SANTIAGO.- En 1995 el ex agente civil de la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina) Osvaldo Romo, quien esta madrugada falleció producto de un paro cardiorrespiratorio, le confesó a una periodista extranjera que por "tontos'' no les concedía entrevistas a los profesionales chilenos.
Sin embargo, no sólo dijo eso, sino que además le dio una clase magistral sobre tortura y qué hacer luego con los cuerpos de las víctimas.
A continuación, los entretelones de la entrevista en un reportaje publicado el 28 de mayo de 1995 en El Mercurio.
Osvaldo Romo: Por la boca muere el pez
Ni Dorfmann se habría imaginado semejante escenario para el estreno cinematográfico de su obra "La muerte y la doncella''. Como sólo las casualidades e ironías de la vida saben hacerlo, mientras en los cines capitalinos se exhibe la película que narra el encuentro muchos años después entre un torturador y una de sus víctimas, otro chileno también cuenta sin personajes ficticios ni recursos narrativos una historia similar, donde él es el protagonista y nada menos que en el papel del torturador.
Es la historia de Osvaldo Romo, mejor conocido como "el guatón Romo'', quien desde que llegó a Chile en 1992, luego de ser expulsado por el gobierno brasileño, no había tenido tanta cobertura periodística como en las últimas semanas. Ni siquiera cuando fue dirigente poblacional, miembro del MIR, ni tampoco cuando se presentó a regidor por Ñuñoa a principios de los 70.
La entrevista que concedió a una cadena norteamericana hace más de un mes y medio, donde explicó con lujo de detalles "su trabajo'' en la Dina (Dirección de Inteligencia Nacional) durante los primeros años del régimen militar, le han significado convertirse en la cara de la tortura en Chile.
Entretelones de la entrevista
Por considerar "tontos'' a los periodistas chilenos, Romo se había negado a dar entrevistas a los profesionales criollos. Por eso es que cuando se trató de una profesional con acento extranjero, su actitud cambió, aunque ésta fuese chilena y el acento sólo delatase una larga permanencia fuera del país. La periodista y jefa de Univisión en Chile, Nancy Guzmán, ha dicho a la prensa que las gestiones para la entrevista las venía haciendo desde fines del año pasado.
La entrevistadora fue importada directamente desde Miami, Mercedes Soler, una prestigiosa profesional que tiene unos cuantos premios EMI a cuestas. La entrevista se realizó el 11 de abril de este año en el hospital penitenciario dentro del recinto carcelario donde Romo está recluido permanentemente debido a su delicada salud.
Más de tres horas estuvieron junto al ex agente de la Dina el camarógrafo y la periodista. Nadie más. Y quizás por esta misma intimidad, Romo no tuvo problemas en explayarse latamente en lo que consistió su trabajo en la Dina.
Una detallada clase sobre técnicas de tortura, desde la electricidad en genitales hasta cómo deshacerse de los cadáveres. En este sentido, comentó la práctica de tirarlos al mar. "Cuando no hay cementerios, no tienes nada ...tirarlos adentro no más. Primero, hay que darles comida a los pescados".
"¿Otra manera? Químicamente. Tienes que destruirle dos o tres cosas al individuo para que si aparece no lo puedan identificar. Con un napoleón, total está muerto, le corto los dedos y le mato la ingle, porque cuando se está en el agua el cadáver sube, y para que quede abajo hay que aplicarle algún método químico para que no suba más. Claro que Chile no es un mar para tirar cadáveres porque es violento o torrentoso''. En este sentido, cree que sería mejor tirarlos dentro de un volcán, como el Llaima o Villarrica.
Según la productora, hubo que censurar muchas de sus partes dada la crudeza de sus dichos.
Reconoció sí que hubo errores, como haberles perdonado la vida a unos.
"Yo no dejaría periquito vivo. Fue un error de la Dina. Yo siempre le discutía a mi general que no tenía que dejar a ninguna persona viva, que no la dejara en libertad. Mire usted, ahí están las consecuencias''.
Habría dicho también cómo gozaría poniendo sus manos en el cuello de un alto funcionario gubernamental que identificó con nombre y apellido, para así matarlo lentamente.
Romo también se refirió a su epitafio, el que no le molestaría que dijera que fue torturador, "porque para mí fue una cosa buena, pero no pueden decir que he sido un sinvergüenza, que he ofendido personas y que me he aprovechado de mujeres. Sí pueden decir que yo cumplí una etapa, bien cumplida. Yo estoy limpio con mi conciencia. Lo que hice lo volvería a hacer'', aseguró.
