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Enrique ‘Cote’ Evans: “(En la conquista amorosa) Chile es un país adolescente”

Asegura que Latinoamérica se ríe de los chilenos, que dicen que son “ordenaditos” pero fomes, y que aún hay una deuda pendiente en el género masculino, de redefinir los roles en la pareja. “En el siglo XX fue la guerra de los sexos. Hoy, si no hay armonía, si no hay corresponsabilidad, no va a funcionar”, dice un fiel representante -con sus pros y contras- de la generación de los 60.

27 de Noviembre de 2012 | 16:37 | Por Ángela Tapia. F., Emol
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Sebastián Vergara, El Mercurio
Con 60 años casi recién cumplidos, varias programas de tv en el cuerpo, dos revistas que dirige actualmente en su mano y una gran sonrisa, Enrique ‘Cote’ Evans llega a un café en Alonso de Córdoba, del que dice, es su oficina.

Lo pasa bien y se le nota. Entre su programa matutino en radio Oasis, y los varios viajes que debe hacer anualmente por su publicación “Travel Time” y sus asesorías en la Asociación de Agentes de Viaje, tiene tiempo para disfrutar de sus nietos y mantener sólida una relación de 15 años con su segunda esposa, quien le dio el ‘sí’ hace solo dos meses.

“Ella me dijo que no estaba ni ahí con convivir con un viejo de 60 años, así que nos casamos antes de que los cumpliera”, dice el otrora rostro de varios espacios televisivos, entre ellos, “La tertulia”, “Juntos pero no revueltos” y “La Bolsa de Comercio a sus Órdenes”. Hoy, muy orgulloso de su pasado ante las cámaras, recuerda que a veces lo paran en la calle para agradecerle la información que dio en su momento sobre la compra y venta de acciones, a personas que no estaban familiarizadas con el mundo bursátil.

Al ser consultado de por qué ya no está en televisión, asegura que, salvo los canales de cable, hoy no existe un espacio que le acomode en la señal abierta. “Soy un huevón latero al que le gusta la conversa. Entonces para ir a un programa donde te apuran y tienes que pasar a otro y otro y otro tema, no. Actualmente no existe un espacio para las personas de mi generación. Hay para los niños, los jóvenes, los adultos jóvenes, pero, ¿qué hay para los adolescentes adultos, que somos nosotros?”.

-¿Adolescentes adultos?
“Claro. Esto ocurre cuando te conviertes en abuelo y te revitalizas. Te sobreviene una enfermedad benéfica, que es la otitis testicular, que hace que escuches todo pero te hagas el huevón; te empieza a preocupar bastante menos lo que pasa ahora y miras todo a largo plazo, lo proyectas a 10, 15, 20 años más, cuando tus nietos ya vayan a la universidad. Entonces, es como si te dijeran ‘¿supiste que quedó la cagada con esto?’ y uno responde ‘no te puedo creer. Me importa una raja’. Se trata de seleccionar naturalmente las cosas que valen la pena de las que no. Y eso te rejuvenece brutalmente”.

-Empiezas a divertirte.
“Sí, y además, como tienes más tiempo, ver los detalles que te perdiste con tus hijos es un regalo divino. Yo tengo dos nietos y otro por nacer (Gael, Lilú y Martí), y son una gran chochería. Por eso las mujeres después reclaman que los hombres no maduran. Es cierto, no lo hacemos”.

-¿Y por qué no maduran? ¿Les da flojera?
“Hay una razón fundamental, que durante 4 mil 500 años, más o menos, la relaciones entre hombres y mujeres fueron parecidas. Pero a ustedes, justo le tocó en mi generación liberarse. Y en 50 años -que es nada en la perspectiva de la historia de la humanidad-, demostraron que pueden hacer mejor que nosotros todas las cosas que supuestamente eran reservadas para hombres. Por eso nosotros nos quedamos sin saber qué hacer”.

-Bueno, organícense entonces.
“Es una tarea pendiente. Cuando escribí con Marco Antonio de la Parra ‘La sexualidad secreta de los hombres’, le explicaba a él que esto es como estar llegando al final de un primer tiempo de un partido antropológico que ha durado 4 mil 500 años. Las mujeres están dominando el partido y nosotros no sabemos qué hacer. Entonces, queremos que el árbitro toque el pito para poder ir al camarín y ver cómo lo vamos a hacer en los próximos años, porque este esquema ya no da más. Nosotros estamos cagados, porque todo lo que se supone que aportábamos, ya no lo damos. No tenemos idea cuál es nuestro rol, pero tampoco lo conversamos, como ustedes que se juntan a hablar y darse consejos”.

