Decisiones
en la Casa Blanca
Bush:
el líder que no era
El
Mercurio
Domingo
23 de Septiembre de 2001
La
sensación inicial de que no sería capaz de asumir
como un líder acorde con las circunstancias cambió
con el transcurso de los días, cuando emergió
la figura de un presidente firme y decidido para iniciar el
más difícil de los combates.
Con su asesora.- La consejera
de seguridad nacional, Condoleezza Rice, es la persona
con quien Bush toma sus deciciones claves. |
Uno de los principales temores que generó el brutal atentado
contra EE.UU. fue si su presidente, George W. Bush, tendría
la capacidad de liderazgo necesaria para enfrentar una situación
de magnitudes tan impredecibles como la que provocó el devastador
ataque terrorista.
Una duda basada en la imagen de un hombre intelectualmente
pobre, que había llegado a la Casa Blanca sin mucho más mérito
que ser el primogénito de quien ocupara similar cargo entre
los años 89 y 93 y con la sola experiencia de una exitosa
gestión como gobernador de Texas.
La sensación de desconcierto y desamparo que vivió esa nación
y el mundo durante aquel martes 11 de septiembre, pareció
incrementar la inquietud. Esas 10 horas que transcurrieron
desde que comenzaron a arder las Torres Gemelas y el Pentágono,
hasta que Bush aterrizara en la Casa Blanca, sólo alimentaron
la incertidumbre.
En poco y nada alentaron sus escuetas palabras en Florida
junto a un grupo de estudiantes, donde se mostró entre temeroso
e incrédulo y no entusiasmó, tampoco, el breve mensaje a la
nación que emitió esa noche con un tono vacilante. Tras prometer
encontrar a los responsables y llevarlos a la justicia, sólo
lanzó una velada amenaza de que no se haría ninguna distinción
entre aquellos terroristas que cometieron los actos y aquellos
que los encubren.
Ni su actitud ni sus dichos respondieron a las expectativas
de un pueblo desolado. El juicio de los norteamericanos, como
el del mundo entero, coincidió en que el presidente no había
estado a la altura que exigían las circunstancias.
Pero con el transcurrir de las horas y losdías, esa percepción
comenzó a evolucionar. El nítido cambio que tuvo su conducta
al acudir a los lugares de los desastres, como el endurecimiento
de su discurso, generaron los primeros síntomas de confianza.
Prueba de ello fue que, en los sondeos realizados por los
principales diarios y cadenas de TV, aproximadamente un 80%
de los norteamericanos apoyó al presidente en las más difíciles
horas que vivía la gran potencia mundial.
¿Será sólo el reflejo del sentimiento de mayor protección
que tuvieron esos ciudadanos que no salen de su asombro? ¿O
efectivamente Bush comenzaba a demostrar que tenía dotes para
asumir el liderazgo que exige un ataque de las características
del que sufrió EE.UU.?Tales fueron las críticas frente a la
actitud inicial de Bush, que sirvieron para que se analizara
la situación con la perspectiva del malestar y desánimo que
produjo el hecho de que el martes apareciera con tan poca
fuerza, e incluso dando la idea de que estaba escondido para
resguardar su propia seguridad.
Confusión inicial
Versiones de quienes lo acompañaban, indican que él quería
regresar de inmediato a Washington, pero era tal la confusión,
que no tuvo más alternativa que dejarse llevar por lo que
le sugirieron sus principales asesores. Desde el C.O.E.P.
(Centro de Operaciones de Emergencia Presidencial) de la Casa
Blanca - un bunker ubicado en el subterráneo hecho para resistir
los ataques nucleares- el vicepresidente, Dick Cheney, junto
a la mujer que maneja el Consejo de Seguridad, Condoleezza
Rice - considerada la persona más cercana al presidente y
con quien toma sus decisiones claves- manejaron la situación.
Contactados con Bush durante todo el día, ellos asumieron
la responsabilidad de que se trasladara a Luisiana, primero,
y luego a Nebraska, basados en informes - que tras el choque
al Pentágono podían ser creíbles- de que había seis vuelos
perdidos que podían ser potenciales misiles, aparte de que
el Air Force en que él viajaba, figuraba entre los blancos
de los terroristas.
Pero tantas fueron las dudas acerca de la certeza de esas
amenazas, que la Casa Blanca se vio obligada a emitir un comunicado
diciendo que tenían informes de inteligencia que las confirmaban.
Claro que esas interrogantes - que hasta ahora subsisten-
poco o nada importan a estas alturas, salvo para confirmar
cuán poco preparadas estaban las autoridades norteamericanas
para recibir un ataque como el que sufrieron.
La estrategia presidencial
Qué hacer y cómo fue la pregunta que intentó responder Bush
esa misma noche en la Casa Blanca, donde se unieron al vicepresidente
Cheney y Condoleezza Rice los demás asesores presidenciales
relacionados: los secretarios de Estado y de Defensa, Collin
Powell y Donal Rumselfd, respectivamente, además de su jefe
de gabinete, Andrew Card.
Lo primero que decidieron fue endurecer el discurso y comenzar
a hablar derechamente de "guerra" contra el terrorismo. Con
un lenguaje crecientemente belicista, el presidente daba los
primeros indicios de la estrategia que se pensó esa noche
y en los días sucesivos, pero que - dadas sus complejidades-
se continuó afinando el fin de semana en la residencia de
descanso de Camp David.
