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Antonio Leal , diputado PPD

"Parafraseando a Isabel Parra en un tema que ella escribió en homenaje a Gladys Marín ella fue la mejor rosa de un fecundo jardín.

“Ingresé a las Juventudes Comunistas siendo estudiante de educación media y presidente del Centro de Alumnos del Liceo Manuel Barros Borgoño y, por ende, me crié políticamente teniendo una “jefa” dado que Gladys Marín en aquel tiempo ya era una joven Secretaria General de la Jota. Éste no era un tema menor dado que diversos énfasis, matices, denotaban el hecho de que era una mujer la que encabezaba a la principal juventud política del país en un tiempo donde las ideas del feminismo aún no tenían el espacio cultural de hoy.

“Mi visión de ella fue la de una mujer contagiosa en su entusiasmo, emblemática, con un carácter fuerte, con un marcado apego a la voluntad como instrumento de la política, con una alta dosis de ideología y utopismo que caracterizaba la política de aquellos años y con una convicción a toda prueba de que el mundo era posible cambiarlo y en corto tiempo. Esto, en aquel momento, lo pensábamos todos – incluidos por cierto los hippies y el movimiento estudiantil del mayo europeo - sólo que en el mundo político cada cual tenía su propio megarelato y su propio camino.

“Gladys era hija y a la vez protagonista de esa historia. Tal vez su mérito político mayor en aquellos años fue el haber construido una JJ.CC. que al momento del golpe militar tenía cerca de cien mil militantes, que tenía diputados, dirigía varias de las principales federaciones estudiantiles del país y con el “IntiIllimani”, el “Quilapayún”, Victor Jara, Isabel Parra y muchos otros artistas, varios de los cuales eran miembros de su comité central, constituía un poderoso centro de gravitación cultural en el país.

“Esas JJ.CC. – de un Partido Comunista que junto al italiano y al francés eran los más grandes del occidente y que poseía el mérito de ser parte de la formulación y construcción de la vía chilena al socialismo que encabezada por Salvador Allende llegó, por primera vez en la historia, por vía electoral al poder – tenían el sello de Gladys Marín y de la diversidad que en el panorama comunista representaba ese partido en aquellos años.

“En parte, era el carácter “irreverente” de Gladys lo que imprimía eso de distinto de la Jota de aquellos años. Recuerdo que Víctor Jara hablaba en el comité central y terminaba cantando su último tema. Recuerdo esas reuniones como debates y encuentros entre jóvenes dirigentes obreros, estudiantiles, campesinos, pobladores, futbolistas, cantantes, actores y actrices connotadas y hasta reinas de belleza que militaban en la jota, porque así era la jota de aquellos años, era una organización representativa de la sociedad. A la vez, recuerdo estas reuniones como algo festivo, alegres, llenas de vitalidad y de amistad. En las discusiones y en las “chacotas” posteriores era Gladys la que llevaba el pandero.

“Una vez, realizábamos una reunión del comité central en un balneario de la V Región que tenía una laguna con botes y ya entrada la noche, en medio de competencias y gritos, con algún trago en el cuerpo de varios de nosotros, la Gladys se calló al agua. Tuvimos al día siguiente una dura reprimenda del Partido. Pero la Gladys, que ya era diputada, era así, era sobre todo una mujer joven y jovial, con poco del acento grave que uno encontraba en otros dirigentes y bastante liberal, en un partido de moral dura en las relaciones sentimentales y sexuales, cuando se trataba de considerar una separación o una relación que había nacido en medio de un desfile o de un trabajo voluntario.

“Seguramente el hecho por el cual con frecuencia se recuerda a Gladys en aquellos años – lo hacía recientemente José Miguel Insulza que fue uno de los marchantes y que según confesó no le dio el cuero para llegar caminando a Santiago - es la “Marcha por Vietnam” desde Valparaíso a Santiago. Vietnam y Hochimin era el símbolo de la lucha anticolonial y contra el Imperialismo norteamericano de aquellos años. Gladys encabezó dicha marcha junto a dirigentes juveniles de izquierda y de la Democracia Cristiana y que culminó con un grandioso acto en los patios y en el Salón de Honor del ex Congreso Nacional.

