Limp Bizkit saldó la noche del jueves su deuda con Chile, tras cancelar una fecha en 2010.
Ciro Peralta, EmolSANTIAGO.- Es un grupo inscrito a fuego en una época, un estilo y un público. Mal que mal, fue casi un lustro en que la mitad de una generación de adolescentes —la otra se dejó conquistar por Britney Spears— musicalizó sus días con estas canciones.
Ése es el capital que porta una banda como Limp Bizkit, cuyo auge se remonta a una década atrás, y es por ello que el rótulo de "deuda pendiente" esta vez no era un simple lugar común. Más aun cuando los seis mil asistentes que esta noche repletaron la mitad disponible de la Arena Movistar debieron quedarse esperándolos en 2010, cuando una lesión cervical del cantante Fred Durst les impidió concretar el debut ya agendado en Chile.
Hoy la deuda fue saldada, pero también quedó en claro cuan acotado y nostálgico —no hace falta tener 40 años para querer evocar otros tiempos y sonidos— es el impacto que hoy tiene el quinteto norteamericano.
Algo de eso esboza el propio vocalista: "Estuve esperando 15 años por este momento, en esta canción", dice Durst en el epílogo de "Take a look around", incluido en su tercer disco, Chocolate starfish and the hot dog flavored water.
De ese álbum, editado en 2000, provino buena parte de los éxitos interpretados por la banda en sus cerca de 100 minutos de concierto, entre ellos los recordados "My generation", "My way", "Hot dog" y el muy solicitado "Rollin", que llegó para el cierre.
Tanto esos temas como los rescatados de su último disco, Gold Cobra (entre ellos el de la apertura, "Why try"), siguen siendo fiel reflejo de las vertientes más poperas y masivas del rap metal, de las que Limp Bizkit llegó a transformarse en emblema.
Sin el carácter combativo que cultivaron algunos de sus pares y la mayoría de sus ascendentes, la rabia de Durst y los suyos es básica y visceral, y así lo deja en claro con la verdadera oda a la palabra "fuck" en que el concierto se transforma. La expresión no sólo está impresa línea por medio en gran parte de las letras, sino que además aparece en cada interacción del vocalista con el público. "¡Fuck you!", repite con insistencia, hasta que luego se confiesa con tanta honestidad como levedad: "Es muy divertido decir eso, no sé por qué".
Pero nadie acá vino a buscar reivindicaciones sociales ni nada que se le parezca. La mezcla de adolescentes y tipos que bordean los 30, llegó en busca de la evasión energética revestida de rebeldía que Limp Bizkit siempre ha representado —y por la que se ganaron la animadversión de muchos de sus contemporáneos—, y que esta noche nuevamente entregó.
El soporte para ello es la matriz industrial y eléctrica que el grupo ha impreso a lo largo de cinco álbumes, con la guitarra y la pedalera de Wes Borland como grandes protagonistas, gracias a una mezcla equilibrada de acrobacias, distorsiones, efectos y oscuridad.
Ese cóctel —que también incluyó dinámicas para que se muestren las chicas y bullas varias— terminó por construir una noche con un alcance tan limitado como sus propias pretensiones, pero que los seis mil de hoy seguro atesorarán con gratitud y ternura, como el hito que permite abrochar y archivar todo un ciclo.