Un "mea culpa"
Desde que se fueron los periodistas extranjeros de su celda, Romo no supo del destino de sus palabras, sino hasta casi un mes y medio después cuando algunos canales nacionales reprodujeron parte de lo que había dado Univisión. Desde entonces, la batahola no cesa.
Fue justamente la exhibición de parte de la entrevista lo que produjo que Romo fuera al día siguiente visitado por unos cuantos periodistas los que sin grabadora u "off the record'' le harían unas preguntas. Uno de los primeros profesionales en entrar, sin embargo, se trenzó en una fuerte discusión con el detenido en la que el nombre del general Contreras no estuvo ausente y al que Romo defendió.
Como consecuencia, desde ese día tiene prohibida cualquier visita dado a que se le produjo una crisis nerviosa que lo ha tenido gran parte de la semana en reposo. Sin embargo, según sus propios celadores, no sólo el altercado habría sido el motivo de su estado sino que el haberse dado cuenta de que se había ido de lengua y que eso le costaría caro. Esto le habría quedado perfectamente claro luego de que su abogado, Jorge Erpel, renunciara públicamente a patrocinar su defensa aduciendo que escuchar a Romo era escuchar al diablo y que sólo restaba "rezar por su alma''.
Pero eso no fue todo, porque las consecuencias también las habría sentido por parte del mismo Ejército. Según trascendió en fuentes extraoficiales, el coronel (J) Enrique Ibarra lo habría visitado a comienzos de esta semana como portador de un mensaje: que se quedara callado porque sus palabras podrían significar la apertura de nuevos casos sobre derechos humanos. Se cree, además, que él fue quien le ayudó a redactar cierta declaración pública, en la que Romo hace su "mea culpa''.
El miércoles por la mañana una mujer fue hasta la Notaría de Roberto Mosquera para solicitarle fuera a la celda de Romo para certificar su firma en un documento. Para hacer más expedita la diligencia, el abogado decidió solicitarle al titular de la Cuarta Fiscalía Militar de Santiago, mayor (J) Luis Pérez Letelier, que lo acompañara en su calidad de juez en uno de los tantos procesos que se lleva en contra de Romo.
A las dos de la tarde del miércoles, ingresaron al recinto: el notario, el juez y su secretario, el capitán (J) Roberto Rebeco.
El trámite habría sido muy corto, no más de 10 minutos, en los que Romo le presentó a Mosquera un documento de cuatro carillas, que el profesional no leyó y solamente solicitó al detenido firmara cada una de ellas. Mientras Romo procedía, apareció el coronel Ibarra, quien se mantuvo en silencio y observando. Cumplida la diligencia, Mosquera, el fiscal y su secretario se retiraron del lugar.
En su declaración, Romo da cuenta del "engaño'' de que fue objeto cuando funcionarios gubernamentales le aseguraron antes de partir de Brasil a Chile que estaría en pocos meses de regreso, dado que "los hechos estaban amnistiados y prescritos''. Asegura que "producto del abandono y desamparo... fui sorprendido con la presencia de un canal de televisión (...) oportunidad que estimé no podía dejar pasar para gritar al mundo mi desesperación".
"(...) Para ello escogí la estrategia de decir algo efectista e impactante, pues sería a lo único que los periodistas le darían difusión. (...) He podido constatar que mis declaraciones han sido publicadas parcialmente, se me ha tergiversado y sacado fuera de contexto (...). Dado mi deteriorado estado de salud y las urgentes necesidades económicas que requiero para ayudar a la subsistencia de mi familia y mis propias necesidades, se me ofreció pago para conceder una entrevista...'', cuestión que la jefa de Univisión en Chile ha negado terminantemente.
Un tirón de orejas
La primera cabeza que casi rueda en torno a la entrevista de Romo fue la del mismísimo director de Gendarmería, Claudio Martínez.
Para ello, el Ministerio de Justicia encargó a dicha repartición un informe de las circunstancias y forma como se habría realizado el encuentro con la periodista. Los problemas se debieron al procedimiento utilizado por el funcionario, ya que según el reglamento, si es que un reo está en proceso, primero se debe contar con la autorización del juez que sustancia la causa para conceder una entrevista.
Se sabe que esta autorización judicial nunca medió y, más aún, que de la entrevista, la Ministra de Justicia se enteró por los diarios, y no oralmente por Martínez, como se dijo. De aquí que lo haya llamado a su oficina el jueves último para darle el correspondiente "tirón de orejas''.
