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"Me atreví con Tinder", una experiencia en primera persona con la app

En tiempos en que las relaciones virtuales están a la orden del día –y el mercado de solteros está cada vez más precario- Tinder parece satisfacer las necesidades de quienes trabajamos mucho y/o ya agotamos los recursos de conocer de manera tradicional a una posible cita. Yo ocupé la app y esta es mi experiencia…

09 de Junio de 2015 | 11:53 | Por Natalia Martínez
-¿Me estás corriendo mano?, le pregunté al borracho que estaba frente a mí. -No, me contestó. –Esto es correrte mano, dijo mientras tenía el descaro de manosearme. Yo, perpleja, no sabía cómo reaccionar. ¿Quién me había mandado a entrar en la casa de un tipo que apenas conocía –y del que no sabía que se caía al frasco-? De pronto, lo recordé; Tinder.

Llevaba un tiempo soltera y mis nuevas conquistas habían sido un fracaso. Mientras uno de ellos resultó ser un mujeriego y potencial víctima de una ETS, el otro fue un ser huraño que me obligaba a ver el resumen de los goles los domingos. Por ende, next.

-¿Y por qué no bajas Tinder?, me dijo mi mejor amiga. Me daba monos, lo admito. Eso de poner mi foto para que otros hombres juzguen si soy apetecible o no, me hacía sentir cosificada y “ofrecida”. Pero dado que el mercado de solteros estaba algo deficiente, me atreví. Además, una amiga de una amiga de mi amiga, parece que se había terminado hasta casando con alguien que conoció en la app. Y no es que yo tenga el vestido de novia en la cartera, pero dado el éxito que alguien parecía tener, se sentían buenos augurios.

De un universo estimado de más de 50 millones de personas usando la app mensualmente en el mundo, parece que no soy la única humana que no tiene mucho tiempo –ni suerte- de conocer pretendientes a la manera tradicional –más del 85% de los usuarios de Tinder tienen entre 18 y 34 años-. Además, Chile ocupa el n° 18 en el ranking de usuarios (los primeros dos son EE.UU. y UK), así que la oferta no iba a estar tan pobre, menos si la aplicación había comenzado su versión plus, que daba incluso la oportunidad de buscar gente en otros países –just in case- pensaras viajar a ese destino próximamente. Así que, ¡me lancé!

La oferta: hombres con armas, harto abdominal y deportistas extremos

Con timidez y muchas dosis de inseguridad, bajé la app. Total, era gratis. Y bastaba sincronizarla con mi Facebook para crear una cuenta. Tras elegir un par de fotos mías que consideraba decentes, me lancé a la aventura de descartar y elegir hombres.

De 26 millones de matches -¡al día!- que tiene mundialmente la app, según cuentan en Tinder, un medio estadounidense calculó la terrorífica cifra de 988 rechazos diarios, algo que entendí al comenzar con la dinámica del “nope” y “like”.

Fueron mucho más los rechazados, y no es que sea exigente, ¿ok? Convengamos que fueron aquellos que tenían de perfil fotos con armas (sí, pistolas), otros muchos cuyas imágenes consistían únicamente en selfies que enfocaban solo sus marcados abdominales, y otros que, si me piden sinceridad, tenían cara de psicópata. Otros varios, no sé por qué, únicamente tenían fotografías esquiando, surfeando o tirándose en paracaídas. Todo bien, pero al menos para mi gusto, demasiada acción y propaganda de “soy aventurero y extremo, nena”.

Pero así como había sujetos de esa calaña, encontré otros seres humanos bastante guapos, con fotos normales, con sonrisas sinceras y lindos ojos que invitaban a poner “like”. Los match –que es cuando coincidentemente,  a alguien que te gustó también le gustaste-, comenzaron a aparecer y así, se abrió la posibilidad de chatear con ellos, saber qué hacían, algo de sus gustos y si había algo de química, aunque fuera virtual.

-¡Tinder es solo para tener sexo!, aseguró y recontrajuró un amigo al que le comenté de mi experimento. A lo que le contesté: “Ok, supongo que tan malo no está eso, pero que sepas que la amiga de una amiga de mi amiga se terminó casando con un tipo que conoció en Tinder. De hecho, fui a su matrimonio (mentí para que mi argumento tuviera más peso)”.

