Ya van más de seis meses en paros y protestas. Las manifestaciones de los estudiantes demandando una mejor calidad y educación gratuita han copado la agenda, pero otros indignados se han sumado reclamando la no construcción de Hidroaysén, la legislación del matrimonio homosexual o la reforma a las isapres.
Motivos no faltan, porque pareciera que la ciudadanía se ha empoderado y ha resuelto salir a la calle a gritar contra abusos, desigualdades y discriminación.
La antropóloga Sonia Montencino tiene una mirada singular frente a este fenómeno. A su juicio lo que se observa en la calle es una revolución, pero una “revolución cultural de la clase media”, que todavía no logra cimentar un cuestionamiento profundo al sistema y su estructura, ni plasmar un discurso sobre qué “modelo” es el que debería ser construido en la sociedad chilena.
La académica de la Universidad de Chile señala que para poder entender la complejidad de lo que está pasando se debe retroceder hasta la dictadura, donde se inicia una reflexión sobre la democracia y los derechos de grupos como las mujeres, los indígenas y los jóvenes. Ahí no sólo se debate sobre un escenario político, sino que también cultural que transforma esto en movimientos que logran insertar sus demandas en la institucionalidad estatal durante los gobiernos de la Concertación.
“Por ejemplo, en los 90 los derechos de las mujeres se concretizan en el Sernam, el Estado, que recogen estas reivindicaciones y las convierte en una política pública. Y así aparecen normas contra la violencia contra la mujer, la legitimidad de los(as) hijos(as), entre otras cosas”, explica.
Pasa lo mismo con los jóvenes, y los indígenas indica, y agrega que la complejidad de esto radica en que por el fenómeno de la globalización, todas estas identidades se refuerzan. No sólo serán esas identidades, sino las de las tribus urbanas que si bien no alcanzan una modulación política, se expresan de manera cultural en un lenguaje de los cuerpos con la aparición de los punks, los pokémones, los tatuajes y otro tipo de manifestaciones.
-¿Por qué durante los gobiernos de la Concertación no alcanzan la expresión que tienen hoy?
“Porque la Concertación manejó muy bien los rituales políticos. Había un juego republicano en el cual las demandas eran canalizadas a través de ese gesto tan chileno de crear comisiones, en las cuales se reunían los diversos actores involucrados y se escuchaban las reivindicaciones que luego se transforman”.
-¿Y el cuidemos la democracia primaba?
“Por supuesto, y de alguna forma, los distintos actores no podían decir que no estaban siendo escuchados. Sobre todo en un país con un déficit de participación, de debate, de reflexión amplia en todos los niveles, de alguna manera, la gente se sentía participando en la creación de políticas públicas.
“Lo que ha ocurrido ahora es que ese ritual, ese ceremonial republicano que la Concertación manejó muy bien, se perdió. Ahora, muchas de las protestas que vemos hoy tienen que ver con la aplicación de políticas que profundizaron las desigualdades. Y esas desigualdades en un escenario donde la conciencia de los derechos sí está asentada en la ciudadanía emergen como “malestares”y protestas”.
-¿Estamos hoy frente a indignados mundiales o grupos de interés que defienden sus derechos?
“Si analizamos lo que ha sucedido este último tiempo, vemos que muchas de las expresiones obedecen a las reivindicaciones de la clase media emergente que nació con la Concertación. Esto es “una revolución de la clase media”, aquí no está el mundo popular. La clase media está endeudada y protesta con justa razón, pues para mantener el estatus que le corresponde debe vivir endeudada. Por otra parte, todo aquello que correspondería a la noción de una sociedad solidaria va desapareciendo, el Estado benefactor está en la memoria de muchas generaciones de las clases medias que, por ejemplo, estudiaron gratis, que tuvieron salud gratuita y pensiones relativamente razonables. Esa memoria no desaparece, se transmite transgeneracionalmente.
“No veo un movimiento que quiera cambiar de manera profunda las estructuras sociales, no se ha dado ningún discurso en ese sentido. Hay protestas por el excesivo pago que tienen que hacer las familias, pero no se ve a nadie señalando que está dispuesto a renunciar a sus zapatillas Adidas y al Mp3 a cambio de que la comunidad tenga educación y salud gratuita y pensiones dignas. Eso sería un cambio de horizonte, un cambio de paradigma; pensar en nuevas formas sociales más allá del mercado y en nuevos horizontes éticos y de inclusión amplia de todas las diferencias.
“No se pueden confundir los reclamos de los clientes, por ejemplo contra La Polar y otros, con los movimientos sociales”.
-¿O sea indignados contra los abusos?
