SANTIAGO.- Kevin Johansen insiste en que esta vez es distinto, y que lo del año pasado junto a Liniers fue un "café concert". El argentino lo dice pensando en la intimidad de su show de entonces junto a su compatriota dibujante, y en ese caso tiene razón. Pero si se trata de tachar con esa calificación a la dinámica desplegada, sin dudas que la de esta vez responde con mucha más precisión a ese estilo que su presentación de 2009.
El músico, junto a Ricardo Siri, desplegó esta noche de miércoles en el Teatro Nescafé de las Artes un show (pocas veces calza tan bien el término) en que canciones y chistes se reparten casi por parte iguales. Todo está permitido para Johansen y Liniers, desde largar eternos discursos entre un tema y otro, hasta colgarle la guitarra y parar frente al micrófono a alguien como el ilustrador, cuyo nivel musical es con suerte de aficionado.
A quien se lo cuenten le puede sonar inverosímil e injustificable, pero este espectáculo no es para auditores promedio, sino para auténticos "johansianos", que son los que llenaron la primera de dos veladas en el recinto de Manuel Montt (la próxima es hoy jueves).
Ellos celebraron cada estímulo proveniente del escenario, sea musical, humorístico o anecdótico. O gráfico, porque la presencia de Liniers se justifica en el enorme lienzo que pintó mientras no habló, con el trazo colorido e infantil que lo caracteriza, y dejando a un lado la pizarra del año pasado para tomar un lugar central en el fondo del escenario.
"Hemos creado un monstruo", dice de entrada Johansen sobre su amigo. "Se le ocurren ideas como el mural, y en realidad es para subirse al escenario", explica el cantautor, antes de dedicarle "El palomo", una de sus fusiones latinas a ritmo de ska.
Algo de razón tiene. Liniers es ahora un ser que puede irradiar mucha simpatía, pero difícil de dominar. Es el amigo graciosito del anfitrión, quien lo deja lucirse incluso donde carece de atributos, como interpretando una inaudible versión de "Knockin' on heaven's door".
Pero cuando Johansen luce su papel de maestro de ceremonias, la cosa cambia, y la velada puede ser también inolvidable. Como en su dueto de charangos, para interpretar descabelladas versiones de "Hotel California" y "Take on me". O en "Timing", cuando el cantante se permitió salir a recorrer el teatro junto a su amigo, para llegar hasta la platea alta. O, a fin de cuentas, en la gran mayoría de su propio repertorio, que es capaz de mirar con liviandad y sin tanta ceremonia, para transformar cada una de sus canciones en una breve experiencia, a ritmo de son, cumbia y otros sonidos latinos, desplegados por su aceitada banda de siete músicos (que se luce en temas como "Fantasmas de carnaval").
Es entonces cuando al cuerpo de este show le retorna el alma, que de tan disparatada y expansiva tiende a evadirse (nunca a ausentarse), y el concierto de Johansen, Liniers y compañía puede transformarse en un hito para atesorar, más que sólo divertir.