Mis tinder-citas, un curioso y a veces aterrador viaje a lo desconocido

Hubo varios match que no pasaron de la fase de chat. A veces la conversación se iba poniendo monótona y ahí quedaba, olvidada en el camino. Hubo algunos que se enojaban porque no les contestaba al tiro, pero fueron inmediatamente borrados, utilizando la opción que entrega la app para “cancelar la compatibilidad”. Si se ponían así antes de conocerme en persona, no quería ni saber cómo serían después. Pero aquí me detengo para hacer una apreciación algo conspirativa: el sistema de chat de la app es lento y creo fervientemente que los creadores de Tinder lo hicieron así a propósito, para que una se desespere con la lentitud y termine pasando a la etapa siguiente, que es compartir el Whatsapp con la “posible cita”, con tal de hacer la conversación más expedita.

Así terminé saliendo con tres hombres, a los catalogaremos como: “el que andaba en Chile de paso” (de esos hay muchos), el olvidadizo y el borracho.

Partiremos por “el que andaba en Chile de paso”:

Mi primera tinder-cita fue con un extranjero. Tal vez, por la vergüenza que me daba el tener gente en común que pudiera saber que me encontraba con hombres desconocidos que conocí en mi celular.

Cometí el error de acceder a que me visitara en mi departamento, por lo que tuve que prepararle un picoteo ad hoc y aguantar que se terminara quedando a dormir en el sofá cama, porque según él, estaba algo bebido para manejar. Resultado: Estuvo bien, me reí mucho, pero no me gustó despertarme y ver que un casi desconocido dormía en mi living, y que para colmo, le tuve que preparar hasta desayuno.

El siguiente, fue "el olvidadizo". Apellido: Nunca me lo dijo. Profesión: Abogado de un lugar que no mencionaré aquí para evitar demandas. La cita: Salimos tres veces, y las dos últimas se concretaron gracias a sus descuidos de dejar cosas de él en mi departamento, y teniendo así la excusa perfecta para “volver a visitarme”. Ok, aún no aprendía que lo de conocer desconocidos en mi departamento no era buena idea.

Resultado: No quise verlo más, porque comprendí que en algunas ocasiones, mi amigo que decía que Tinder era “solo para sexo”, podía tener razón y la cita en cuestión tenía un par de mañas, como doblar sus calzoncillos apenas se los sacaba, tal como Mark Darcy en “El diario de Bridget Jones”, solo que él no era Mark Darcy de “El diario de Bridget Jones”.

Creyendo haber aprendido de mis errores, mi siguiente cita fue en un restaurante. El problema es que esta vez, me pasaron a buscar, y el que manejaba, era “el borracho”.

Llegó sobrio a la puerta de mi edificio, cosa que hoy, agradezco. Fuimos a un restaurante cerca de su casa, así que se estacionó en su hogar y partimos caminando. La cita fue con comida rica, conversación fluida y chistes que iban y venían, al igual que las copas de vino. Resultado: Lo llevé tambaleándose a su casa, desde donde claramente llamé un radiotaxi, no sin antes, convencerlo de que me dejara partir, mientras me manoseaba y sí, me corrió mano vilmente. Aún lo recuerdo apoyado en la entrada de su casa, gritando que anotaran a su cuenta lo que saliera el taxi (algún signo extraño de caballero parecía quedar en él). Por mi parte, solo me preocupé de decirle al chofer: “¡Acelere!”.

Conclusión.- Sí, necesito tres porrazos para aprender mis lecciones, así que moraleja: Nunca, jamás, se junten en una casa para conocerse. Tampoco, aunque parezca cómodo, dejes que te pasen a buscar; cada uno por su lado debe llegar a un lugar público y neutral. Pide datos, ¿no te da el Facebook ni su apellido? Sospechoso… Y tres, esto es como los juegos de azar.

Generalmente, nadie cercano se gana el Loto, pero siempre escuchas que alguien conoce a alguien que se hizo millonario así, mientras nosotros nos quejamos que no ganamos nunca nada y que por eso ya no botamos nuestro dinero apostando en nuevos sorteos de números o raspes o lo que sea. Pero para poder ganar, alguna vez que sea, hay que jugar.
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