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Mireya Baltra, dirigenta comunista

“Nos conocimos en las JJ.CC., en mi época de suplementera. El año 1960 formamos parte de la delegación chilena que viajó a Cuba a celebrar el primer aniversario de la revolución. Éramos muy jóvenes y quedamos impactadas al conocer a Fidel Castro y al “Che” Guevara. Me acuerdo que él aseguró que un hombre comprometido con una causa tiene una estrella en la frente y eso nos marcó.

“El PC nos llevó por el mismo carril durante años. Ella fue elegida diputada por el primer distrito (Santiago) dos períodos consecutivos y ahí se enfrentó con los representantes de las juventudes de los otros partidos, entre ellos, Juan Luis Ossa del PN.

“En 1972, cuando yo ya era ministra del Trabajo, fuimos llamadas a la comisión de “control y cuadros” del PC, más conocido como “el cajón con vidrio”. Nos encontramos en Teatinos 416. Yo estaba citada por haberle pegado un combo a un dirigente sindical. Ella, en su calidad de secretaria general de las JJ.CC. para explicar la muerte del perro de la directora de un liceo en toma por los estudiantes. Fue una situación paradójica; el ministro de Educación, Aníbal Palma, había pedido las cámaras de televisión para mostrar al perro vivo y contradecir un gran titular de “La Segunda”. Al día siguiente de la aparición del mastín en TV, el diario aseguró que ése no era el perro.

“En el Parlamento, Gladys discutía, pero a nivel de ideas. Tenía un estilo no combativo en lo físico, a diferencia mía y de la “Negra” (Carmen) Lazo. La Gladys era muy femenina, tenía una coquetería natural y distinguida. Le gustaban las faldas sobre la rodilla y la Julieta Campusano le decía que tenía que taparse. No era de boutique, pero era muy cuidadosa en el vestir.

“En esa época íbamos a los baños turcos y la convencí de que se cortara el pelo escalonado y me hizo caso. Después andaba toda arrepentida diciendo que se parecía a “Una muchacha italiana viene a casarse”. Yo, en cambio, aseguraba que era la Gina Lollobrigida.

“El golpe me pilló en la casa; yo partí a Vicuña Mackenna; ella, en cambio, al comité central, a la “boca del lobo” porque era heroica. Anduve varios días escondiéndome con una peluca colorina, pero me reconocían por la voz. Al final, terminamos las dos en la embajada de Holanda, asiladas junto a Orlando Millas, la Julieta y otras 60 personas.

“Ahí yo cocinaba y la Gladys se encargaba de que hiciéramos ejercicio. Me acuerdo que todos los días caminábamos mucho y con su sentido del humor, una vez me dijo: “me parece que ya vamos a llegar a Pudahuel”, como si hubiésemos cubierto la distancia a pie. Estando allí, recibió la última carta de su esposo; ella usaba todos los métodos conspirativos existentes para mantener contacto con los cuadros dirigentes en el exterior. Mandaba mensajes en papel, envueltos en plástico, dentro de envases de shampoo.

“Los 9 meses que estuvimos asiladas –en los cuales hubo varios intentos de los dirigentes de la RDA de sacarla- los dedicamos a juntar recortes de prensa donde aparecían los nombres de nuestros compañeros muertos en “intentos de fuga”. Fue una cosa bien necrofílica, llevábamos el primer recuento de nuestros caídos.

“Al exilio partí a Checoslovaquia y la Gladys a Moscú. Nos reunimos varias veces y ella me recibió en su pequeño departamento en URSS; era de un ambiente, un biombo de madera separaba su estar de la cama. Ninguna de las dos sabía ruso y en un restorán nunca nos sirvieron nada porque nosotros intentamos infructuosamente que nos dieran “pirichacha” (palabra inventada).

“Participó siempre del grupo de los 21, incluso cuando ya había regresado a Chile, por lo que salió varias veces. La Gladys se la jugó para que la Julieta y yo volviéramos clandestinas en 1987. Entramos a caballo por la cordillera, llegamos a Puerto Montt y de ahí a Santiago. A las 6 de la mañana la Gladys estaba en una casa de Ñuñoa, recibiéndonos. Los titulares entonces fueron “llegaron las chiquillas de la Jota” y “nos mandan puras viejas, armas no” que fue una burla de la derecha.

“Ella siempre concitó un liderazgo, tenía gran autoridad. La autodisciplina, el rigor en el horario eran su marca. En las reuniones de comité ella transmitía sus ideas o comentarios frente a una intervención por medio de papelitos que hacía pasar hasta que tomaba la palabra.

“Tenía un gran sentido del humor, pero a su vez, cierta timidez. Fue de pocos amigos, de afectos íntimos, porque tenía un cuidado y un resguardo muy grande de su ámbito privado”.