Las puertas de un departamento antiguo son abiertas a la fuerza por un grupo de policías franceses. El hedor que hay en el lugar los obliga a taparse la nariz con un pañuelo y abrir todas las ventanas del lugar. El acceso al dormitorio principal está sellado, pero no pasan muchos segundos hasta que logran destrabarla y descubrir que en su interior está el cuerpo sin vida de una anciana, cubierta de flores en su cama, bien vestida y en evidente estado de descomposición.
Meses antes de que se produzca esta escena, una pareja octogenaria comparte allí, con placidez, sus días de retiro. Tienen una buena situación económica, salen juntos a conciertos y cultivan una relación cariñosa. Una mañana ella, Anne (Emmanuelle Riva), pierde la conciencia mientras está desayunando con su esposo, Georges (Jean-Louis Trintignant) . Ante esta situación, él se alarma bastante, pero lo hace aún más cuando ella vuelve en sí y continúa actuando como si no hubiese pasado nada. Tras esto, acude a un médico y es sometida a una cirugía, pero los resultados no son positivos y Anne pierde movilidad en la mitad de su cuerpo.
Al volver a casa, Georges accede a una dura petición de su esposa: prometer que jamás la volverá a internar. Desde ese momento él asume los cuidados que la ex maestra de piano requiere. Esto es difícil de asumir para Anne, pues ella es orgullosa y no quiere ser una carga para el hombre que la acompañó durante toda su vida, ni tampoco para la hija que de vez en cuando la visita.
La última película de Michael Haneke analiza oscuramente la relación de Anne y Georges con la vida y la muerte. El deambular de dos personajes solitarios, complejos y obstinados es expuesto con el lenguaje simbólico que caracteriza al cineasta. La riqueza de la historia la lleva a postular por partida doble en Mejor Película y Mejor Película extranjera, situación que sólo se ha producido en otras cuatro oportunidades enla historia de La Academia con “La gran Ilusión” (1939), “Z” (1970), “Los emigrantes” (1973) y “La vida es bella” (1998).