MILÁN.- Toda la policía y la prensa italianas estuvieron anoche frente al Piermarini. La Scala resplandecía, iluminada por Mario Nanni, quien hace quince años trabajaba de electricista y que hoy lidera varios de los más complejos proyectos de iluminación de Europa. Pero las luces no estuvieron sólo sobre “Carmen” y los invitados estelares sino también sobre las protestas de la Fundación Lírico-Sinfónica cuyos miembros reclamaban desde las 14:30 horas de ayer por falta de trabajo. Su objetivo: la renovación de un contrato colectivo disuelto hace tres años y la promulgación de una nueva ley para el sector. No en vano el Arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, ha rogado en estos días porque la ciudad demuestre que es capaz de volver a ser solidaria.
Presidió la apertura scaligera el Presidente Giorgio Napolitano, ubicado en el palco real; en su honor, la orquesta tocó el himno nacional.
Algunos esperaban huevos sobre los asistentes a la premiere, tal como los hubo en 1968 para “Don Carlos” (Verdi), dirigida por Claudio Abbado. Pero no los recibieron ni Plácido Domingo, quien canta en este teatro el miércoles un concierto de celebración de 40 años de su debut en Milán, ni Marina Berlusconi ni el presidente de Senegal (Abdoulaye Wade) ni el escritor Dan Brown ni Dolce (Domenico) y Gabanna (Stefano) ni los ministros Mauricio Sacconi (Salud) y Michella Vittoria (Turismo).
Tras todo esto comenzó “Carmen”, la ópera de Bizet amada por Nietzsche, que hace justo 60 años cantó aquí la mezzo Fedora Barbieri con el tenor chileno Ramón Vinay como Don José, bajo la dirección de Antonino Votto.
La cena posterior fue en la propia Scala y no en el Palazzo Marino, como en los últimos años. Una gala de pie para 600 invitados, quienes degustaron un buffet compuesto de carpaccio de salmón adornado con su propio caviar; tagliata de esturión al melón rosa; timballini de arroz al huevo, nueces y salsa con pistilos de azafrán; champignones porcini y salame de ganso; bavaroise de castañas; budín de panettone con gelatina de mandarinas; mousse de chocolate con naranjas crocantes, y crema catalana, homenaje a la ambientación de “Carmen” (lejos lo más español de todo lo que se ve en escena). El menú fue adornado con pétalos de rosa, hojas de menta y violetas cristalizadas. La preparación corrió por cuenta del reputado Caffé Scala.
Violencia y feminismo
Es lamentable lo que sucedió con la régie, porque el trabajo de Emma Dante tiene momentos de gran interés aun cuando, por cierto, contiene ideas no resueltas y otras al borde del ridículo. Pero los méritos existen. Por ejemplo, su capacidad para mover al coro y mezclar con los cantantes a un conjunto de 30 actores de su compañía que saben cómo estimular el trabajo del resto. Son ellos los que llevan la fuerza teatral de esta “Carmen” de tintas oscuras y violentas, que se levanta como un contenido grito de libertad. Nada hay en la puesta que recuerde Sevilla y, salvo los elementos musicales a disposición, el exotismo también está en la trastienda. De hecho, el frontis de la fábrica de tabacos es un muro de ladrillos muy poco amable a la vista. Esta particularidad es algo presente en todo el espectáculo, que no busca empatizar con el espectador. Su sello es trágico, frío y feminista.
Dueña y señora del espacio escénico, Emma Dante mueve a su gente en verdaderas coreografías de violencia extrema, alegría popular y fiesta, y triunfa en la conquista de Don José que Carmen hace cuando está prisionera, produciendo entre los cuerpos de los futuros amantes un grado de tensión que ya muchos quisieran alcanzar. Los niños en escena –un grupo de chicos semidesnudos que hacen piruetas gimnásticas y cinco niñitas que acompañan siempre a Carmen- responden a su idea de que es en ellos donde radica el futuro: son los seres libres que Carmen y los suyos protegen para que no sean atrapados por el mundo opresor en que vieron la luz.
