En la ruleta del éxito, varias circunstancias juegan en contra del rockero indie Bobby Bare Jr. Para empezar, es hijo de un ídolo de la música country (Bobby Bare Sr., talento legendario del Grand Ole Opry) y participó desde niño en afectados duetos con su padre. Luego están su creciente descendencia (cuatro hijos), una ex-esposa a la que pagarle cuentas, el escaso reconocimiento hacia su talento y la tendencia a volverse gruñón (por no decir decididamente explotador) con la banda de acompañamiento que le sufre. De cómo vive un músico lleno de problemas se trata, en parte, este documental.
Don’t follow me (I’m lost) cuestiona las dicotomías de un padre ejemplar y marido ausente, oveja negra y vástago modelo, genio incomprendido y autor limitado. Todas las caras de un músico sin fama están aquí, en un filme sincero y cariñoso que, sin embargo, no esconde la cabeza a la hora de mostrar el lado antipático de su protagonista, para quien la ética artística es un asunto jabonoso («si no me he vendido es porque nadie me lo ha ofrecido»). Está lleno de documentales embobados con el talento de sus retratados. Éste, en cambio, recoge con fidelidad el tipo de vida que puede llevar un músico cuarentón sin mayor gracia, padre de familia, con un montón de facturas por pagar y un padre que le hace sombra.