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Después del contraatque
La batalla por sobrevivir
El Mercurio
Domingo 14 de octubre de 2001

Detrás de la imagen de cierta normalidad, los neoyorkinos tiene temor. Estén de acuerdo o en contra de las represalias lanzadas a Afganistán, lo que no se explican es que las autoridades llamen a la calma, mientras a la vez reconocen que habrá nuevos atentados.


NACIONALISMO.-En Nueva York hoy surge un nacionalismo muy a su estilo, como se ve en vitrinas de la Quinta Avenida.
Blanca Arthur, desde Nueva York.

La mañana del domingo podía ser la de un fin de semana cualquiera en el Central Park. Paseando con sus perros unos. Trotando con sus walkman, otros. O bien sentados en los bancos o en el pasto, comiendo onzas de ensaladas en bandejas de plumavit... En un día de sol, esa verdadera fauna de personajes que habita en esta ciudad, parecía aprovechar los últimos momentos cálidos de este singular otoño en Nueva York.

Cuesta al comienzo percibir el inmenso duelo que se vive en Manhattan desde que más de seis mil personas quedaran enterradas en los escombros alrededor de las Torres Gemelas. Las primeras evidencias son el nacimiento de un desconocido nacionalismo. Miles, cientos de miles de banderas norteamericanas cuelgan de los edificios, mientras los vendedores callejeros ofrecen todo tipo de objetos con el símbolo de esta nación : "God Bless America".

La impresión inicial, en todo caso, es que no se está en una ciudada devastada. Lo que sí rompe con la aparente normalidad es la ausencia de esas montoneras de japoneses mirando para arriba, filmando cuánto se les presenta ante sus ojos. O turistas del resto del mundo que aprovechan esta época, paseando en calesitas adornadas con flores, o admirando los principales lugares de atracción desde esos buses rojos descubiertos que realizan el característico city tour.

Eso era esperable. No así el ir y venir de miles de personas por las calles neoyorquinas, casi, como si nada hubiera pasado. Pero poco a poco se va percibiendo que la ciudad está distinta. Y sus habitantes también. Más amables, quizás, en una lucha contra el miedo y la incertidumbre que les permita retomar la anormal normalidad.

Una actitud expectante denotaban en losdías previos al domingo. Todos sabían que, más tarde o más temprano, algo tenía que suceder. Con una encogida de hombros respondían acerca de qué creían o esperaban que ocurriera.

Claro que una cosa es saberlo, pero otra distinta es estar preparados para ese preciso momento. Ese domingo de sol, el gran panorama de muchos era instalarse para presenciar el gran duelo entre los gigantes de Nueva York y los pieles rojas de Washington. Pero no fue el partido de fútbol americano lo que vieron esa tarde en la TV. Las transmisiones en directo informaban... que la guerra había comenzado.

El inicio de los bombardeos a Afganistán revivió con fuerza en los neoyorquinos ese temor que trataban de esconder o superar.

Difícil que fuera distinto. El shock de los habitantes de esta ciudad fue demasiado fuerte.

Enfrentando la inseguridad

Sorprendente fue la reacción de los ciudadanos ese lunes, cuando caminaban leyendo o se detenían ante los vendedores de diarios donde destacaba el titular del New York Post: "TALI-BAM!"

¿Compartían el contraataque? Muchos decididamente sí, sin más argumento que "¿y qué otra cosa se podía hacer si aquí murieron más de seis mil personas?".

Otros, en cambio, rechazaron de plano la lógica de esta guerra. Un comentario generalizado, especialmente entre inmigrantes latinos, fue que "igual que acá, van a pagar los inocentes...¿o usted cree que van a encontrar a bin Laden? ¡Por favor!".

No faltaron tampoco aquellos que se introducían en un sesudos análisis acerca de porqué se estaba viviendo este problema. "La gente no entiende el conflicto. ¡Si bin Laden es un producto norteamericano que se les volvió en contra, porque este país quiere el control de Asia Central!", confidenciaba con molestia un abogado jubilado, mientras leía atentamente las noticias del "New York Times".

Entre aplausos y críticas a la actitud del gobierno de Bush Jr., todos coincidían, eso sí, en que la consecuencia más probable era que se produjeran nuevas acciones terroristas en contra de este país.

Y quizás un fenómeno que comenzó a hacerse cada vez más palpable fue la incomprensión con la actitud de las autoridades para enfrentar esa realidad.

Con estupor algunos comentaban cómo después de la amenazante aparición de Bin Laden diciendo que nunca más habría paz en EE.UU., el fiscal John Ashcroft solicitara a los ciudadanos mantenerse "muy despiertos ante todo lo que los rodea", tras informar que se estaban buscando a 229 personas por su posible vinculación con los atentados del 11 de septiembre.

