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El Tata

21 de Abril de 2005 | 18:08 | Amanda Kiran
Si yo escribo en la sección de deportes, es por que -casi- toda mi vida está conectada al deporte. Tanto es que cuando no puedo hacer mi deporte favorito, por alguna lesión u otra razón, sueño con que lo practico, cada noche, y eso me mantiene feliz. No es mucho, pero sí ayuda.

Esta columna tiene que ver con los lazos fuertes que crea esta familia deportiva. Se trata de la muerte de alguien cercano e integrante de esta misma familia. Esa muerte tan fuerte y definitiva. Algo tan triste que pasa a ser tu pena. Sobre todo porque ves sufrir a personas que quieres. Y sin darte cuenta, que quieres tanto.

Y luego te das cuenta de que en los funerales te encuentras, con gente que no veías hace tiempo y que en algún minuto fueron parte muy presente de tu vida.

Así me pasó en este día. Día extraño y diferente, porque mientras muchos lloraban una muerte, la Iglesia celebrara al mismo tiempo, con un millón de campanazos, la llegada de un nuevo Papa.

Increíble que durante la ceremonia se escuche el nombre de Benedicto XVI, cuando prácticamente toda tu vida el Padre nombraba a Juan Pablo II. Y eso a sólo cuarenta minutos de que Roma diera el anuncio.

Y así un día de otoño, haciendo pasar calurosamente por verano, muchas personas hacían la fila para comulgar y despedir a esta mamá que se alejaba materialmente para siempre. Todos acalorados dando la paz con manos sudorosas, para luego oír un discurso emotivo que nos llegó a todos al fondo del corazón.

A la salida de la ceremonia no me atreví a saludar a los familiares directos. No me gusta incomodar, y preferí quedarme más lejos hasta verlos alejarse, para ir al cementerio. Mientras esperaba, me encontré con el "Tata". Mi querido "Tata". Un viejo amigo mío, que por diferentes razones tuve la suerte de conocer.

Lo vi después de 3 años que no sabía de él. Tenía miedo a preguntar. Y no sabía nada de lo que pasaba con su vida. Sin dejar de recordarlo, apareció ahí para que yo lo viera. La emoción se apoderó tan rápido de mí, que sin pensar si él se acordaría de nuestra amistad como la recordaba yo, me acerqué a saludar. Y claro, fue muy cariñoso, como sólo es él.

Pero al parecer su memoria, y su visión no lo ayudaron con mi pelo suelto y mis anteojos. Así que sólo me agradeció el saludo como si fuera una persona más de esa mañana -y lo era-, sólo que no contaba con ello. Triste por un lado, pero feliz de haberlo visto, estaba por dejar aquel momento.

Mas luego él escuchó que su señora reconoció mi nombre, mi perfil...

"¿No eres tú Amanda? ¿O sí? ¿Es Amanda?", le dijo a su señora.

Sonreí. "¡Amanda eres tú!", reaccionó. Y me nombró con el apodo cariñoso que me tenía siempre. Apodo que voy a guardar en mi cabeza hoy.

Me volvió el alma al cuerpo y las ganas de llorar incontrolables. Pero me aguanté. Estaba tan emocionada que estuviera bien. Más delgado, pero con su humor. Su pareja eterna a su lado. Una de sus hijas esperando que nuestra conversación acabara para llevarlo a casa. Y el espacio sin tiempo que me llevó a ese abrazo tan cariñoso dedicado solo para mí.

Finalmente fui diferente al resto, sólo "única" para él. Las invitaciones corrieron para que los visitara. Y si me animo, tal vez lo haga. No sé. No es lo más importante. Sólo estoy agradecida de que la muerte, sin saber, me ha llevado a encontrarme con alguien, pese a que aleja a alguien. A encontrarme con alguien. Alguien bueno, alguien a quien quiero o voy a querer mucho. Como por arte de magia alguien que tiene que estar ahí para mí.

Así es, y si tengo suerte me volveré a encontrar con el "Tata" o con personas que aún siguen siendo parte de esta, mi "ramificada" familia deportiva.


Amanda Kiran
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