Micaela perjudicada
Sin duda es divertido que Micaela vaya por los campos con un vestido de novia bajo su manto, lista para atrapar a Don José, pero la comparsa de cura, sacristanes y crucifijo que la acompaña hasta en las montañas del tercer acto, termina por aniquilar la poesía del personaje. Hace sentido que la imagen que José ve de ella se convierta en el lecho de muerte de su madre, pero no es claro para el público. Micaela sale perjudicada.
Es de suponer que la taberna de Lillas Pastia está bajo tierra, porque Escamillo y José acceden a ella vía ascensor o montacargas. El último acto incluye un gran incensario, nueva muestra de algo que ya es manido y que a estas alturas aburre: la Iglesia Católica parece ser la responsable de todos los males de la humanidad. Dante inventa procesiones, gitanas vestidas de monja y crucifijos que se despedazan. Puede ser torpeza de inexperta, falta de imaginación o creatividad ideologizada.
La Orquesta Filarmónica de la Scala es un portento de sonoridad envolvente; un verdadero tapiz sonoro, con cuerdas graves que parecen terciopelo y una trama instrumental de vientos y maderas de altísimo nivel. Ante Bizet, Daniel Barenboim resulta una suerte de titán wagneriano dirigiendo Mozart. No está exenta su versión de la búsqueda de sonoridades clásicas, en particular en su preocupación por los detalles y la ligereza. Esto contrasta de manera brutal con los densos y subterráneos compases iniciales, que presagian el acento trágico y amenazante de esta obra. El enorme coro de la Scala es un prodigio de calidad vocal, dinámica y musicalidad, aunque su francés es discutible.
Los héroes
Jonas Kaufmann, anoche en estado de gracia, fue ovacionado. Es más, el único aplauso que interrumpió la función fue para él. El tenor alemán domina de tal manera el personaje que pareciera que la ópera cuenta más su historia que la de Carmen. Parte siendo un joven y tímido soldado para terminar como un criminal desesperado producto de que su convencional mundo interior es traspasado por un deseo que no consigue dominar. Su voz es perfecta para el papel pues le permite la dulzura dolorosa de la romanza de la flor, interpretada con matices entrañables, y los acentos “tristanescos” del final. Y como es un actor sin cohibiciones, capaz de expresar sin pudor la vulnerabilidad masculina, el triunfo es absoluto. Por algo es que abre con “Werther” el ciclo de la Ópera de París, en enero de 2010.
La Carmen de la simpática debutante Anita Rachvelishvili (25 años), cantante exigida por Barenboim, sorprende por su madurez. Recuerda la voz de Grace Bumbry, aunque no su personalidad. Graves de peso, centro amplio y generoso, facilidad en los agudos, aparte de musicalidad fuera de discusión. Su “Aria de las cartas” tuvo toda la profundidad que se espera. Está hecha para Éboli y Dalila, si bien en ambos casos tendrá que cuidar el porte y la elegancia. Como actriz es convincente en esta Carmen poco sensual, agreste y desmañada, que baila poco y que al final, hastío de por medio, parece ya no tener energía ni para seguir con Escamillo ni para vivir un día más. De hecho es ella quien le entrega a José en cuchillo con que éste la degüella. El torero fue Erwin Schrott, quien en Santiago cantó papeles como Sparafucile (1997), Ramfis (1997) y Ferrando (1998), cuando era un desconocido. Ahora es una estrella y lo hace saber. Su entrega abruma por su vigor. La pelea con Don José, donde sólo este último tiene puñal en sus manos, es un acto de dominación al filo del erotismo. Uno se llega a olvidar de las cinco máscaras venecianas convertidas en capas de toreo que lo siguen por donde va.
Finalmente, es una lástima que Micaela sea tratada tan mal por la régie; agrava las cosas que la soprano Adriana Damato, de material interesante, no canta bien: falta de línea, frases cortas, imprecisión musical. Fue abucheada, la pobre, aunque menos que la señora Dante. Esta última, tal como lo prometió, llevó un vestido con mangas aladas. Dijo que era para escapar volando, “como un halcón o como una bruja”, en caso que desaprobaran su trabajo. Barenboim salió con ella a saludar para protegerla, pero los amigos de loggione fueron inmisericordes.