Testimonios de nuestros lectores
Miércoles 3 de marzo de 2010
Junto a nuestros dos pequeñitos avanzamos esquivando los escombros y el tendido eléctrico
Por Manuel Opazo A.
El periodista maulino Manuel Opazo Aguilera estaba descansando junto a su familia en pleno centro de la ciudad cuando el mundo se le vino encima. Un reservista naval cuenta: “Esto es desolador, mucho peor que en Iraq”.
Fuente: Héctor Yañez, El Mercurio.
"Desde hace muchos años se venía escuchando del tsunami (...) de no haber mediado esa conciencia el desastre humano habría sido mucho mayor".
"Desde hace muchos años se venía escuchando del tsunami (...) de no haber mediado esa conciencia el desastre humano habría sido mucho mayor".
Sábado: 3:30 horas. Parecíamos estar en alta mar, nunca había vivido algo semejante. Nuestro departamento parecía una mecedora. Cuando pudimos salir, corrimos –como la mayoría de los maulinos que vivimos en el centro- hacia el sector denominado la “Cruz del Calvario”.
En pijamas, a pie pelado, junto a mi esposa y mis dos hijos, de 4 años y el pequeñito de apenas un mes de edad, avanzamos esquivando los escombros y el tendido eléctrico que yacía en el suelo. El panorama era espeluznante. El Constitución antiguo estaba en el suelo. Desde hace muchos años, se venía escuchando acerca de la posibilidad de un terremoto y el consecuente tsunami, de no haber mediado esa conciencia de tener que escapar hacia lo alto, el desastre humano habría sido mucho mayor.
En el sector donde nos resguardamos -a aproximadamente 60 metros sobre el nivel del mar- brotó espontáneamente la solidaridad; nos facilitaron abrigo y albergue, lo importante era esperar el amanecer para poder tomar decisiones. En nuestros oídos retumbaban megáfonos que advertían la llegada de estruendosas olas: fueron cerca de ocho, la primera llegó después de 35 minutos.
6: 50 horas. Una vez que llegó la luz solar, al igual que la mayoría de los maulinos, nos trasladamos hacia la carretera que une la ciudad con la comuna de San Javier, en esa vía era posible apreciar la desesperación y el desconsuelo, la angustia y el temor. Desde el kilómetro 5 hacia arriba estaba repleto de personas esperando una respuesta a lo acontecido.
11: 00 horas. Algunas empresas madereras y de transporte abrieron sus puertas para albergar a la gente, otras se instalaron en sitios desocupados o simplemente a la vera del camino. Con el correr de los días hubo movimiento de personas, algunas se fueron de la ciudad, otros volvieron a rescatar sus pertenencias, lo cierto es que hoy, la gente ya comienza a desesperarse y no son pocos los carteles que claman por ayuda: “Necesitamos leche y pañales”, dice uno ubicado en el sector denominado “La Rueda”, a ocho Km de la ciudad, enfrente de una industria maderera que ha servido de albergue, de consultorio de campaña y de fuente de energía para cargar celulares.
El espectáculo es terrible. Incluso para gente con experiencia en catástrofes. Eduardo Ávila, reservista naval, viajó a Constitución a ayudar a su familia. “Estuve en Iraq el 2004 trabajando para una empresa de seguridad, fuimos atacados en varias ocasiones por la insurgencia, pero la destrucción aquí es mucho peor, hay muchos inocentes fallecidos, la gente camina por la calle como zombies, hay ataúdes en las calles, esto es desolador”, dice. Ante cualquier señal de ayuda, los damnificados se agolpan a la orilla de la carretera esperando el preciado tesoro del agua. Como telón de fondo, una importante presencia militar, la que ha servido de sobremanera para aquietar a una intranquila población que sigue aterrorizada por las intensas réplicas y los avisos de saqueos.
En pijamas, a pie pelado, junto a mi esposa y mis dos hijos, de 4 años y el pequeñito de apenas un mes de edad, avanzamos esquivando los escombros y el tendido eléctrico que yacía en el suelo. El panorama era espeluznante. El Constitución antiguo estaba en el suelo. Desde hace muchos años, se venía escuchando acerca de la posibilidad de un terremoto y el consecuente tsunami, de no haber mediado esa conciencia de tener que escapar hacia lo alto, el desastre humano habría sido mucho mayor.
En el sector donde nos resguardamos -a aproximadamente 60 metros sobre el nivel del mar- brotó espontáneamente la solidaridad; nos facilitaron abrigo y albergue, lo importante era esperar el amanecer para poder tomar decisiones. En nuestros oídos retumbaban megáfonos que advertían la llegada de estruendosas olas: fueron cerca de ocho, la primera llegó después de 35 minutos.
6: 50 horas. Una vez que llegó la luz solar, al igual que la mayoría de los maulinos, nos trasladamos hacia la carretera que une la ciudad con la comuna de San Javier, en esa vía era posible apreciar la desesperación y el desconsuelo, la angustia y el temor. Desde el kilómetro 5 hacia arriba estaba repleto de personas esperando una respuesta a lo acontecido.
11: 00 horas. Algunas empresas madereras y de transporte abrieron sus puertas para albergar a la gente, otras se instalaron en sitios desocupados o simplemente a la vera del camino. Con el correr de los días hubo movimiento de personas, algunas se fueron de la ciudad, otros volvieron a rescatar sus pertenencias, lo cierto es que hoy, la gente ya comienza a desesperarse y no son pocos los carteles que claman por ayuda: “Necesitamos leche y pañales”, dice uno ubicado en el sector denominado “La Rueda”, a ocho Km de la ciudad, enfrente de una industria maderera que ha servido de albergue, de consultorio de campaña y de fuente de energía para cargar celulares.
El espectáculo es terrible. Incluso para gente con experiencia en catástrofes. Eduardo Ávila, reservista naval, viajó a Constitución a ayudar a su familia. “Estuve en Iraq el 2004 trabajando para una empresa de seguridad, fuimos atacados en varias ocasiones por la insurgencia, pero la destrucción aquí es mucho peor, hay muchos inocentes fallecidos, la gente camina por la calle como zombies, hay ataúdes en las calles, esto es desolador”, dice. Ante cualquier señal de ayuda, los damnificados se agolpan a la orilla de la carretera esperando el preciado tesoro del agua. Como telón de fondo, una importante presencia militar, la que ha servido de sobremanera para aquietar a una intranquila población que sigue aterrorizada por las intensas réplicas y los avisos de saqueos.