"¿Creerá que los vamos a capturar nosotros?", reflexionaba con la más estricta lógica una mujer en un café.

Ese cuasi acto terrorista de Ashcroft - como lo definió un periodista- se agravaba con la desconfianza que dejaron en la población los servicios de inteligencia y policiales. Tanto, que como una forma de contrarrestar ese miedo, el presidente Bush decidió presentar al nuevo "Zar" contra el terrorismo, Tom Ridge - un veterano de Vietnam- , diciendo que parte de su inmensa tarea, era tomar todas las precauciones para que la gente se sienta segura.

Era cierto. Pero las medidas parecieron profundizar la sicosis de guerra.

El lunes temprano, la Quinta Avenida parecía el centro de una ciudad sitiada. Cientos de policías y guardias nacionales - con su uniformes camuflados y sus M16- estaban apostados custodiando las rejas de protección.

La explicación resulta paradójica. Como una manera de continuar sus esfuerzos para que este combate no altere - o lo haga al mínimo- la vida coitidiana de los habitantes de esta ciudad, el alcalde neoyorquino, Rudolph Giuliani, decidió no suspender la celebración del "Columbus Day" o Día de la Raza que debía realizarse el lunes con el tradicional desfile de los hispanos por esa elegante arteria. Chocante era ver unos carruajes floridos, en medio del más increíble dispositivo de seguridad.

Y es que el lunes, Nueva York estaba en "condición omega", el máximo estado de alerta que nunca haya tenido una ciudad norteamericana, lo que extremó el control en los más diversos puntos de la ciudad, especialmente en túneles y puentes que hicieron insoportable el tráfico vehicular.

Llegar a las Naciones Unidas, por ejemplo, se ha transformado en una odisea. Considerado uno de los edificios vulnerables, tiene el tránsito cerrado en todos sus alrededores con camiones que hacen de barreras. El martes en la mañana, ni siquiera podían ingresar los funcionarios o personas acreditadas. Un robusto policía de color explicaba que se estaba haciendo un ejercicio de evacuación. "Aquí no nos queda más que vivir el día a día" comentaban, pacientes en la cola, personeros de distintas naciones que, en estos días, preferirían otro destino.

Sicosis del bioterror

En medio de una curiosa sensación de libertad vigilada, camina la gente estos días por las calles neoyorquinas. Con su temor oculto o no tanto... como quienes llegan hasta los sitios que venden material de seguridad.

Un maniquí con máscara antigás y con un cartel de Manhattan con las torres humeando adorna patéticamente la vitrina de Qward Internacional en la Tercera Avenida, donde en estos últimos días se han vendido un promedio de mil máscaras diarias. En el inventario se ofrece como el más seguro para enfrentar ataques nucleares, biológicos o químicos, el modelo israelí, pero su precio de 250 dólares no está al alcance de la inmensa mayoría de los ciudadanos atemorizados. Menos cuando tendrían que adquirirlas para toda la familia y, además, sin que les asegure que los protegerá, porque para ello... tendrían que tenerla puesta todo el día.

El temor a los ataques bacteriológicos es quizás lo que más sicosis ha producido, luego de que se detectaran los casos de ántrax en Florida, el que se acrecentó el viernes tras descubrirse uno aquí en Nueva York. La demanda de máscaras para resguardarse de esta enfermedad - que es mortal cuando se adquiere por inhalación- parece histeria.

Distinto es lo que sucede con la solicitud de vacunas ciprón, que sí son efectivas. La locura por obtenerlas se ha topado, sin embargo, con el hecho de que sólo la produce un laboratorio ubicado en Michigan. Pero lo insólito es que éste tendría problemas con la FDA, que no ha aprobado su producción desde hace dos años, no por su ineficacia, sino por no pasar controles de documentación y almacenaje.

Informaciones como ésta han generado en Nueva York un sinúmero de preguntas sin respuesta acerca de cómo enfrentar la amenaza de un ataque bacteriológico, acrecentadas después de que se conoció un caso en esta misma ciudad. Reflexionado sobre el tema, un ingeniero químico cuestiona que el organismo gubernamental encargado de la salud pública, el CDC (Centro para la prevención de las Enfermedades), en lugar de dar a conocer soluciones, hasta ahora ha elaborado una lista con las 15 diferentes enfermedades que podrían utilizarse en un ataque bioterrorista.

Es un indicio más de la queja general de los ciudadanos. No entienden que insistan en llamarlos a hacer una vida normal - como reiteró el jueves Bush- , mientras paralelamente reconoce la veracidad de los datos del FBI de que podría haber nuevos atentados.

