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Su arquetipo de mujer distante y enigmática facilita a los productores hollywodenses explotar la imagen de la mujer liberada. Sin buscarlo, su ascendencia sueca potencia el estereotipo de fémina sensual y glamorosa que combina dichos encantos con el misterio y la arrogancia. O sea, una verdadera diva, al igual que otras como Marlene Dietrich, Joan Crawford y Mae West, ídolas del cine mudo.

La transición al cine sonoro no le juega en contra, como a muchos de sus colegas, que deben abandonar la actividad porque su voz no les favorece. Al contrario, su timbre de contralto profundo, gutural y con un duro acento, la confirman como la mujer distante y fría y posibilita que el enganche publicitario para su primera cinta hablada, “Anna Christie”, de 1930, sea “la Garbo habla”.

Elevada al nivel de uno de los grandes mitos del séptimo arte, esa película le significa su primera nominación al Oscar de la Academia, en la categoría de mejor actriz, postulación que se repite ese mismo año con “Romance”, luego con “Camille” (La dama de las camelias) en 1937 y, en 1939, por “Ninotchka”. Aunque no los obtiene, sí recibe el premio de la crítica de Nueva York en 1930 por su interpretación de “Anna Christie” y en 1941, por “La mujer de dos caras”, su última película.

Tras haber filmado 31 cintas, dos de ellas en Suecia, y a la edad de 36 años, Greta Garbo decide retirarse del cine y se instala en un departamento en la ciudad de Nueva York, cerca del Central Park.

Su carácter ermitaño, que tantas veces la hizo repetir “quiero estar sola”, acentúa su perfil de diva, una que toma la decisión de envejecer fuera del alcance del público, aunque su explicación oficial es que desea mantenerse alejada de Hollywood mientras dure la Segunda Guerra Mundial.

En 1951 se nacionaliza americana en la más absoluta soledad.

Su hostilidad evidente hacia toda cámara que intentara fotografiarla la lleva a esconder su rostro tras grandes lentes oscuros y sombreros. Y, en 1954, a rechazar el Oscar honorífico que le entrega la Academia por su trayectoria. Simplemente no concurre a la ceremonia, a recibirlo.

Sólo después de su muerte, el 15 de abril de 1990, víctima de una neumonía, algunos parientes tratan de contrarrestar dicha imagen de solitaria y fría asegurando que en todos sus largos años de reclusión, mantuvo una activa vida social, acompañada de amigos y llena de viajes y fiestas.

A los 85 años, “la divina”, tal como se le bautizó, se alejó tal como quiso: sin grandes ceremonias de despedida. Sus cenizas permanecieron en Estados Unidos hasta 1999, cuando son repatriadas a Estocolmo.

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