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“Quiero estar sola”
Cientos de veces lo gritó, en un intento por mantener su vida lejos del interés del público que seguía con pasión la vida de sus estrellas del cine, más cuando éstas habían alcanzado el cetro de divas.
Greta Lovisa Gustafsson nace en el barrio de Södermalm, Estocolmo, el 18 de septiembre de 1905, en el seno de una familia de extracción humilde. Su padre, Karl Alfred, era un jornalero que desgasta su vida en una botella de alcohol, mientras que su madre, Anna Lovisa Karlson, debe pasar de campesina a costurera y empleada doméstica para poder sobrevivir junto a sus tres hijos, un hombre y dos mujeres.
A la edad de 14 años, Greta queda huérfana de padre, luego de que éste, tras una gran borrachera, muere probablemente por una pulmonía en medio del frío invierno sueco. El día anterior, su hija lo había encontrado tirado en la nieve.
Si bien, desde pequeña manifiesta su interés por el teatro, la mala fortuna la lleva a ocuparse rápidamente en una barbería y luego como vendedora, en la sección de sombreros de señoras, en una tienda de departamento de la capital sueca.
Aunque había abandonado los estudios, su decisión de abrirse paso como modelo en avisos publicitarios tiene su recompensa. A los 18 años logra una beca para estudiar en la Real Academia Dramática de Estocolmo, de la cual nunca se gradúa porque el cine reconoce tempranamente su talento.
Gustav Molander, su profesor, la contacta con el director Mauritz Stiller, quien además de rebautizarla como Greta Garbo (“ninfa” en alemán), la convierte en una condesa italiana en la película “La saga de Gösta Berling”, en 1924.
Antes de emigrar a Hollywood, la Garbo alcanza a filmar un segundo film en Europa, “La calle sin alegría”, donde comparte una breve escena con la actriz Marlene Dietrich. A bordo de un barco llega a Estados Unidos a mediados de 1925, de la mano de Stiller, quien es contratado por la MGM con la condición de que su protegida también sea considerada.
Aún así, su primera película, “El Torrente” se da bajo la dirección de Monta Bell. Las siguen “La tentadora” (1926) y “El demonio y la carne” (1927), que la instalan en el star-system imperante con el título irrevocable de diva.
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