En Gendarmería, dicen, sin embargo, que la autorización del juez no sería tan necesaria, en caso de que el reo no se refiera al tema o causa por el cual es procesado. Sin embargo, la duda permanece si es que la entrevista se desarrolló en ausencia de cualquier funcionario de esa repartición que pudiera certificar tal eventualidad.
Y si de coincidencias se trata, no deja de ser sintomático el hecho de que la detonación de la entrevista concedida hace más de un mes y medio, haya sido a una semana de la dictación del fallo del caso Letelier. Se habla, muy entre dientes, de una movida de los socialistas, pero que nadie en el Gobierno se atreve a asegurar, ya que según se dice, el ánimo allí imperante sólo intenta mantener la calma cuando se tienen esperanzas de que el fallo les sea favorable.
Coincidencias o no, fue el mismo Romo quien se refirió en la entrevista a "mi general'', claro que Contreras en esa época aún no lo era, pero sin embargo, era quien estaba a cargo de la Dina.
Como sea, sólo Romo sabe a qué general se refería y a estas alturas del partido es muy improbable que diga su apellido, más aún cuando ya sabe que por hablar está perdiendo pan y pedazo.
Y por si fuera poco, Romo no sólo empeoró su propia situación judicial, sino que además se ganó una denuncia por parte del Ministerio del Interior en su contra, por los presuntos delitos de proferir amenazas y obstruir la justicia. En boca cerrada...
Un gran patriota
Osvaldo Romo Mena pareciera ser más bien uno de esos personajes sacados de alguna novela centroamericana. No sólo por esa figura lenta y pesada que exhibe, sino además por ese serpentear suyo en las actividades más disímiles. En un comienzo ligado a un partido de derecha y ya, a fines de los 60, dirigente poblacional afiliado a la Unión Socialista Popular (USOPO) e, incluso, al MIR. El cuadro se completa con su apodo de "Comandante Raúl'' cuyos contactos estaban a diestra y siniestra.
En 1971 se presentó como candidato a regidor por Ñuñoa pero fue derrotado. Asegura haber sido un "asiduo visitante de la casa de Allende'', sin embargo, sólo se les ve juntos en unas fotos aparecidas en los diarios de la época luego de la muerte de un poblador durante una toma de terrenos en Lo Hermida. Su nombre se encumbra en la prensa de aquellos años luego de encendidos llamados que hace al gobierno de Allende desafiándolo a que después no se quejase de que los pobladores se ligaran finalmente a la derecha y no a los partidos de izquierda, que son los que debieran defender los derechos del pueblo.
Luego del golpe militar en septiembre de 1973 una nebulosa comienza a ensombrecer su biografía. Se dice que para esa fecha era agente del Servicio de Inteligencia Militar desde donde habría pasado a la Dina, como agente civil de la División Metropolitana.
Lo que allí hizo sólo se podía recoger en boca de quienes dicen haber sido sus víctimas en las torturas. Desde hace unas semanas, sin embargo y después de ser exhibida en nuestro país parte de la entrevista que concediera a una cadena norteamericana es su propia boca la que se encarga de detallar escrupulosamente los tormentos que aplicaba.
Desde mediados de los 70, Romo desaparece, junto a su mujer Raquel González Chandía y sus cinco hijos. Se radican en Brasil, al noroeste de Sao Paulo, en Mogi Guacú, donde con nombres falsos comienzan a hacer una vida tranquila y sencilla.
"Andrés'', como lo conocían sus vecinos, vivía en un pueblo tranquilo, sin embargo, tras un muro de cemento y unas puertas de fierro, que en nada se compadecían con su modesta casa.
Allí trabajó en una empresa de seguridad y fue técnico de fútbol hasta que jubiló por motivos de salud. Su diabetes y una embolia cerebral que le había paralizado la mitad del cuerpo le hicieron repensar su decisión a fines de los 70 y volver al país. Así lo hizo. Por tierra y sin problemas entró a Chile donde estuvo por más de un mes. Luego, la "saudade'' por Brasil y la mala situación por la que atravesaba Chile, le hicieron volver.
Hasta julio de 1992, Osvaldo Andrés Henríquez Mena como fue conocido en Brasil, fue "una buena persona, colaborador y un gran patriota que siempre hacía una fiesta para celebrar el 18 de septiembre'', recuerda su amigo, el ex intendente de la Mogi Guacú, Antonino Santiago.
En noviembre llega a Chile, luego de años de búsqueda y tras ser expulsado del país de la samba donde dejó a su familia, acusado de tres infracciones a la Ley de Extranjería, entre ellas, las de falsificación y uso indebido de documentos de identidad.