Llegar
a Afganistán evoca los tiempos de la Edad de Piedra
El
Mercurio
Sábado
27 de octubre de 2001
Un poblado de casa de barro
muestra la realidad de un país en guerra desde siempre:
no hay agua potable ni electricidad; nada, sólo polvo.
PENURIA.- Niños afganos, que una vez al día
comen prácticamente sólo pan, miran inocentes
a la cámara en un campo de refugiados. |
Elisabeth
Piqué, enviada especial de La Nación/GDA.
KHOJA BOHAWDIN.- Son las 6 de la tarde, pero ya es de noche cuando, sobre una vieja balsa tirada por un tractor, cruzamos el río Amu Darya, que nos lleva hacia la meta, Afganistán.
La luz de la luna resplandece sobre el antes llamado río Oxus, que cruzó Alejandro Magno en su camino hacia la India, y parece haber dado un salto atrás, de varios siglos.
Del otro lado de la orilla, en la oscuridad, muyajedines armados se abalanzan sobre los recién llegados. "¡Passport, passport!", gritan, en medio de la oscuridad, enfocando los rostros con pequeñas linternas, como en una pesadilla.
Los muyajedines (combatientes) llevan barba, rifles kalashnikovs y el típico traje afgano: babuchas, túnica y el kolah, el tradicional gorro de lana café. Si no fuera porque ingresamos en el área "liberada", es decir ese 10% de territorio afgano que controla la opositora Alianza del Norte, y porque no echan a tiros a los occidentales, nadie los diferenciaría de los talibanes.
El viaje desde Dushambé, capital de Tadjikistán, hasta el enclave de la resistencia afgana demandó, entre el difícil recorrido y los sucesivos controles, más de 12 horas, lapso superior a un viaje intercontinental.
Después del sello y de arduas negociaciones - a los gestos- para que no cobren una fortuna para ir hasta Khoja Bohawdin, el cuartel general de la Alianza del Norte, donde hace más de un mes fue asesinado su líder Ahmed Shah Massud, la experiencia afgana empieza con un camino infernal.
Hacen falta casi dos horas en un todoterreno ruso Niva para recorrer quince kilómetros de tierra y arena, y llegar hasta aquí. A un poblado de casas de barro, donde todo parece haber vuelto a la Edad de Piedra. No hay agua potable, ni electricidad, ni alcantarillas, ni nada. Sólo polvo.
Un salto atrás de varios siglos es la primera sensación al llegar a Afganistán, un país en guerra desde siempre, y ahora bajo intensos bombardeos anglonorteamericanos, que tienen como meta eliminar a los fundamentalistas talibanes, y a su protegido, el multimillonario saudí Osama bin Laden.
En Khoja Bohawdin, un poblado de 20.000 almas donde la miseria y el odio hacia los talibanes son el denominador común, todo es asombroso. Las calles de tierra, los caseríos de barro, los burros llevando tanques de agua, los chicos descalzos que piden limosna, los camellos llevando paja, los muyajedines armados hasta los dientes, y los viejos helicópteros de la Alianza del Norte que revolotean en el aire, yendo y viniendo de la línea del frente, a apenas unos 15 kilómetros al sur.
En un paisaje totalmente desértico, donde el polvo lo cubre todo, más asombroso todavía es ver a las mujeres escondidas debajo de la burka: la túnica con capucha que deja ver a través de una rejilla de algodón a la altura de los ojos y que ha cobrado súbita notoriedad.
"Los extranjeros creen que sólo los talibanes imponen la burka, pero no es así. Aquí las mujeres después de los 14 también visten burka por motivos religiosos y culturales", explica Halim, el intérprete. |