-Ya que mencionas el libro, ¿cuál es la sexualidad secreta de los hombres?
“Es un secreto permanente por descubrir. Las mujeres se ríen y dicen ‘¡qué secreto! Si son pura testosterona. ¡Un palo de escoba les produce ya algo!’, pero existe. Además de esta angustia antropológica de redefinir el rol, hay que sumar que las mujeres, cada día, tienen más sentido de la sensualidad y la libertad, a diferencia de uno, con un estereotipo muy burdo y mal educado del tema, porque la gran mayoría de nosotros se descartuchó con las putas o las empleadas de la casa. Así que había un déficit brutal en el erotismo. Chile, en eso, es particularmente mal educado y básico.
“Por eso es importante definir el rol para el siglo XXI. En el siglo XX fue la guerra de los sexos. Hoy, si no hay armonía, si no hay corresponsabilidad, no va a funcionar”.

-Podrían guiarse por lo que piden las mujeres.
“Sí, que al final del día, entre toda su independencia e igualdad, piden que las contengan, que las cuiden. Pero los hombres también lo quieren, y por eso arrancan de las mujeres muy exitosas, se asustan. En algún momento de mi vida, me pasó que mi mujer ganaba más que yo. Yo era empleado público y mis amigos le decían a ella que yo vivía a costa suya. Yo me reía, porque encontraba la raja tener una mujer que me pudiera solventar mi vocación de servicio público. Pero si hubiera sido más jodido, hubiera estado cagado. Por suerte tengo ese grado de sinvergüenzura”.

-¿Y qué demandan los hombres?
“El control remoto”.

-Claro, qué simples. Y las mujeres, tan brujas, ¿no?
“Te estoy diciendo la pura verdad, te guste o no. Y es la manera masculina de ocultar la angustia. Si ya el trabajo genera cierto estrés, imagina lo que es llegar a la casa y que mientras ves los goles en la televisión, te interrumpan para preguntarte ‘¿a dónde va esta relación? Tenemos que conversar’. Las mujeres dicen que es tan fácil darles en el gusto, pero si ocuparan el tono adecuado, uno más lúdico, me imagino que tendrían más éxito. ‘¿Así que te gusta cómo me queda este vestido? Entonces, hablemos antes de esto y esto otro’”.

-¿Qué extrañas más de la vieja escuela, de los ritos de conquista del siglo XX? Hay algunas cosas que parece que se han perdido.
“Sí. Los ritos son demasiado importantes desde el punto de vista de la sensualidad. Nosotros en ese sentido somos muy torpes. Lo que hoy prima es el hacer todos los procesos rápido, el ‘hagámosla cortita’, y, en ese sentido, Chile es un país adolescente. Los latinoamericanos se ríen de nosotros; dicen que no somos latinos, que somos otra cosa, ordenaditos, pero fomes. Eso no existía en el Chile de mi generación, cuando éramos un país pobre y provinciano. Aunque seguimos siendo provincianos de cabeza”.

-¿Qué anhelas del romanticismo de tu generación?
“Considerar que la conquista es entretenida. Declararse, por ejemplo. ¿Te das cuenta lo que es eso? Pensar en qué momento se lo dices, cómo, confesárselo a la amiga antes para que te diera ciertas pautas a seguir… Es una obra de teatro. Entonces ahora vienen con el ‘hagámosla cortita’, haciéndolo más aburrido sin el prólogo. Por eso es que hay mucha desilusión y molestia dando vuelta.
“Cada pareja y cultura tiene determinados ritos, que son maneras que dan encanto y que se resumen en el tiempo que se da para hacer las cosas y que sean placenteras. No es lo mismo tomar un vino de la copa, que tomar su botella, mirar la etiqueta, darle vueltas, sentir como cae, meter la nariz a la copa y esperar a que dé lo mejor de sí. Hacerla cortita es privarse por una cuestión de ansiedad”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Volar aviones ultralivianos se transformó en un vicio encantador. Son aviones de tela, con motor, que pesan un poco más que uno. Es algo sublime, porque andar dando vueltas allá arriba, escuchando música, es muy orgásmico”.
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