Portishead y que no podrá tener jamás otra banda y es la voz de una rubia distante, frágil, a la vez deseable y temible. Una mujer que no concibe el amor sino como herida ("no sé qué he hecho para merecerte / y no sé qué haré sin ti", canta en "Nylon smile"), y que parece quebrarse cuando interpela a un hombre al que quiere explicarle que lo necesita pero que a la vez no está segura de poder acompañarlo. Son cientos las novelas que podrían escribirse a partir de estos versos de posesión y angustia, pero lo que un literato trabajaría con recursos verbales, Portishead lo matiza con texturas sonoras. Son canciones que se vuelven aterrorizantes o sólo tristes según cómo se usa el bajo, o qué tipo de teclados se priorizan (la desolada "Threads", por ejemplo, termina con lo que parecen bocinas de barco). La ambición emotiva de Portishead se resuelve siempre de modo brillante, y alcanza alturas de verdad conmovedoras en títulos como "The rip" (muy Kraftwerk), "Hunter" o "We carry on". Así entendidos, bienvenida es la ambición, sincero el sentimentalismo y hasta cálida la angustia.

—Cristina Hynde

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