|
Patricio
Hales Dib, diputado PPD “No me atrevía ni a moverme, en julio el ´73, sentado al lado de “la Gladys”, en el Volvo de Urquiza, que manejaba como loco. “Con veintitantos años, de Loncoche a Santiago, me sabía sentado viajando junto a una autoridad del único Partido Comunista del mundo que ganó con un Presidente marxista leninista por la vía electoral. Sentía el imán de su atractivo. Su energía. Su coquetería con la vida, no conmigo. Se reía fuerte. Viajamos hablando casi toda la noche. No me atrevía a dormirme a su lado en el auto. Me preguntaba del movimiento universitario, de los líderes democratacristianos, de sus posturas hacia la izquierda y la derecha. Hablaba con los ojos. “Era directa. Yo la encontraba bonita y ella me pedía cuentas de nuestra posición de poder. Me sentía su alumno y su admirador. Con esa simpatía que cautivaba, describía con dominio el cuadro político y clavaba con precisión la posición de las piezas del tablero. Los movimientos de fuerza fueron su fuerte dentro y fuera del partido. “Sabía crear confianza, pero yo, al lado de ella, deslumbrado ante la jefa, tenso, trataba de ni rozarla y la escuchaba, aprendiendo de su destreza con el poder. “Diez años después la recibí en mi casa, clandestinamente, cuando volvió del exilio para dirigir, en “el interior”, la nueva política del Partido Comunista. Sabíamos que dos cuarteles secretos CNI circundaban mi domicilio de Ñuñoa. Ella fue siempre valiente. Y había que reunirse. Había tensión en la Dirección por la práctica del significado de la “rebelión popular”. “Le compré un ramo de gladiolos blancos envueltos en celofán y me preguntó cómo recibió la gente el llamado a “todas las formas de lucha” que en el nuevo discurso de Corvalán, en Suecia, agregaba “incluso la violencia revolucionaria”. Estaba preocupada por saber de la aceptación de esta nueva propuesta para derrotar a la dictadura. Sabía que era el gran giro del PC y que no sería fácil su aceptación entre los militantes. “Ella misma, durante muchos años antes, había convencido a millones de chilenos para rechazar la lucha armada en la conquista del poder. Incluso para detener el golpe del ´73, las tácticas del PC, en contrario al PS y el MIR, eran los discursos, el diálogo con el pueblo y las asambleas rechazando las tomas. “Miles de jóvenes chilenos ,que no éramos pobres, nos hicimos comunistas siguiendo a ese PC que rechazaba la moda guevarista del foco guerrillero, que nos enraizaba en la historia chilena, en el movimiento obrero de Recabarren, incorporando intelectuales, pintores, filósofos, universitarios, para ganar con el voto un gobierno para un mundo nuevo y justo. “Los que vivíamos económicamente bien, creíamos haber encontrado el camino para terminar con la pobreza y no solo dar caridad a los pobres. En la UC ganó la izquierda y los cristianos fundaron un partido para Allende. Los sacerdotes de mis Padres Franceses de Manquehue entregaron mi colegio a los apoderados y se fueron a las poblaciones. Dos hijos de ministros de Frei, Gustavo Lagos y yo éramos dirigentes comunistas. “Entonces Gladys me puso en la televisión, diariamente, en la franja del PC de las elecciones de marzo de 1973. En mi imagen televisada, estudiando (en sweater de cachemira ironizaba Leandro), yo llamaba a votar por los comunistas y un relator en off me describía como joven ejemplo. Me sentía haciendo la historia. “Ella me hizo miembro de Comité Central. Juntos marchamos “contra la guerra civil”, caminado desde Temuco a Loncoche, desde Arica a Iquique buscando conciencias para impedir el golpe. El intento de golpe del “Tanquetazo” lo enfrentamos con asambleas y no con armas, que evidentemente no teníamos, pues las armas vinieron a aparecer en 1986, por miles, para apoyar la política de “rebelión popular”. “En mi casa esa mañana de los ´80, el dolor por el Lolo Vizcarra, Weibel,”Choño”, don Víctor, pesaba en la atmósfera y nuestros desaparecidos aparecían como fundamentos de la lógica de una lucha contra la dictadura en la que había que usar todo, incluso armas. Ya no estábamos en democracia. La lógica parecía simple. Pero a mi, la realidad me parecía distinta y dudaba. “Ahí nos comenzamos a distanciar. Me admiraba de su valentía de haber vuelto a Chile. Había que cuidarla. Unos pocos teníamos el secreto. A mi señora le dije que era mejor que no supiera quien estaba en la buhardilla y así no tendría nada que confesar. Gladys estaba decidida. Seria. Todavía linda. “Y además”,me dijo Hugo (de esas cosas de las cuales las mujeres creen que los hombres no hablamos) “se operó el lunar de la cara“. “Fue difícil distanciarme de ella en lo humano, pero no en lo político. No era algo contra ella. El PC ya era otro. La realidad de ellos parecía un cuadro de Magritte. Un trompe l oeil a su pinta. Los dirigentes no eran los mismos. Las justificaciones de algunos para el secuestro del niño Cruzat me transformaron en opositor a su política. No me fui formalmente para no dar argumentos a la dictadura y esperé el triunfo de Aylwin para renunciar en marzo de 1990. Peleé adentro de PC. “El fracaso mundial del socialismo, evidente y definitivo, terminó marcando nuestra distancia política. Gladys y yo ya a no volveríamos a ser de un mismo partido. Podíamos unirnos por los derechos humanos, defendimos juntos a Cuba, ella nos ayudó a ganar con Lagos, coincidimos contra las desigualdades. Pero no con el socialismo pues, a mi juicio, habíamos fracasado en el fundamento esencial de su razón de existir: poner fin a la pobreza. Y el precio de haber tenido dictaduras comunistas, muros, pérdida de la libertad en un tercio de la humanidad, no sirvieron para lograr la igualdad y el hombre nuevo. “Nos habíamos equivocado en el mundo. Y en Chile, la propuesta de rebelión terminó superada cuando el dictador perdió el plebiscito de 1988. Quizás ese fue mi momento de mayor distancia. Cuando encabecé, contra el PC, el llamado a inscribirnos en los registros electorales de Pinochet, para ganarle con el No. Mi foto en “El Mercurio” inscribiéndome con la ex senadora Julieta Campusano, gran tradición de luchadora pampina, rompió la conversación. “El amanecer que llegamos a Santiago, a pesar de Urquiza, sentí, como siento hoy, que era un honor haber marchado caminando a su lado desde Temuco a Loncoche, aprender de su lealtad con Allende y de su pasión por la vida, arriesgándola por su pueblo, siempre”. |