Medio siglo con y sin Lady Day. Sin mayor herramienta técnica, sin mayor belleza timbrística, sin mayor alcance de tesitura, por cualidad interpretativa Billie Holiday es la voz definitiva del jazz.
El MercurioCuando integró la orquesta Artie Shaw en 1938 tenía que ingresar a los teatros por las puertas de servicio y alojarse en hoteluchos separada del resto de los músicos. Era la única negra en una big band de blancos. Cuando se unió a la orquesta negra de Count Basie sufrió una humillación complementaria: debía oscurecer su piel con maquillaje para no pasar por blanca.
Es difícil superar una segregación así, aunque en la biografía de Eleanora Fagan Gough, o sea Billie Holiday, estos episodios no son más que anédcotas de paso. La canción “Mandy is two” de 1942, por ejemplo, puede ser autobiográfica según la interpretación de Holiday: la niña tiene dos años pero es una mujer grande. Billie, que vivió en un violento hogar de Baltimore y cuya madre fue sólo trece años mayor, se hizo mayor antes de ser niña. Por la fuerza. Después de eso, vivir en un prostíbulo o en una cárcel no iba a ser un asunto mayor para Lady Day.
Este 17 de julio se cumplen 50 años de su muerte en un hospital de Nueva York, custodiada por un policía dado que para 1959 la adicción a la heroína era considerada un crimen. Es la ciudad donde brilló como estrella a partir de 1933, con 18 años, cuando grabó con Benny Goodman "Your mother's son-in-law”, el primero de 350 publicaciones, y donde se convirtió también en el desastre que fue durante todos los años '50.
En épocas de festivales de jazz veraniegos en el hemisferio norte, en cada escenario se realizan homenajes a la que ha sido considerada la “voz definitiva del jazz”. Ni siquiera por sus propiedades técnicas: al lado de Ella Fitzgerald, que es generación espontánea de perfección, Billie Holiday perdía por masacre.
El crítico alemán Joachim E. Berendt la define como “la cantante de la discreción. Su voz no tiene nada de la voluminosa dureza o majestuosidad de Bessie Smith (…) Es la viviente encarnación de que en el jazz no tiene importancia el ‘qué’ sino el ‘cómo’”. El modo interpretativo supera en Lady Day los rangos de refinamiento técnico. Se dice que apenas dominaba una octava en ela tesitura. Pero su acercamiento a la emoción era inmediata.
Un ejemplo de ello es su famosa “Strange fruit”, de 1939. El relato de algo que se observa a lo lejos: desde los árboles penden extrañas frutas, la silueta de un muchacho negro que ha sido linchado. Sus más importantes grabaciones se encuentran a lo largo de los años 30 y 40, junto al pianista Teddy Wilson y al tenorista y su amante Lester Young, quien también falleció en 1959. Un final abrupto. Berendt: “Sólo era una sombra de los antiguos tiempos gloriosos (…) Oírla es una experiencia: una vocalista desprovista de todos los atributos materiales y técnicos de su profesión que sigue siendo una gran artista”.
Más lejos: la influencia de Lady Day
Beth Gibbons en el pop: El impacto de Billie Holiday llega lejos en tiempo y espacio. La mayorías de las reseñas de Ouf of season (2002), registro solista de la cantante de Portishead, combinan estas cercanías. No es en repertorio ni timbre vocal. Es en dolor y resignación.
Madeleine Peyroux en el jazz: Se ha llegado a decir que es “la nueva Billie Holiday” del jazz. Al menos ese espíritu destelló en su voz desde que cantaba melodías de Lady Day y pasaba el sombrero en las calles de París. Ya tiene cinco discos y acaba de tributar a la leyenda en el Festival La Mar de Músicas de España.
Lhasa en la canción melodramática: La llorona (1998) es el primer disco de esta sorprendente solista canadiense-mexicana-estadounidense. En ese llanto se descubren sus dos maestras: Chavela Vargas y Billie Holiday. Es una lista de tres voces blancas tomadas al vuelo. De Billie Holiday a Charlie Parker y de James Brown a Michael Jackson, el auditorio blanco siempre aplaudió al músico negro en el escenario.