Un Mozart popular, joven y vibrante

Fue un éxito de principio a fin. Pero sobre todo, el triunfo de un proyecto universitario que persigue aunar esfuerzos de dos casas de estudios, atraer a un nuevo público a la ópera, foguear voces chilenas y penetrar grandes títulos con miradas escénicas contemporáneas. El público, que repletó el salón Fresno del Centro de Extensión de la UC para ver “El rapto en el serrallo” (Mozart, 1782), no paró de reír y aplaudir, en uno de los estrenos líricos más jóvenes y excitantes de que se tenga recuerdo.

Todo esto se debe a Miryam Singer, quien aparte de firmar la régie y el diseño escénico, es la creadora de la idea. Con los escasos recursos con que estas cosas cuentan, ideó una puesta en escena de cámara, jugada, libre, popular, sin atarse a ningún convencionalismo y apoyada en tres pantallas gigantes sobre las que transcurre una realización audiovisual (Erwin Scheel y Arnaldo Valdés) que comenta pormenores de la trama haciendo una mixtura entre los paisajes en que la obra se desarrolla, los personajes en sí mismos, sus corporizaciones modernas, sus afectos y los ensayos de la ópera misma. Todo con ingenio y mucho humor, sustituyendo los diálogos en alemán por su traducción al español.

David del Pino Klinge condujo a la Orquesta Clásica Usach por los endiablados caminos de esta partitura “con demasiadas notas”, como comentó el emperador José II de Habsburgo. Su discurso fue fluido, prudente en el juego burbujeante que Mozart propone y atento al correr vertiginoso y a la intimidad lírica. Excelente fue el resultado de la introducción de la gran escena de Konstanze con el cuarteto de violín, cello, clarinete y oboe sobre el ritornello orquestal. Un lujo la concertino Oriana Silva, y eficaz y afiatado el Coro de Estudiantes UC (dirección de Víctor Alarcón).

Dominaron las voces femeninas. En primer lugar, la sorprendente Konstanze de la soprano Pamela Flores (ex alumna de la mezzo Soledad Díaz en el Instituto de Música UC), de seguridad pasmosa en un rol de peligros inacabables, dueña de un timbre hermoso y de un material fuerte en centros y agudos. Hay ripios en ciertas agilidades y en el alemán, que hay que pulir, pero ella está llamada a ser una cantante de primera línea, aquí y fuera del país. Además, es una actriz sobria y efectiva.

Exquisita la Blonde de Patricia Cifuentes, carismática, veloz y con imperio total sobre su voz y su canto; está hecha para papeles de este tipo, que parecen no presentarle compromiso alguno. Iván Rodríguez (Belmonte) es un tenor al que le viene bien este repertorio, por docilidad, tipología vocal y color; debe trabajar la mantención de la línea y del timbre, y profundizar su expresividad.

Divertido el Pedrillo de Daniel Farías, seguro en lo vocal, pero al que hay que refinar en términos de emisión y estilo. Lo mismo sucede con el Osmín de David Gáez, comprometido con las travesuras teatrales, pero que aún no controla aspectos como la proyección constante y el recitativo mozartiano. El elenco incluyó al actor Álvaro Rudolphy como el melancólico Bajá Selim y su imponente presencia física ayudó a dar vida y tensión teatral a momentos como el temible “Marten aller arten” de Konstanze. Claro que entre el público muchos se preguntaban por qué la protagonista lo desechaba a él para quedarse con Belmonte…

Todo esto fue gratis, lo que parece demasiado. Debería al menos cobrarse una entrada simbólica para formar a la gente. Nadie va a la panadería a pedir que le regalen un kilo de pan; tampoco debe suceder con los espectáculos culturales, tras los cuales hay un  trabajo enorme que pocos dimensionan y una preparación profesional costosa.