Hay semanas.
Semanas completas. No únicamente días.
Semanas en que no exclusivamente el trabajo te pasa la cuenta, sino que todas tus responsabilidades. Laborales, deportivas, sociales, familiares, sentimentales. Y esta semana, mi vida me pasó una gran cuenta. Todas las cosas virtualmente extraviadas en el mundo, aparecieron.
Estaban extraviadas por varias razones. Algunas por el abandono que uno mismo le sitúa. Descuido que se transforma en no querer saber, no querer sufrir, no querer pensar, no querer oír... Conflictos que no querías que fueran parte de tu mundo, se hacen tuyos. Los cuentos, que jamás pensaste, pasarían dentro de tu círculo, se hacen parte enérgica de tu diario vivir. Y lo más increíble es que necesitas seguir sonriendo. Como por arte de magia, o por reflejo condicionado. Finalmente, da igual.
Pero esa sonrisa es un cordel para el resto del mundo. Resto del mundo que necesita de ti, y de tu cable a la salvación.
Cuando el domingo recién pasado perdimos el clásico, no imaginé que sería una premonición de la semana que me esperaba. Pero así fue.
Por el clásico no estuve desconsolada. Pienso que el perder, en este extraordinario equipo, es ponerle sabor a las cosa, y eso siempre es un desafío mejor y más sano.
De esa misma forma, intenté tomar el resto de las contrariedades. Y volvemos al inicio y a la explicación. Una desaparición hubo un par de semanas dentro de mi columna. Estaba ordenando las ideas. Y junto con ellas, puse pausa y revuelo a esta nueva columna.
Luego vendrá un nuevo color, un nuevo diseño, pero la columna ya tiene nueva vida. Porque cada día nazco nuevamente. Creo nuevamente. Puedo soñar nuevamente. Cada día siento que tengo más que aportar. Aunque mi aporte sea desmedido, equivocado y a veces mal interpretado.
No podría haberme quedado lamentando aquella derrota del domingo. Menos con el fracaso que tuve en el trabajo. O la tristeza que acosa a mis familias. No porque mi corazón tiene fuerza, y late -aún- por sí solo. Siempre hay algo o alguien por quien luchar y por qué salir adelante.
Por eso el título hoy es "la pausa". Pausa para pensar. Para ordenar. Para jugar. Pausa para decidir, para unir, para arreglar. Pausa para partir de cero, y empezar a remar de nuevo.
Y qué pasó. Lo que tenía que pasar. Siempre he jugado este partido en equipo. Y me di cuenta que no estaba sola. Pasé un remo y el de la derecha de inmediato lo tomó. Luego el de atrás. Después el de la izquierda. Amigos, jefes, compañeros, familiares, personas únicas y buenas, pililos. Todos me tomaron de la mano y agarraron su remo. Ellos sabían cual les correspondía. Y yo no hablé. Y ahí está lo increíble de esta pausa. Lo sorprendente que fue buscar compañeros de equipo... y encontrarlos. Aunque haya dado un pésimo pase. Aunque, me haya equivocado. Aunque sea difícil aguantar que mi alma quiera ayudar en forma compartida a un errático. Para todo eso, tuve una mano que tomara un remo. Y ahora estamos en aguas fuertes, vientos huracanados y difíciles momentos, pasando el temporal que seguro, en un par de años, será un anecdótico partido, que partió en una funesta semana.
A los que se sientan identificados con esta columna, gracias. Sé que juntos vamos a llegar a la playa.
Amanda Kiran
akiran@mercurio.cl