“Cuando vino el golpe militar Gladys se asiló en una embajada en contra de su voluntad. Dejó en Chile a su marido, el ingeniero Jorge Muñoz que era miembro de la Comisión Política del PC y que, posteriormente, desapareció y a sus dos pequeños hijos. Ese era un sufrimiento que Gladys llevaba en su alma, pero al cual muy pocos tenían acceso. Probablemente pensaba que en medio de dolores tan cruentos como los que se vivían en aquellos años por tantos chilenos el suyo era uno más y lo externalizaba poco, pero existía y era profundo.

“En los años del exilio yo, como otros dirigentes de la Jota de la época, trabajé muy cerca de ella y participamos, con el entusiasmo de Gladys, en la solidaridad mundial de la cual ella era uno de los símbolos. Vivía en Moscú en un pequeño departamento y el clima político, de plena guerra fría y de extremo ideologismo del período de Breznev, como la dureza del invierno ruso tenían poco que ver con su carácter, aún cuando esa vivencia no podía resultar indiferente y no podía no tener consecuencias en sus apreciaciones políticas. Cada cual es hijo de su tiempo y de las circunstancias y eso valió también para Gladys.

“Amaba ir a Italia, le gustaba el clima, el ambiente mas relajado, la cultura italiana, y aún cuando no forjó lazos políticos con los dirigentes comunistas italianos apreció el análisis que Enrico Berlinguer hizo del golpe en Chile y la conclusión de que no se podía gobernar el cambio de una sociedad sin disponer detrás de ese proyecto a la mayoría. Era el tiempo en que el PC chileno empujaba fuertemente la idea del Frente Antifascista para enfrentar a la dictadura.

“Gladys no era una mujer con formación académica, pero tenía una profundo sentido cultural y un apego innato simplemente por la estética. En Italia amaba ver las películas de Federico Fellini, de Marcelo Mastroniani, de Gian Maria Volonte y de Ettore Scola y la “ La Dolce Vita “ la vio al menos cinco veces. Gustaba de la música clásica y me acuerdo haberle regalado para una Navidad las “Cuatros Estaciones” de Vivaldi en la interpretación del gran violinista italiano Uto Ughi que ella siempre escuchaba y el libro de Alberto Moravia traducido al español “Los Indiferentes“ que le causó un tremendo impacto y siempre nos pedía que le lleváramos algo de Moravia. Amaba también la buena cocina, la pasta italiana o un buen gulasch, las ensaladas mediterráneas, le mozarelle.

“Era, también, una mujer preocupada de si misma, de su apariencia, coqueta, que amaba sin aspavientos, pero sin ocultar sus amores. Siempre reclamó el derecho a amar y ser amada y ello comportaba a veces no pocas dificultades en un partido machista y donde ella era la “jefa”. Nos encargaba desde Moscú a Italia o a Hungría – famosa por sus productos de belleza – algún jabón, algún cosmético, sombra o perfume que ella había visto o comprado en algunos de sus viajes que siempre eran de mucho trabajo y de poco espacio para estas cosas que naturalmente, como a cualquier mujer, le preocupan.

“Es decir, la Gladys era una mujer que amaba la vida por sobre todo y que gustaba de todo lo que ella le ofrecía, pero a lo cual no trepidaba en renunciar si así lo exigía la lucha contra la dictadura que para ella estaba en primer lugar, tal como lo demostró cuando no dudó en venirse a Chile clandestina ya el año 1978 y en vivir el rigor de la clandestinidad, la propia lucha por el poder dentro del partido y la dureza extrema de las condiciones impuestas por el régimen de Pinochet.

“Era una mujer en extremo coherente que nunca le pidió, en aquellos años duros, que alguien hiciera algo que ella no estaba dispuesta a hacer, era una mujer, al menos como yo la conocí y la recuerdo, dura ideológicamente y dura en el enfrentamiento político interno y externo al partido. Hizo un tipo de elección frente a la multiplicidad de acontecimientos políticos nacionales e internacionales de los años 90 en adelante y se mantuvo en esa visión en la cual confiaba.

“Personalmente, he mantenido un recuerdo de cariño y de enorme valoración sobre Gladys pese a las diferencias políticas. Siempre he pensado que las circunstancias de diverso orden impidieron que ella pudiera asumir el cambio enorme del mundo en los años ´80 y pensar la caida completa del comunismo en los términos en que este se produjo en términos distintos a como lo hizo. Pero esa es otra historia y lo que hoy importa es recordar a esta Gladys mitad héroe mitad ser humano común, recordar su sonrisa, su alegría, su deseo de vivir, su lucha. Subrayar que Gladys fue capaz de encantar a mi generación, a las posteriores y también a la actual y eso no es de poca importancia”.