“Gran parte de lo que soy ahora se lo debo a mi colegio”, dice Iván Álvarez de Araya (35). El mismo actor que interpreta a Carlos Valdivia, el profe Charlie, en la cruda serie
“El reemplazante” (TVN), recuerda con cariño su etapa escolar, que, aunque fue bastante violenta, formándose entre puros hombres que practican el bullying como por inercia, hoy se ríe de los combos recibidos y repartidos y valora profundamente las amistades que conserva.
De hecho, acaba de llegar de Europa, donde además de ir a presentar la obra “Amores de cantina” a Cádiz, visitó a un viejo compañero de aula que lo llevó en auto desde España hasta a Suecia. Allí se encontró con la gran comunidad chilena que vive en el nórdico país, que lo llenó de preguntas sobre “Los archivos del cardenal” -donde interpretó al torturador de la CNI, Mauro Pastene-, y del profe Charly, derivando las conversaciones en las desigualdades de la educación chilena.
“Es fuerte ver cómo están más informados que uno de lo que pasa en Chile, aunque ellos tengan su vida hecha allá. Por eso encuentro súper injusto que no puedan ni votar, con todo el cariño que le tienen al país”, dice Iván, antes de asegurar que se sintió como un diplomático en Suecia, entre tantos detalles y amabilidad que mostraron los chilenos allá. “Fuimos a una radio que hace la colonia y a una fiesta chilena, donde no me dejaron ni comprar una cerveza. Imagínate”.
Lo quieren, y no es por nada. Además de esos dos personajes que parecen ser clave en distintos episodios históricos del país, se le suman a su carrera, entre otros, Vicente Huidobro (“El vuelo del poeta”), el Padre Hurtado (“Alberto, ¿quién sabe cuánto cuesta hacer un ojal?”) y Roberto Parra, trabajando 4 años con Andrés Pérez, más 8 más que permaneció en el Gran Circo Teatro.
Amante de la música, tiene su banda Jack Daniel y ya grabaron una maqueta con miras a lanzar su primer disco el próximo año. Tanto esto como la actuación plantaron su semilla en sus años de pingüino, en el Colegio Claretiano de San Miguel, entre los talleres de teatro y los partidos interescolares con las niñas de los colegios de monjas haciendo barra. Años que dejaron enseñanzas imborrables para él.
“Hasta el día de hoy tengo muy buena relación con mi profe jefe del último año, María Angélica Correal, que ha sido mi fan hasta ahora. Siempre me manda buena onda y me va a ver a todas las obras. Y hay cosas que hasta hoy recuerdo y me siguen emocionando. Uno cuando es chico quiere saberlo todo y un día, fuera de clases, en el pasillo, le preguntamos al profe de filosofía cuál era el sentido de la vida. Él de forma muy simple, nos contestó: ‘Bueno, si vinimos por un acto de amor, yo creo que ése es el sentido de la vida; vinimos a amarnos. Al principio fue como ‘ah, ya. Chao’. Pero con el paso del tiempo nos hizo a todos mucho sentido”.
-Siempre está ese profe buena onda, el que parece abrirle los ojos a los alumnos.“Sí. Él siempre nos echaba la talla y nos decía 'chiquillos, cuando se acuesten con una niña, por lo menos pregúntenle cómo se llama' (ríe)”.
-Otro maestro importante debe haber sido Andrés Pérez.“Claramente. He tenido la suerte de tener buenos maestros en la vida. Andrés Pérez y Ricardo Larraín, como mi maestro audiovisual. Andrés lo fue no solo por mostrarme el teatro, sino que cómo se vive el teatro; que si había que encontrar a un personaje, se buscaba entre todos los actores, incluyendo al director y al dramaturgo. No es que venga alguien a decir ‘tú eres Hamlet y tú, Ofelia’. Hay una creencia hindú que dice que los personajes son deidades, y que son ellas las que te eligen a ti, se te presentan. Y yo he sido muy afortunado de que se me presentaran personajes que tienen incidencia”.
-¿Esas deidades te enseñaron cosas?“¡Por supuesto! Por ejemplo, tengo una conexión súper fuerte con el tío Roberto, hasta el día de hoy. Con doña Catalina Rojas, su viuda, somos casi íntimos porque tenemos una cercanía rara, como si hubiéramos sido pareja en algún momento (ríe). Él me dejó el lado chicha, como decía él: ‘el hueveo en serio’, como si eso fuera algo tan importante, que hay que huevear y dejar de tomarse todo tan grave. Y también, que hay que tener un momento de mandar todo a la chucha. Esa filosofía robertiana la he mantenido hasta ahora. El pasarlo bien, la fiesta, el coqueteo”.
