Llegué a Juan Fernández con la misión de completar una travesía que empezó en enero cuando hicimos cumbre en el cerro La Campana. Ahí, en verano y a poco menos de doscientos kilómetros de Santiago empezaba un recorrido que está a punto de concluir mientras escribo esto en la acogedora cabaña de Conaf. Es el tercer día de septiembre y estoy a novecientos kilómetros de la capital. Este parque nacional, el trigésimo sexto y último que visito en estos ocho meses de viaje, está conformado por tres islas: Santa Clara, Robinson Crusoe y Alejandro Selkirk, ubicada a cien millas náuticas de las otras dos.
Crusoe, donde me encuentro, es la única habitada, con una población que no supera los mil habitantes y donde la tranquilidad y el relajo se dejan sentir desde que uno aterriza o desembarca. La mayoría son casas de madera que se obtiene principalmente de la isla. En este lugar aprovechan los recursos, siempre con la conciencia de protección y regeneración. No destruyen, no sobrexplotan los recursos del mar; no se comen entre ellos. La isla, en gran parte, se mantiene tal cual se descubrió en 1574 y es el segundo lugar con más flora endémica en el mundo, después de Hawai. Y eso los habitantes lo saben y lo protegen. El pueblo no tiene más de cuatro calles principales y es fácil apreciar que la pesca es su mayor fuente de ingreso. La temporada de la famosa langosta comienza en octubre (cuando supe no podía creer que me la perdería), así que a los botes ya les están sacando brillo, cambiando las tablas rotas y preparando las trampas para sacar estos crustáceos que son exportados a todo el mundo (especialmente China) donde se deleitan con este manjar.
Además de este ícono rosado, la gastronomía en la isla me pareció de una calidad asombrosa. En las costas del archipiélago se obtiene vidriola, bacalao, cangrejo dorado y pulpo. Lo que en el mundo cuesta cientos de dólares, aquí bastan unos cuantos billetes de luca para, por ejemplo, disfrutar un carpaccio de vidriola o un sándwich de este mismo pescado o de la variedad que más haya salido en la mañana. Las porciones siempre son generosas, como las de un náufrago después de pisar tierra. Como no todo es comida y hay que equilibrar el cuerpo con deporte, en la isla se puede bucear en las aguas más claras del mundo, realizar cabalgatas y practicar trekking, kayak y surf. Los miradores Centinela y Salsipuedes te permiten en una hora (un poco más si el físico no te acompaña) contemplar en todo su esplendor el pueblo de San Juan Bautista. En tanto, el mirador Selkirk te entrega una panorámica de todo el lado sur de la isla. Allá arriba es fácil dejarse llevar y remontarse al año 1704 y pensar en los viajes que hizo durante cuatro años y cuatro meses el marinero escocés Alexander Selkirk para ver si aparecía un barco en el horizonte que lo rescatara. En este sector, además queda en descubierto los microclimas que abundan en la isla, pasando desde el desierto con pampas secas hasta llegar a cerros sobrepoblados de vegetación; esos montes donde las nubes se estancan para dar paso a la lluvia y nutrir todas las especies endémicas.
Precisamente una de estas merece un párrafo aparte: el picaflor. Si hay algo que caracteriza a la isla es el sonido del picaflor de Juan Fernández. Es cosa de quedarse quieto unos minutos para escuchar el pripipipi que delata a esta pequeña ave que llega a investigar qué ocurre. Su pico largo –especial para sacar néctar-, su reducido porte y un colorido que va desde el rojo hasta el café (con matices infinitos) son uno de los símbolos de la región. Si tienes la suerte se detendrá en una rama, sino lo verás con sus alas a mil por hora, de flor en flor, tomando desayuno o comiendo antes de irse a refugiar del viento a sus nidos. La Plazoleta del Yunque –ubicada a 257 metros sobre el nivel del mar- es la mejor zona para ir en busca de estos voladores, además ahí podrás encontrar nalcas gigantes que fácilmente sirven de quitasol ahora que se acerca el verano. Además completan el paisaje los helechos trepadores y sectores con lianas.
Estamos claros que gran parte del valor de la isla es debido a su flora endémica y sus paisajes de cuadro. Sin embargo, el complemento perfecto está en la gente que la habita. Los guías turísticos, acreditados por Conaf, son personas nacidas y criadas en la isla que trabajan con la idea y la misión de entregarle al turista una experiencia única en el mundo. Mostrarle los lados más secretos de Robinson Crusoe, lugares donde sólo se puede llegar por mar: desde piscinas naturales hasta el mítico sector donde se dice encontrar el tesoro escondido.
Mientras termino de escribir, recibo un mensaje por Whatsapp. Es un link a una noticia que cuenta del plan para remodelar el aeródromo de la isla. Inmediatamente pienso que ojalá se pueda extender la pista y así lograr que lleguen aviones con mayor cantidad de pasajeros. Y es que la isla aún tiene capacidad de recibir turistas y a simple vista lo único que falta es un poco de promoción. El viaje en avión –tiene una duración de 2 horas y 30 minutos- no es tan peligroso como se suele escuchar siempre; los pilotos son capos, realizan dos viajes a la semana durante todo el año con combustible para ir y volver fácilmente al continente si las condiciones climáticas cambian abruptamente. Hay que dejar atrás el miedo que se instaló en el inconsciente colectivo y aventurarse a visitar este lugar maravilloso. Retroceder al siglo XVII y vivir la experiencia de los primeros habitantes de la isla, porque eso es realmente lo que se siente al llegar: un lugar que se ha mantenido en su estado puro por cientos de años y donde el hombre ha pasado prácticamente desapercibido.
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Caminar por Santiago. Recorrer la Alameda entera e inmiscuirse en cada una de las calles que la cruzan. Visitar a pie las comunas de Puente Alto, Colina y Peñaflor. Terminar y darse cuenta que completaste una travesía de 70 mil hectáreas que conforman la capital de Chile.
#Parques2015 es algo así, pero 128 veces más grande. Los edificios y el cemento cambiarán por más de 9 millones de hectáreas conformadas por alerces milenarios, lagunas vírgenes, áridos desiertos, glaciares en peligro, pumas e historias desconocidas hasta ahora.
Serán cinco meses de recorrido por los 36 Parques Nacionales del país. Un viaje que contempla 12 mil kilómetros de trayecto por tierra, además de otros ocho mil kilómetros por mar y cielo.