Pura
virtualidad escénica, propone una cita de Samuel Beckett, dramaturgo
fundamental del teatro del absurdo, con el personaje que nunca llega en
"Esperando a Godot", su obra clave (de 1953) catalogada la pieza
que mejor refleja el siglo XX. El escritor franco-irlandés ha tenido
reconocida influencia en Juan Radrigán, cuyo hermoso texto parafrasea
deliberadamente su lenguaje poético y espíritu nihilista,
conduciendo sus motivos y constantes a una resolución diferente.
Lo imagina al borde de la muerte en la bodega de un teatro abandonado,
junto a su no-personaje; desde el escenario, afuera, se oyen jirones de
una función en francés de "Esperando a Godot"
al que el autor le impide ingresar. Tiene la lógica ambigua del
delirio de la agonía que simula: por momentos, Godot (God-ot, que
se ha traducido como Diosito) es un oscuro vendedor de pasajes, a la muerte
por cierto, o una singular imagen de Dios Padre arrepentido de abandonar
a su Hijo.
La
idea obliga a un balance final de su vida y obra. El texto, que provee
un retrato indirecto del Premio Nobel 1969, se llena de datos biográficos
y referencias a sus piezas y personajes. Más importante es que
confronta al viejo y amargo escritor, desolado y convencido de la futilidad
y sinsentido de la existencia, con sus propios fantasmas; al final de
sus días, lo hace reencontrar en y a través de su propia
obra, la fe en la trascendencia y la paz interior que nunca conoció.
Al mismo tiempo, es metateatro, con una compleja reflexión acerca
de la creación, de los vínculos entre autor y obra, y sobre
qué define la validez y vigencia de una escritura y representación
escénica.
Despojada y austera, la puesta en escena - de Andrea Ubal, que ideó
el proyecto- no requiere de más recursos para colmar la escena
de estímulos, emoción y hasta humor; no obstante, al texto
no le vendrían mal aún algunos recortes. Ramón Núñez
como Godot, está notable. Pero es Arnaldo Berríos, viejo
actor en una gran actuación, quien domina la obra como un Beckett
redivivo, conmovedor en su angustiada búsqueda de algo de qué
aferrarse.
Por Pedro Labra |