-Algo muy distinto a lo que te habrá dejado Mauro Pastene…“Si lo evaluamos desde el punto de vista positivo, creo que me ayudó a entender a ese tipo de personas, a cómo se puede llegar a hacer eso; cómo un hombre que jura por la bandera que va a proteger a los suyos, puede llegar a matar a uno de ellos. Logré entender el mecanismo de internación de información que ocuparon -aún cuando no esté de acuerdo- y creo que fueron robots programados para matar a quien sea. Sembrar información en un cuerpo militar es mucho más fértil, porque están educados para hacer caso al que está arriba suyo, no van a cuestionar nada. Y eso es lo peligroso”.
-¿Qué podrías decir de Alberto Hurtado o Vicente Huidobro? Otros personajes que son bastante potentes en la cultura chilena.“Con el Padre Hurtado, cuando lo interpreté, pasó algo curioso. Lo habían canonizado hace muy poco y yo estaba tratando de actuar al santo, pero eso es imposible. Así que Ricardo Larraín, que me fue a ver a una función de ‘La negra Ester’, me dijo: ‘Ponle del tío Roberto’. Y claro, fue más fácil construir al personaje desde ahí, porque el Padre Hurtado también tenía esa devoción por la vida, también se reía, se tomaba sus copetes, era chucheta… ¡Si era humano!
“De Huidobro, además de que siempre me ha gustado la poesía, creo que fue un revolucionario, un punk de su época”.
-Siendo músico, debes tener tu lado rebelde también.“Sí, es algo absolutamente asumido. No me gustan las normas que no benefician a todos. No me gusta la injusticia, no entiendo por qué los curas, que son los menos competentes para hablar del sexo -porque no ocupan el suyo-, tengan que hablar de la píldora del día después. En ese sentido, soy punk y puedo mandar a la chucha a todos. Quizás en otro momento de mi vida pasé por la etapa de sexo, drogas y rock and roll, pero ahora estoy muy viejito”.
-¿Así que te portabas mal antes?“O sea, no más que un hombre normal. Pero ahora estoy rehabilitado”.
-¿Mujeriego?“Depende de qué etapa. Uno a veces está solo y busca más compañía. Yo llegué a tener siete pololas al mismo tiempo; una para cada día de la semana. Después me empecé a dar cuenta de que igual era complicado, porque, si bien se trata de ser amigos con ventaja, sigue siendo una relación. Es heavy”.
-Volviendo a los maestros, tu padre, ¿qué te dejó?“Creo que el amor por su familia y por los demás, aún cuando no hayan sido de su propia sangre. Mi papá y mi mamá estuvieron casados cada uno por su lado, antes de estar juntos y casarse y tenerme a mí. Por eso siempre he dicho que soy fruto de la esperanza del amor (ríe). Pero las hijas de mi madre siempre fueron consideradas hijas por él. Otros valores fueron la tolerancia, la igualdad, la fraternidad, la libertad. Bueno, sigo su camino también. Soy masón, porque él lo fue. Me encanta ese amor por la sabiduría, por conocer, por ser mejor ciudadano”.
-¿Tu hija, Safira, qué te enseña?“Todo. Los niños hoy vienen con una sabiduría como de otro lado. Hay muchas cosas que te enseñan sin que ellos sepan que lo están haciendo. Un día le dije a mi hija que no me gustaba que viera esos programas de baile de la tarde, que yo creía no le dejaban nada. Y me contestó: ‘Bueno, papá, tal vez no tenemos los mismos gustos’. Me mató. Ya tiene 12 años. Está gigante, entrando a la adolescencia, y debo decir que ya compré una escopeta”.
-Preparado para cuando venga el primer pololo…“Sí, la escopeta está cargada (ríe)”.
-¿Cuál es tu vicio privado?“Me gustan harto las guitarras. Me encantaría tener mucha plata y comprarme un montón. También me gustan las espadas, los cuchillos. Es que toda la vida me han gustado las artes marciales y hasta hace poco practicaba kendo y mi hija hacía haikido, así que siempre me han gustado las katanas y las armas. Tengo colección de cuchillos”.
-Para el futuro pololo.“Sí. Yo le digo ‘Safira, tú le tienes que decir a tu primer pololo que yo soy karateca’ (ríe).