Testimonios de nuestros lectores
Martes 2 de marzo de 2010
Tomé me salvó la vida
Por Camila Francisca Hernández Olivares, 15 años
Tras el terremoto, Camila alcanzó a correr cerro arriba junto a su familia. Horas antes, estuvo a punto de partir a una fiesta en Dichato, pueblo que quedó totalmente devastado. Su madre le impidió partir y la salvó de una peligro mayor.
Fuente: Mario Quilodrán El Mercurio.
Tomé y Dichato son parte de las zonas más perjudicadas por el terremoto del sábado.
Tomé y Dichato son parte de las zonas más perjudicadas por el terremoto del sábado.
No recuerdo la hora en que empezó. No sé a qué hora me dormí. Terminó de cantar Arjona y me acosté y dije: No hay nada como dormir en mi camita... luego unas dos horas después, más o menos, desperté en mi litera con un fuerte zamarrón, todo para todos lados. Había un ruido infernal, pensé lo peor. Gracias a Dios reaccioné de una forma magnífica, tiré la tapa hacia atrás, salté de mi litera y como siempre dejaba mi ropa a los pies de la cama de mi hermano, me vestí en cosa de segundos mientras todos los muebles, televisor, notebook, ropa, caían y caían en mis piernas, en mis brazos, luego atiné a tomar mi hermano de siete años, que estaba asustado durmiendo en la cama de abajo del camarote. Era desesperante el no poder mantenerse en pie, el ver a mi hermano enredado en el cable de la tele y no poder sacarlo. Hasta que, por fin, salió y yo corrí por las llaves para abrir el portón, no pensé dos veces.
Mi mamá, mi papá y mi otro hermano, aún menor, quedaron más atrás. Nunca antes había encontrado tan rápido la llave, nunca había abierto el candado tan rápido.
Salí corriendo por las calles, viendo a la gente desesperada gritando, mientras aún el terremoto nos afectaba y las casas estaban destruyéndose, los muros cayendo al suelo, gente gritando, señoras con sus hijos preguntando qué hacer. Sólo corrí las dos cuadras que hay desde el centro, donde vivo, hasta el cerro más cercano. Mi hermano de siete años corría como nunca. La desesperación la contuve y sólo sabía en ese momento correr y clamarle a Dios por piedad. En ningún momento pensé que venía el fin del mundo, tampoco me atacó el miedo, porque sabia que Dios me cuidaría y protegería.
Corrí como nunca, cuadras y cuadras subiendo por el cerro; cuando ya no podía más empujaba a mi hermanito para que tuviera más fuerzas que yo para seguir corriendo. Vi a mucha gente. ancianos, niños, etcétera, corriendo igual que yo.
Los autos subían a grandes velocidades por las calles del cerro, hasta que escuché una bocina, la reconocí de inmediato, era la de mi viejo amado. Mi papá logró sacar el auto y subió a mi mamá que venia con Matías, mi hermano de dos años, corriendo por el cerro y luego nos tomaron a nosotros mucho más arriba. En ese momento me di cuenta que mis piernas estaban todas destruidas, heridas, rasguñadas, rotas por las cosas caídas y seguí pidiéndole a Dios que no nos desamparara, sabía nuestro destino, subiríamos al cerro más alto y llegaríamos a la casa de mi tía. Llegamos y aún seguía temblando, no paraba, cada 5 minutos los zamarrones, los movimientos... Estábamos en shock, no teniamos señal, no sabía de mis abuelos, de nadie.
Luego, pasadas las horas, bajamos hasta mi casa, que había quedado abierta. Cuando íbamos bajando pasábamos por afuera de la escuela donde se encontraba trabajando mi abuelo de nochero, nosotros ya pensábamos que el había ido en busca de mi abuela y su hija, pero cuando doblamos y vimos su furgón pensé lo peor, pero gracias a Dios el estaba ahí. Sin embargo, se le habían perdido sus llaves y no pudo sacar su furgón.
