Y se jugó el último partido antes de la ansiada semifinal e ir al encuentro de la final.
Presumamos que ya en primavera, si toca jugar un partido, generalmente es bajo un intenso sol, un poco de viento y algunas flores por ahí, coloreando el paisaje. Este día fue diferente. Una tarde que se fue poniendo cada vez más oscura, hasta cerrarla en noche.
Nadie alegó.
Todas íbamos por una meta. Ganar este último punto para llegar sin problemas a la semifinal. Hacía frío. Mucho viento. Y la lluvia caía como envidiosa de nuestro despliegue físico.
Éramos veinticuatro mujeres -no podemos descontar a los árbitros- empapándonos. Y se venían setenta minutos de lucha, al mejor estilo de poleras mojadas.
Comenzaron los primeros problemas, al sentir como la cabeza no te acompañaba bien con la pelota. El agua frenaba cualquier inquietud de novedad. Entonces, había que esquivar al clima, al oponente y a nuestra desesperación.
Pero era diferente y eso lo hacía divertido. La cancha sintética no deja que te embarres, como era hace un par de años atrás, pero sí moja tus manos y te aleja de la calidad "fina". Entonces, se nos aparecía otro problema. La caída de las gotas en los ojos no te permitía ver bien. Y a ratos, sólo éramos borrones vestidos de azul con amarillo.
Pero llegó el momento de ponerse a jugar en serio. Cada equipo se ponía más rudo y fuerte, y nos alejábamos de la meta que era meterla adentro. Así que con varias llegadas frustradas e intentos demasiado cerca como para perderlos, vino el primer gol. Y ahí se empezó a jugar mejor.
Empezamos a seguir la táctica, a confiar en la de al lado, a gritar por tenerla y por querer llevarla. Entonces, con lluvia, frío y viento, se entrenó como para una final. Bien en serio.
El rival de la noche era de turno, y lo que buscábamos era la motivación para seguir manteniendo el trono.
Trono que merecemos y llevamos por años ya. Cinco. Trono que muchas nos quieren arrebatar, lo que le da a esta copa un sabor único. Entonces, la lluvia fue finalmente un amigo que enriqueció la lucha y las ganas de llegar al ansiado momento.
La lluvia fue solo un pequeño tope para esquivar. Tope para darnos cuenta que la merecemos de nuevo. Que debemos mantenerla. Que por trayectoria, puntaje y calidad debe quedarse en casa. Después de eso decido si este año me despido. Después de levantarla decido si ya es hora de partir. Antes no podría tomar una decisión que nunca pensé llegaría.
¡Vamos campeonas!