"¿Para qué lo hace, si no puede garantizar lo que sucederá? Me parece que lo uno, no se condice con lo otro", comenta uno de esos hombres que no tiene alternativa a hacer su vida normal, como es manejar su taxi.

Claro que este nuevo escenario ha hecho que muchos neoyorquinos quieran emigrar, como comentó una profesional que trabaja en la Casa Christhie. Previendo un oscuro futuro, no descarta partir con su marido a Nueva Zelandia, situación que se repite entre muchos de los hombres más adinerados de Manhatthan. Otros que piensan similar, lo plantean con un realismo humorístico, como un dominicano que asegura "para esto, prefiero volver a comer plátanos a mi país".

Tratando de sobrevivir

Es curioso. Pero aunque más del 80% de la población crea que habrá nuevos atentados terroristas, las reacciones son diferentes. E incluso contrapuestas.

Son las maneras de enfrentar sicológicamente una situación que los supera con creces. Porque si bien es cierto que para parte de los ciudadanos la única obsesión es conseguir una vacuna contra el ántrax, para otra, quizás mayor, es sobreponerse a la tragedia retomando la normalidad.

No extraña, por eso, que Bradway esté igualmente iluminada en la noche. Ni que sus teatros estén repletos, pero con la diferencia de que en el mismo día se consigue un boleto que antes debía reservarse con meses o pagarlo en el mercado negro. Son los propios habitantes de esta ciudad los que buscan distracción. Los mismos que también llenan los restoranes y cafés.

Esa actitud, aunque parezca raro, es la que han asumido muchas personas que trabajaban en las torres o en los edificios aledaños que quedaron inutilizados, en lo que hoy se conoce como la "zona cero". Quizás por el mayor impacto que sufrieron, están tratando de rearmar sus oficinas en las afueras de Manhattan. No solamente porque requieren sobrevivir, sino también lo toman como un desafío para no darse por vencidos. Lo piensa así, por ejemplo, el abogado Roger Thomas, socio de una firma en que murieron más de 80 personas en los 10 pisos que ocupaban frente a las torres, "porque los demás ¿qué hacen?".

Distinto es el caso de quienes vivían en los alrededores. Muchos de los departamentos están puestos en arriendo. "No creen que volverá a ocurrir" - cuenta la hermana de una mujer que vive ese caso- "pero el horror fue tan grande que quieren arrancar".

Y es comprensible. Más todavía cuando se puede ver el lugar directamente. Porque la TV no transmite ese olor a cadáver y fierro quemado que todavía exhalan los escombros. Tampoco se percibe el polvo que hay en las vitrinas de tiendas cerradas. O los autos abandonados en medio de la tierra, en estacionamientos en altura... de quienes quizás nunca los van a reclamar.

El jueves se cumplió un mes de la caída del World Trade Center. De la muerte de más de seis mil personas en ese sector que sigue humeando.

¿Habrá otros ataques como éste? ¿Dónde? ¿Cuándo?

Son las preguntas sin respuesta con que los neoyorquinos luchan por sobrevivir, luego de que las autoridades decidieran bombardear el lejano Afganistán....

Mientras, preparan la fiesta del Halloween.

¿Y qué dicen los musulmanes?

El taxi se detuvo. Pero su conductor apenas escuchó el destino, continuó su conversación en árabe por celular. Una barba y una vestimenta semejante a las de aquellos otros protagonistas de esta guerra lo delataba. Era pakistaní.
No es el único árabe que se puede encontrar en Nueva York. Son cientos, miles, los inmigrantes de esos países que han llegado a esta ciudad en busca de mejores destinos.

En estos días no ocultan su preocupación y sorprende que todos coincidan en su apreciación sobre lo que está ocurriendo. El pakistaní se manifestó claramente contrario a la alianza de su país con los norteamericanos por las consecuencias que preveía para los pueblos de Asia Central.

Tanto este hombre, como un marroquí y posteriomente un egipcio, lo primero que hacen es dudar acerca de las pruebas contra Bin Laden. Islámicos los tres, no lo creen capaz de traicionar a Alá.

Más locuaz resultó el egipcio, quien cuenta que días atrás le gritaron "terrorista" en español, pero dice no temer. Luego de insistir en su inmensa fe en Dios, profundiza un poco más en el tema de esta guerra. Para él, lo primero que hay que preguntarse es por qué el mundo odia tanto a los norteamericanos...

Mientras termina de limpiar la mesa de un pequeño restorán, este hombre de origen modesto, deja planteada, aquí en pleno Nueva York, la teoría de la guerra de las civilizaciones.

 

 

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