Era desolador ver todo en el suelo. Estábamos ahí, esperando con mis otros dos hermanos en el auto a mis padres que estaban dentro de la casa sacando cosas, cuando pasaron los marinos alertando que el mar se estaba recogiendo. Atiné a tocar el timbre y me acordé que la luz estaba cortada, así que corrí adentro y les grite ¡Tsunami, tsunami! ¡Vamos, vamos! Y salieron corriendo. Desesperados, pensando en mi abuelo que estaba en el centro, subimos por el mismo cerro donde salí corriendo luego del terremoto, pensando que nuestra casa iba a quedar toda bajo el agua.
Los nervios comenzaron a comerme, pensando en mi abuelo, subimos y me tranquilicé un poco al ver a mi hermano más chico tan tranquilo, vi a una amiga en un bus y me tranquilizó aún más. Llegamos a la casa de mi tía y nos juntamos todos.
Hoy, a cuatro días del terremoto, es sorprendente ver Tomé, todo está "tranquilo" en comparación con otros lugares, no pasó nada. Dios tuvo muchísima misericordia. Es sorprendente pensar que a quince minutos de Tomé, el balneario de Dichato desapareció, que en Penco, al sur de Tomé, el mar llegó hasta la plaza y habían muertos en las calles. Talcahuano, no muy lejos e mi pueblo, quedó devastado y Concepción, más que un lugar azotado por un terremoto, parece una guerra. Y en Tomé, más allá de los saqueos de supermercados y unos pocos desórdenes, no hay nada más que eso, nada.
En la casa de mi tía habemos 24 personas, 6 familias; ayer se fue una, hoy ya somos 21, pero tenemos muchos alimentos, agua cerca en vertientes limpias, harina, abrigo, y permanecemos tranquilos por las catástrofes que aun pueden suceder.
Las réplicas, que cada vez son mas lejanas, son a veces muy fuertes y otras casi desapercibidas. Nos atemorizan, pero a pesar de todo estamos bien tranquilos, orando en cada momento, por los conocidos y amigos con los que no tenemos comunicación.
Ayer nos pudimos comunicar con un familiar, el hermano de mi mamá, que estaba en Aysén. El hecho de pensar en lo desesperado que estaba por nosotros me tenía aún más inquieta. Y tenemos en mi familia un desaparecido, el otro hermano de mi mamá, Ramon Rodrigo Ríos Ceballos, de 25 años, estatura alta, rubio y dueño de un auto azul Chevrolet Spark, es de Concepción. Es lo único que realmente nos tiene preocupados hasta ahora, ya sabemos de todos nuestros familiares más cercanos y yo de mis amistades, pero esto nos tiene desolados.
Los traumas son horribles. Ayer, una avioneta explotó a más o menos un kilómetro de donde estamos y corrimos desesperados para saber qué pasaba. Cuando comencé a entrar en razón, la desesperación, la mente y la imaginación me empezaron a carcomer por dentro, no quería seguir avanzando, el solo hecho de pensar que ahí, donde había caído la avioneta había cuerpos de personas muertas, quizá sin partes de sus cuerpos o pidiendo auxilio, me dejó bloqueada por mucho rato.
Tengo pánico de volver al centro, el solo hecho de pensar que tengo que volver a mi casa y acostarme a dormir con toda la tranquilidad y que de repente pueda venir una catástrofe como la del sábado me da pánico, ganas de llorar, de salir corriendo. Cierro mis ojos y se me viene a la mente de inmediato el ruido, el mover de los suelos, el correr, los gritos, la desesperación. No creo poder con eso. Quiero que sólo sea una pesadilla, despertar y que todo sea normal. En tanto, le doy gracias a Dios por los días de mi vida, porque en mi comunidad no pasó nada más grave, creo que sólo tres muertos y pocas inundaciones. No es nada comparado con las otras ciudades, como Constitución o Dichato.