“Sí, porque no veo indignados que construyan un nuevo horizonte de sociedad. Yo creo que el sistema está haciendo agua, está agrietado y estos son sus primeros crujidos, y ello se relaciona con las desigualdades tremendas del sistema que hemos construido en Chile. Las desigualdades son demasiadas y llega un momento donde todos estamos enojados por algo. Todos tenemos una cierta rabia, pero no veo a nadie preguntándose cómo mejoramos esto en la globalidad, no se percibe un discurso de cambio de la sociedad, pues más que nada se apunta a los cimientos económicos, no a las éticas de la “buena vida en común”. Escucho y veo más pragmatismo que un lenguaje de cambios de valores sociales”.
-¿Por qué explotó ahora? Hablas de que se perdió el ritual republicano, pero ¿cuánto ha influido el hecho de que estemos ante un gobierno de derecha y un Presidente empresario?
“Mucho y sobre todo simbólicamente. La figura del Presidente es muy importante; los chilenos tenemos un déficit de legitimidad –mi teoría de los guachos- y necesitamos una figura de un padre o una madre que nos acoja en el desvalimiento frente al sistema. Eso ha fallado, porque estamos frente algo muy pragmático y tecnocrático.
“Mi impresión es que mucha gente votó por Piñera porque pensó que un empresario iba a hacerlo mejor que la Concertación, nos creímos que el país era una empresa y no lo es. Eso se aprecia claramente frente al manejo de las eclosiones sociales actuales”.
-¿El movimiento de los estudiantes ha dado pie para que otros expresen su rabia?
“Sí, pero los primeros que partieron fueron los que protestaron contra Barrancones. Ahí se provoca el surgimiento de un tema que hace sentido en la ciudadanía como es el cuidado del medio ambiente”.
-Hablas de ciudadanía y ésta se expresa en las redes sociales. ¿Cuánto ha colaborado ello?
“En eso me iría con cuidado, no se puede decir que ellas son las que han construido estos movimiento sociales. Creo que juegan un papel muy importante de comunicación, pero eso no asegura que el diálogo, la reflexión, se construya y que se expresen ideas profundas, que exista un debate como lo que ocurre con la presencia de las personas, con el cara a cara. ¿Qué ideas profundas pueden verterse en mensajes de sólo son una línea? Las redes sociales canalizan la expresión de una sociedad moderna que no tiene una plaza pública donde juntarse a dialogar, una plaza donde nos veamos las caras y nos toquemos, que nos “afectemos” como seres humanos”.
-Esta ciudadanía tiene en su ADN el individualismo, ¿eso explica que no se haya hecho un cuestionamiento al sistema?
“Sí, pero la construcción de la persona como “cliente” ha comenzado a calar en la sociedad. Posiblemente no se ha hecho un cuestionamiento al sistema en términos globales por ello, aunque siempre vamos a encontrar pequeños grupos de ilustrados que lo hacen. En ese sentido pienso que el feminismo y ciertos grupos de mujeres pueden ser portadores de un sentido de cambio cultural frente a las desigualdades desde un punto de vista humanista y que toca no sólo a las igualdades de género si no a las demás que construyen una vida poco feliz y placentera”.
-Si estamos frente a un ciudadano cliente que ve la solución del problema en la satisfacción de sus demandas y nada más, esto tendrá corta vida.
“Si sólo es un reclamo de clientes y de asuntos pragmáticos sería así, pero creo que hay cosas también más allá de eso y es ahí donde juega esto que digo es el crujido de una revuelta cultural. ¿Dónde están los temas de desigualdad de género, de desigualdades étnicas en estos movimientos actuales? ¿Dónde está la mirada global? Eso indica que se mezcla la idea del cliente con la del que quiere algo más. Los estudiantes paralizan las universidades públicas porque pagan, y aunque sea una paradoja defienden lo público a costa de sacrificarlo. Si de verdad estuviera en cuestión el sistema completo tendríamos a la Católica, a la del Desarrollo, a todos en paro y reclamando lo mismo”.
-Esto es bien desolador.
“No lo veo desolador, yo soy optimista, creo que esto nos sirve para pensar y buscar los espacios de participación, falta en el Gobierno una apertura hacia la construcción de políticas escuchando a la ciudadanía, porque cuando no nos escuchamos surgen los gritos sordos de un lado y otro. Lo que hoy sucede sirve para que cuestionemos el tipo de sociedad en la que vivimos y en la que queremos vivir, nuestras formas de habitar el mundo son las que comienzan a crujir y ello es una oportunidad para dialogar y construir algo nuevo. La mirada solidaria y humanista es lo que tenemos que buscar pues una de las fallas del sistema es el individualismo exacerbado y la segmentación social que hacen que no podamos pensarnos como un todo; todos nos debemos recíprocamente y no decir: este no es mi problema.
“Este momento es un desafío para ver qué es lo que queremos los chilenos y chilenas para el futuro”.