El Premio Nacional de Arte 2001, Rodolfo Opazo, exhibe en la Galería Trece algunas de las obras que han hecho de su nombre uno de los más importantes en el arte de los últimos años en nuestro país.
Con el ser humano como eje central, Opazo abandona lo corpóreo para fijarse en su otra dimensión, la espiritual, tan humana como la anterior. Así es como encontramos en sus telas, la presencia permanente de figuras blanquecinas, grisáceas, desposeídas de sus cabezas y lo suficientemente sintéticas para recordarnos que el autor se mueve plásticamente en planos más esenciales del ser humano.
Esas “esencias” flotan en espacios amplios, en los que la descontextualización de elementos es la tónica, de modo que encontramos asuntos constructivos, trozos de mar, planos de cielo y en general de paisaje, algunos objetos, sumados a otras imaginerías propias, todos coexistiendo en un mismo espacio o en espacios superpuestos, entre los que las figuras se mueven cómodamente.
Todo lo que comunican las figuras humanas presentes en la obra de Rodolfo Opazo, se va desgranando de su filosofía personal, su pensamiento acerca de la trascendencia del ser humano, con lo que su vida de ermitaño está muy acorde. Es de antaño conocido que el hombre en la quietud de la soledad, encuentra las grandes verdades de la pictórica, verdades que Opazo intenta capturar.