Revisa
la vida del empresario y creador de la hoja de afeitar desechable Gilette,
a través de tres edades: King joven (33 a 49 años), King
maduro (50 a 69) y King anciano (70 a 77). Estos seres fragmentados dan
cuenta de una verdadera epopeya personal y solitaria, auge y decadencia
incluidas, con cuanto eso significa en término de utopías
enarboladas y destruidas, y costos personales.
Constanza Brieba
hizo un acucioso trabajo para imbricar los extensos textos y darles organicidad,
dinámica y fluidez; además, potenció el desarrollo
del único personaje a través de un atractivo juego de tensiones
entre los actores y de la utilización del espacio escénico.
Con sutiles juegos de luces, de música de gran delicadeza y de
la creación de atmósferas a través de silencios y
pausas, la dirección consiguió plasmar instantes de emoción
y humor que, surgidos de un texto árido, resultan tanto más
poderosos. Todo, a partir de un constante cruce de monólogos, de
recuerdos donde cada una de las voces trae a escena las voces de terceros,
y también de frases que se construyen como eslabones en una y otra
voz, o como palabras, slogans o sentencias que reproducen las tres voces
en unísono: una máquina decididamente muy difícil
de conducir.
Los
actores —Jorge Díaz Wilkinson, Andrés Céspedes
y Humberto Gallardo— hicieron un ejercio de memorización
impresionante. De los tres, Gallardo es el que se mueve con mayor oficio
por los textos, aunque su trabajo fluctúa entre la superficialidad
y el verdadero encuentro; Céspedes, un excelente intérprete,
tiene que dominar mejor sus parlamentos para extraer todo lo que se puede
del King maduro, y Díaz Wilkinson, joven y solvente, hace un retrato
efectivo pero algo unilateral, sin muchos matices, apoyado en una voz
sólida pero de emisión áspera.
Por Juan Antonio Muñoz H. |