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  PROVINCIA KAPITAL (Dir.Rodrigo Pérez)
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Este montaje, basado en la ópera ‘‘Auge y caída de la ciudad de Mahagonny’’ (Brecht-Weill, compuesta en 1927 y cuya versión definitiva es de 1930), es un espectáculo de una intensidad arrebatadora. Aunque ‘‘Provincia Kapital’’ cambia la forma del original, elimina muchos elementos y agrega otros, teatrales y musicales, no se pierde su sentido ideológico y potencia otros.
Mahagonny es un mundo ideal en el que reina el juego y la libertad. Jim (Jim Castro, en la traslación chilena), un talador de Alaska, no puede resistir las prohibiciones que han establecido los maleantes fundadores de la urbe y, tras la amenaza de un tornado que provoca pánico colectivo y actos irracionales, aprovecha de instaurar la nueva ley: todo será lícito en la ciudad. Él y sus amigos intentan vivir su utopía, pero así como el tornado cambia de ruta, también los ciudadanos responden de manera equívoca y él mismo lo hace. Borracho y sin dinero, será responsable de no pagar una cuenta de bar, por lo cual es condenado a muerte.

Fiebre del oro, la búsqueda del paraíso perdido, la obsesión por el juego y el box, son referentes a través de los cuales Brecht habla acerca de los peligros del capitalismo. Tratándose de los hombres, volubles y de materia débil, es el control a través de leyes el que asoma como alternativa plausible, aunque también redunde en vicios perniciosos.

Lo que primero impacta es el arduo trabajo vocal, desarrollado por Annie Murath. Se apoya en los arreglos de Francisco González (dirección musical), en algunas composiciones de Diego Noguera y en un grupo de instrumentistas en vivo (excelente Angelo Solari, al piano). En español, inglés y alemán, los actores resuelven con seguridad y efecto su participación en coros y solos, sobreponiéndose a una partitura compleja e incluso al problema de yuxtaponer frases traducidas a melodías preexistentes. Es claro que deben perfeccionar el uso de su voz, en especial para no dañarla, pero la energía comunicativa y la expresividad están ahí. Felipe Castro (Jim) exhibe facilidad de emisión y un material de cuerpo, extensión y volumen considerables; Annie Murath, actriz de recursos, es la única con escuela lírica, y Ema Pinto, da cuenta de una vocalidad popular personal y atractiva.

Rodrigo Pérez opta por un escenario despojado, en el que los elementos son apenas una veintena de sillas y un gran pizarrón sobre el cual se hicieron anotaciones que tienen relación con el montaje y que seguro responden a preguntas e ideas surgidas durante el largo tiempo de ensayos. También hay guiños a la contingencia nacional, política y teatral (‘‘Osorio suelta el Nacional’’). El director maneja admirablemente el movimiento grupal y sabe cómo trasladar la atención de un lado a otro, de los planos generales a la intimidad. En esto colabora la disciplina del conjunto, sin la cual un espectáculo que tiene más de 30 personas en escena podría convertirse en un caos. En las proyecciones de la parte superior del enorme escenario alternan palabras sueltas (boxear, chupar, comer) con líneas cablegráficas que cuentan el argumento e imágenes que sirven para describir momentos como el incendio que devora la ciudad.

Estos últimos elementos ayudan a la claridad, porque la línea argumental, en particular al inicio, está un tanto desdibujada. Es fácil que el público se pierda; más todavía cuando Pérez imbrica algunas reflexiones de Brecht en torno al teatro, a cargo de una inquisitiva Antonia Zegers. Esta idea —que a veces funciona y otras no— da cuenta de los recursos de que se vale la representación, subrayando que muchos de ellos son frágiles mecanismos de control de otra realidad, la escénica, que tampoco puede vivir en el libertinaje.

En el elenco destaca la conmovedora Jenny de María Izquierdo, quien usa todas las posibilidades de su cuerpo y de su expresivo rostro para comunicar el abandono, la soledad y las ansias de seguridad y cariño, y el trío de prófugos que interpretan Annie Murath, Edgardo Bruna y Julio Milostich. Ya a punto de terminar, una imperativa Marés González entra a escena para plantear algunas preguntas sin respuesta acerca de Dios.

Por Juan Antonio Muñoz H.