Esa noche, la del terremoto, iba a ir a una cumpleaños en Dichato, tenía permiso y me iba a empezar a arreglar cuando mi mamá se me acercó y me dijo que mejor no fuera y me quedara en la casa. No sé por qué, pero ni siquiera reclamé, le dije bueno y me fui a mi pieza con mi hermano a ver tele. Ahora entiendo todo, Dios realmente me ama y me dejó en mi comuna, en mi casa, en mi cama, para que así mi vida no peligrara, para así no alterar a mi familia.
Ahora, simplemente, espero que el tiempo pase luego y que todo esto no siga avanzando. En cuatro días tanta muerte, desgracia... Parece una guerra con desastres naturales, esperemos que en la brevedad todo esto se solucione y solo quede como un capítulo superado por todos.
Mi mamá, mi papá y mi otro hermano, aún menor, quedaron más atrás. Nunca antes había encontrado tan rápido la llave, nunca había abierto el candado tan rápido.
Salí corriendo por las calles, viendo a la gente desesperada gritando, mientras aún el terremoto nos afectaba y las casas estaban destruyéndose, los muros cayendo al suelo, gente gritando, señoras con sus hijos preguntando qué hacer. Sólo corrí las dos cuadras que hay desde el centro, donde vivo, hasta el cerro más cercano. Mi hermano de siete años corría como nunca. La desesperación la contuve y sólo sabía en ese momento correr y clamarle a Dios por piedad. En ningún momento pensé que venía el fin del mundo, tampoco me atacó el miedo, porque sabia que Dios me cuidaría y protegería.
Corrí como nunca, cuadras y cuadras subiendo por el cerro; cuando ya no podía más empujaba a mi hermanito para que tuviera más fuerzas que yo para seguir corriendo. Vi a mucha gente. ancianos, niños, etcétera, corriendo igual que yo.
Los autos subían a grandes velocidades por las calles del cerro, hasta que escuché una bocina, la reconocí de inmediato, era la de mi viejo amado. Mi papá logró sacar el auto y subió a mi mamá que venia con Matías, mi hermano de dos años, corriendo por el cerro y luego nos tomaron a nosotros mucho más arriba. En ese momento me di cuenta que mis piernas estaban todas destruidas, heridas, rasguñadas, rotas por las cosas caídas y seguí pidiéndole a Dios que no nos desamparara, sabía nuestro destino, subiríamos al cerro más alto y llegaríamos a la casa de mi tía. Llegamos y aún seguía temblando, no paraba, cada 5 minutos los zamarrones, los movimientos... Estábamos en shock, no teniamos señal, no sabía de mis abuelos, de nadie.
Luego, pasadas las horas, bajamos hasta mi casa, que había quedado abierta. Cuando íbamos bajando pasábamos por afuera de la escuela donde se encontraba trabajando mi abuelo de nochero, nosotros ya pensábamos que el había ido en busca de mi abuela y su hija, pero cuando doblamos y vimos su furgón pensé lo peor, pero gracias a Dios el estaba ahí. Sin embargo, se le habían perdido sus llaves y no pudo sacar su furgón.
Era desolador ver todo en el suelo. Estábamos ahí, esperando con mis otros dos hermanos en el auto a mis padres que estaban dentro de la casa sacando cosas, cuando pasaron los marinos alertando que el mar se estaba recogiendo. Atiné a tocar el timbre y me acordé que la luz estaba cortada, así que corrí adentro y les grite ¡Tsunami, tsunami! ¡Vamos, vamos! Y salieron corriendo. Desesperados, pensando en mi abuelo que estaba en el centro, subimos por el mismo cerro donde salí corriendo luego del terremoto, pensando que nuestra casa iba a quedar toda bajo el agua.
Los nervios comenzaron a comerme, pensando en mi abuelo, subimos y me tranquilicé un poco al ver a mi hermano más chico tan tranquilo, vi a una amiga en un bus y me tranquilizó aún más. Llegamos a la casa de mi tía y nos juntamos todos.
