Es
indudable que tanto en la tarea de estructurar un texto y de enfrentar
un montaje este grupo avanzó muchos pasos. Ya ‘‘Prat’’
tenía notables intuiciones que prefiguraban lo que ahora tenemos
de manera más concreta. Nada queda al azar en esta pieza y nada
se observa sin sentido. No hay cabos sueltos y el relato tiene una coherencia
sorprendente.
Al igual que ‘‘Prat’’, obra que motivó
confusiones y un debate anticipado de muy poco nivel, ‘‘Juana’’
enfrenta al personaje entrañable que es Santa Juana de Arco. De
nuevo el punto de partida son los niños. La acción se inicia
el día 9 de mayo de 1920, cuando Jeanne fue canonizada. Es la posguerra
y un grupo de cinco chicos que lo han perdido todo, se constituyen primero
como clan, se reconocen, se aceptan y organizan lo que esperan sea el
sustituto de la familia perdida: forman una pandilla. Pronto despunta
el aprendizaje de las letras y el juego, y desde éste cobra vida
la santa, personaje de la noticia del día. Lentamente, los protagonistas
se convierten en los poderes temporales que la rodearon y que la fueron
modelando y usando de acuerdo a sus objetivos.
Con sencillez y precisión, la autora y directora Manuela Infante,
en las dos horas y cuarto que dura la obra, juega con lo que es y lo que
no, lo corpóreo y lo sutil, lo que existe y lo que existió,
usando el bien delimitado y desprovisto espacio cuadrangular en todas
sus posibilidades. El elenco —María José Parga (inspirada
y dulce Juana), Héctor Morales (con una magnífica veta de
comediante y excelente como el niño que sabe leer y como Monseñor),
Juan Pablo Peragallo, Rodrigo Sobarzo y Cristián Lagreze—
responde con profesionalismo y nunca deja de retratar bien a este delicioso
y temible grupo que viaja de la ternura y la timidez a la violencia y
la furia. Se repite en los niños el difuso cuadro histórico
en que vivió Santa Juana, donde iluminados y místicos debieron
confundirse con reyes y militares, y se proyecta desde su inocencia y
lucidez un futuro algo mejor, si bien complejo y con tropiezos. Esta vez
Juana no vuelve a ser quemada.
Por
Juan Antonio Muñoz H. |