El hecho de haberse sentido siempre el más grande pasó a cobrarle la cuenta sobre el final de su carrera a Alí. El dinero y sus intenciones de seguir imponiendo su estilo, aún cuando su condición física ya no se lo permitía, terminaron por propinarle las victorias más penosas de su carrera.
Seis combates después del título que había recuperado en el “Rugido en la Jungla” cayó frente a León Spinks (aunque luego lo venció de vuelta), pero tal vez el espectáculo más triste lo dio cuando, con 38 años, cayó frente a Larry Holmes (su antiguo sparring) en 1980. Fue la única derrota por K.O. (técnico) durante toda su carrera y, tiempo más tarde, reconoció que finalizado el primer asalto pensó: “Oh, Dios, todavía me quedan 14 más”.
Pero no fue hasta 1981, en Bahamas, cuando Alí disputó su última pelea profesional. Las estadísticas dirán que su rival fue Trevor Berbick y el resultado una derrota.
La enfermedad
Aunque muchas veces le advirtieron que soportar tanto castigo durante los entrenamientos y combates podría traerle secuelas, Alí siempre estuvo convencido de que su manera de pelear podría evitarle cualquier problema de ese tipo.
Lo cierto es que en 1986 le diagnosticaron el Mal de Parkinson que progresivamente va consumiendo sus movimientos musculares, aunque eso no ha sido impedimento para que continúe con sus labores humanitarias viajando alrededor del mundo, así como tampoco lo fue para que en 1996 encendiera la antorcha que dio inicio a los Juegos Olímpicos de Atlanta, en una de las imágenes más impactantes desde su retiro.
Tampoco se le ha escuchado jamás una queja respecto a su padecimiento: “Dios me está haciendo ver que soy un hombre cualquiera. Y también te lo está haciendo ver a ti; puedes aprender de lo que me sucede”, ha declarado.