Lou Reed ironizaba con su condición de referente y la supuesta influencia que ejercía en las nuevas generaciones. ''The maestro'', se llamó en spanglish.
AFPLo dijo lento y claro, sin alzar la voz, pero con cada palabra pronunciada en detalle. "No pienso siquiera dos segundos acerca de eso", fue la respuesta de Lou Reed a una pregunta acerca de cómo se llevaba con la circunstancia de ser un músico influyente o de representar, tal como abunda en los obituarios que desde ayer circulan por el planeta a raíz de su muerte, un referente generacional o una leyenda de la música.
Lo dijo hace trece años casi justos, la mañana del lunes 6 de noviembre de 2000, en la habitación de algún hotel lujoso en Buenos Aires, durante las horas previas a la primera visita que hizo a Santiago como parte de la gira siguiente a la aparición de su disco Ecstasy (2000). Con una vida dedicada a hacer de la música rock algo siempre inquietante y provocador, y a décadas de haber instalado en la historia a The Velvet Underground desde fines de los '60, como un grupo determinante para generaciones completas de músicos y grupos futuros, Lou Reed llegaba a Sudamérica a los cincuenta y ocho años, en una fase madura y siempre consistente de una trayectoria que para entonces contaba con discos recientes como Magic and loss (1992), Set the twilight reeling (1996) y el propio Ecstasy (2000).
De modo que tampoco se detuvo siquiera dos segundos a hablar de "Walk on the wild side" ni de otros lugares comunes. En lugar de eso, había estímulos nuevos en un día cualquiera como ese lunes de noviembre de 2000. Música, familia, rebeldía y política, por ejemplo. De hecho era víspera de elecciones. En veinticuatro horas más, el 7 de noviembre, iba a ser elegido Presidente en EE.UU. el candidato conservador George W, Bush: Cualquier cosa menos un día cualquiera. Y cualquier cosa menos un día perfecto. Aunque horas antes el resultado fuera todavía una incógnita. "Es interesante estar fuera de Estados Unidos durante la elección, en realidad", dijo ese mañana Lou Reed poco después de saludar. "No se sabe qué va a pasar. Es verdadero suspenso".
Pero sabía qué esperar. "Bush me asusta mucho. Me asombra que haya conseguido la nominación. No tengo idea de quién va ganar, pero no puedo creer que haya gente que vote por Bush. ¿Cómo pueden? Estamos en paz, la economía está mejor que nunca. (Al) Gore no tiene llegada por la TV, pero... ¿y qué? Y qué. Bush sólo debería ser el chiste. Es el medioevo. Es Reagan. Reagan dejó el mayor déficit que el país nunca tuvo. Si lo eligen, van a tener lo que merecen. La derecha nunca se va. Siempre están ahí. Y están esperando. Y están organizados. Y tienen el dinero. Siempre que escuches sobre valores familiares, preocúpate de tu billetera, porque alguien está robando algo. Garantizado". Lou Reed, hoy como ayer.
"No estoy tratando de que te guste"
Había cosas más domésticas de las que ocuparse también esa mañana. Un grupo pop adolescente estadounidense hoy semiolvidado y llamado Hanson se alojaba en el mismo hotel, y los gritos de sus fans en la calle se escuchaban desde la ventana de la habitación de Lou Reed. "Esos gritos no son para mí. ¿Podrías arreglar esto?", fue su pregunta a un encargado de la producción. "¿Podrías contratar a algunas chillonas enamoradas de mí que griten abajo?".
Horas más tarde iba a estar descargando su propio ruido en el teatro Gran Rex de Buenos Aires, con fuertes guitarras eléctricas como base. "Realmente fuertes", había avisado. "Es algo físico. El escenario no está en calma, créeme. No somos uno de esos grupos que se las arreglan para oírse muy suave en el escenario, y ponen todos los amplificadores en dirección al público. Es físico. Me gusta así".
Lou Reed no iba a ser mezquino con la audiencia: en esa visita tanto en Argentina como en Chile tocó "Sweet Jane", "Waiting for the man", "Perfect day" y "Walk on the wild side", de lo más reconocido de su repertorio. Pero era una muestra de afecto. No dependencia. El opuesto absoluto a la nostalgia y la autocomplacencia. "Siempre espero más de las canciones nuevas, porque es más interesante", dijo también. "Hago mis discos y los conciertos para mí. No creo ser tan distinto a ti y tal vez te gustará también, pero no estoy tratando de que te guste: estoy tratando de que me guste".
En entrevistas previas había definido a Set the twilight reeling como un disco sobre transformación y renacimiento. "Todos mis discos lo son. Pero durante mucho tiempo pensé con qué continuar Magic and loss. No podía ser un desvío sin sentido, debía tener la dirección correcta. Y sentí que hice un disco sobre transformación. Soy el único que se preocupa de esto. Pero tengo que hacerlo. Para mi propio orden necesito la lógica". Y la familia es un asunto constante en Ecstasy, con versos como "No es vida ser una esposa", "Eso termina siendo el matrimonio: / el más amargo fin de un sueño"; o "Y como todos sabemos / el matrimonio no es un deber", a contrapelo de la verdad y la propaganda oficiales. "Es sólo una pequeña verdad", dijo esa mañana Lou Reed. "Yo soy el antídoto".
Lou Reed no escuchaba sus viejos discos. "Ahá. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Tú lees tus viejas entrevistas?", preguntó al respecto. "The maestro", ironizó luego en español a propósito de esa pregunta sobre influencia generacional. Más que ir de maestro, Lou Reed prefirió terminar la charla de ese día como discípulo. "Estudio a muchos de los guitarristas de rockabilly, desde el comienzo: Roy Orbison, Carl Perkins, todos esos tipos. También los guitarristas de blues, pero más los de rockabilly. Y luego los tipos del jazz: Ornette (Coleman), el free jazz, Don Cherry. Soy una persona joven", dijo, al cabo de la enumeración. "Joven de corazón. Joven de espíritu. Ésa es tu respuesta. Hay cierta gente vieja muy joven que conozco. ¿Tú no?".