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De a cuatro fue más entretenido

Y eso ayudó a que fuera más entretenido. Hubo agilidad y la hora pasó volando, pero tal como se suponía hubo pocas posibilidades de profundizar en las propuestas y salir de la retórica.

19 de Octubre de 2005 | 23:48 | María José Errázuriz L., El Mercurio en Internet
Todo sobre el debate

SANTIAGO.- Sorpresas no hubo: las tres corbatas fueron rojas; lo más probable que muy pocos indecisos se definieron y los temas que se debatieron fueron los mismos que han copado la agenda de la campaña durante de los últimos meses, es decir, delincuencia, desigualdad social, previsión y – el más reciente- la concentración de las empresas.

El debate presidencial de canal 13 y CNN sólo tenía un elemento nuevo: en vez de dos candidatos, en esta oportunidad, eran cuatro. Y eso hizo que el trámite fuera más rápido, tanto que los temas que se tocaron fueron mínimos (hasta sobró tiempo para una séptima pregunta).

Y eso también ayudó a que fuera más entretenido. Hubo agilidad y la hora pasó volando, pero tal como se suponía hubo pocas posibilidades de profundizar en las propuestas y salir de la retórica (se le puede echar la culpa al formato).

Dos candidatos dieron un tono totalmente diferente. Tomás Hirsch, del pacto Juntos Podemos Más, dio el acento que se esperaba: un discurso extremo, rupturista, que a veces resultaba contradictorio con su imagen y su expresión, casi capitalista. Joaquín Lavín, confrontacional y con todos sus enemigos definidos.

El candidato de la UDI los atacó a todos, a Michelle Bachelet, al Presidente Lagos, a los empresarios, a Argentina, a Brasil y a los que lo atacan a él, pero Sebastián Piñera no existió en sus palabras. Su modo acelerado, por primera vez, muy evidente, lo mostró más duro, estrategia que en los últimos meses ha desplegado con claridad.

Michelle Bachelet, representante de la Concertación, y Sebastián Piñera, de RN, fueron más pausados. Ella se mantuvo en la misma línea mostrada durante la campaña, pero estuvo más tranquila y más asertiva que en los debates previos con Soledad Alvear, cuando disputaba la nominación de su sector.

Piñera fue cercano, con un discurso en el que pocas veces apuntó a las deficiencias de la Concertación y en el cual aprovechó de despejar las fuertes críticas que se ciernen sobre él por su origen empresarial. "He dedicado mi vida a crear empleos, una cosa es decirlo y otra cosa es hacerlo", dijo. Y su frase más arriesgada fue asegurar que la delincuencia era herencia de la Concertación, cuando antes había reconocido que los orígenes de la misma son múltiples y de larga data.

Ideas nuevas no hubo, sólo frases diferentes. Bachelet se hizo cargo plenamente del discurso opositor en materia de delincuencia al reformular una propuesta de Lavín: "la primera es la vencida y la mano firme" fueron sus planteamientos. El candidato gremialista sorprendió, en tanto, con su voluntad de crear un "ascensor social" (los que suben, pero también bajan) para los pobres.

Al final, un solo asunto es el que mostró a los candidatos en su forma más original y más seguros: sus creencias, afectos y origen. Lavín asumió su estructura más valórica (criticó la campaña del Sida) y homologó la discriminación que sufre por su filiación en el Opus Dei con la que enfrentan los evangélicos. "Me critican por todo, pero no me van a callar", dijo.

Michelle Bachelet, en cambio, despejó toda duda sobre su liderazgo y firmeza al asegurar que en el pasado ha actuado en consecuencia y se definió tal cual es: "no soy una candidata tradicional".
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