Hoy, a cuatro días del terremoto, es sorprendente ver Tomé, todo está "tranquilo" en comparación con otros lugares, no pasó nada. Dios tuvo muchísima misericordia. Es sorprendente pensar que a quince minutos de Tomé, el balneario de Dichato desapareció, que en Penco, al sur de Tomé, el mar llegó hasta la plaza y habían muertos en las calles. Talcahuano, no muy lejos e mi pueblo, quedó devastado y Concepción, más que un lugar azotado por un terremoto, parece una guerra. Y en Tomé, más allá de los saqueos de supermercados y unos pocos desórdenes, no hay nada más que eso, nada.
En la casa de mi tía habemos 24 personas, 6 familias; ayer se fue una, hoy ya somos 21, pero tenemos muchos alimentos, agua cerca en vertientes limpias, harina, abrigo, y permanecemos tranquilos por las catástrofes que aun pueden suceder.
Las réplicas, que cada vez son mas lejanas, son a veces muy fuertes y otras casi desapercibidas. Nos atemorizan, pero a pesar de todo estamos bien tranquilos, orando en cada momento, por los conocidos y amigos con los que no tenemos comunicación.
Ayer nos pudimos comunicar con un familiar, el hermano de mi mamá, que estaba en Aysén. El hecho de pensar en lo desesperado que estaba por nosotros me tenía aún más inquieta. Y tenemos en mi familia un desaparecido, el otro hermano de mi mamá, Ramon Rodrigo Ríos Ceballos, de 25 años, estatura alta, rubio y dueño de un auto azul Chevrolet Spark, es de Concepción. Es lo único que realmente nos tiene preocupados hasta ahora, ya sabemos de todos nuestros familiares más cercanos y yo de mis amistades, pero esto nos tiene desolados.
Los traumas son horribles. Ayer, una avioneta explotó a más o menos un kilómetro de donde estamos y corrimos desesperados para saber qué pasaba. Cuando comencé a entrar en razón, la desesperación, la mente y la imaginación me empezaron a carcomer por dentro, no quería seguir avanzando, el solo hecho de pensar que ahí, donde había caído la avioneta había cuerpos de personas muertas, quizá sin partes de sus cuerpos o pidiendo auxilio, me dejó bloqueada por mucho rato.
Tengo pánico de volver al centro, el solo hecho de pensar que tengo que volver a mi casa y acostarme a dormir con toda la tranquilidad y que de repente pueda venir una catástrofe como la del sábado me da pánico, ganas de llorar, de salir corriendo. Cierro mis ojos y se me viene a la mente de inmediato el ruido, el mover de los suelos, el correr, los gritos, la desesperación. No creo poder con eso. Quiero que sólo sea una pesadilla, despertar y que todo sea normal. En tanto, le doy gracias a Dios por los días de mi vida, porque en mi comunidad no pasó nada más grave, creo que sólo tres muertos y pocas inundaciones. No es nada comparado con las otras ciudades, como Constitución o Dichato.
Esa noche, la del terremoto, iba a ir a una cumpleaños en Dichato, tenía permiso y me iba a empezar a arreglar cuando mi mamá se me acercó y me dijo que mejor no fuera y me quedara en la casa. No sé por qué, pero ni siquiera reclamé, le dije bueno y me fui a mi pieza con mi hermano a ver tele. Ahora entiendo todo, Dios realmente me ama y me dejó en mi comuna, en mi casa, en mi cama, para que así mi vida no peligrara, para así no alterar a mi familia.
Ahora, simplemente, espero que el tiempo pase luego y que todo esto no siga avanzando. En cuatro días tanta muerte, desgracia... Parece una guerra con desastres naturales, esperemos que en la brevedad todo esto se solucione y solo quede como un capítulo superado por todos.