No era fácil, ni tampoco breve, determinar la forma de hacer
frente a un enemigo tan difuso como el terrorismo. Un primer
paso se intentó dar en la ceremonia en la Catedral de Washington
el viernes 14, donde el interés fue mostrar la unidad del
pueblo norteamericano, más allá de sus divergencias políticas
o religiosas. Por eso, ante la presencia de todos los ex presidentes
- incluido su antecesor demócrata, Bill Clinton, además de
su padre- y de representantes de los diversos credos, Bush
centró sus sentidas palabras en la hermandad que se requería
frente al dolor, como ante la inquebrantable resolución para
derrotar al enemigo.
Era la férrea unidad de EE.UU. - verificada también con el
apoyo unánime del Congreso para usar fondos de emergencia-
el primer requisito para planificar los próximos pasos a seguir,
cualesquiera fueran éstos.
Las sucesivas alusiones presidenciales, cada vez más duras,
en contra del principal sospechoso del atentado, el saudí
Osama bin Laden ("lo queremos vivo o muerto"), como hacia
quienes lo protegían, no podían descartar los preparativos
para un escenario de guerra inminente.
Contribuía a ello la reconocida posición dura de los asesores
de Bush en temas de defensa y de política exterior. Con la
excepción de Powell - que es más moderado, pero que ha ido
perdiendo casi toda su influencia en el mandatario- el resto,
comenzando por el Vicepresidente Cheney, podrían incitarlo
a tomar una actitud bélica, que podía acoger sin mayores reflexiones,
puesto que son las materias que menos conoce y maneja, las
cuales ha confiado a su equipo.
La tentación, especialmente de los "halcones" - o más duros-
de lanzarse con todo a la caza de Bin Laden, podía ser grande.
Pero de acuerdo a los comentarios de los analistas norteamericanos,
un hecho que no se podía ignorar, es que los asesores de Bush,
por muy combativos que fueran, destacan por su capacidad y
vasta experiencia en los temas que manejan.
Es por eso que - quizás contrariando el impulso de alguno-
la estrategia adoptada el fin de semana por Bush con su "círculo
de guerra" distó de la que tuvo Bill Clinton después de los
atentados a las embajadas en Africa el 98, cuando atacó territorios
afganos, sin conseguir nada.
¿Emerge el líder?
Para los observadores de la política estadounidense, sorprendiendo
a los temerosos de su capacidad de liderazgo, el presidente
dio muestras de que había comprendido las complejidades del
escenario internacional, incluido el papel que le corresponde
desempeñar a EE.UU. dentro de él.
Por lo que se comenta, fue el propio Bush, con los consejos
al oído de Condoleezza Rice, quien fijó las pautas de la estrategia
a seguir. No se descarta que, probablemente, haya buscado
también asesoría en su padre, quien libró exitosamente la
Guerra del Golfo en 1991, luego de que antes de decidir el
ataque, buscó el apoyo de sus aliados.
Considerando la gran diferencia de que ahora no se está frente
a un enemigo preciso, sino ante una guerra no convencional,
con mayor razón Bush jr. se planteó como objetivo prioritario
generar el consenso de que el mundo debe pelear en conjunto
contra este enemigo invisible. Es lo que Collin Powell graficó
anunciando la creación de una "coalición internacional contra
el terrorismo."
Mirado con la perspectiva de los estrategas, Bush ha sido,
hasta ahora, más asertivo de lo esperado en la forma en que
ha ido manejando la situación. Porque creado ese consenso
de enfrentar al enemigo, inició la búsqueda de una solidaridad
similar a la que recibió de inmediato de la OTAN, en otros
países más complejos, pero básicos para el momento de la confrontación,
como Rusia, Japón, China o Pakistán, o de organismos como
la OEA.
Lo que espera de ellos - se asegura- es un compromiso de apoyo
para las horas decisivas, sin que implique necesariamente
la participación de fuerzas militares extranjeras. Para ese
combate, basta con las que tiene EE.UU., pero lo que queda
pendiente en este diseño de guerra contra el terrorismo, es
la coordinación de la inteligencia con aquellas naciones claves
que la pueden proveer, como Rusia o China.
En las acciones concretas, como el despliegue de fuerzas hacia
el Medio Oriente, o en los contactos con el resto de las naciones,
el presidente ha delegado la responsabilidad en los respectivos
encargados de cada área. Pero lo que ha sorprendido en su
país y en el mundo es cómo ese ignorante gobernador texano
se ha puesto al frente de la principal batalla que tal vez
debe librar EE.UU. en su historia.
Falta mucho todavía para evaluar su liderazgo, puesto que
la guerra ni siquiera comienza. No obstante, en el discurso
que pronunció en el Capitolio el jueves en la noche, mostró
una prestancia en la forma y una fuerza en el fondo que distan
de la imagen de ese hombre desconcertado del primer día.
La claridad con que explicó la guerra que viene, como lo resuelto
que se le vio para poner a su nación a liderarla, permiten
al menos afirmar que el jueves emergió otro Bush.
El "círculo de guerra"
Conociendo
su propia inexperiencia en el manejo de temas tan claves para
EE.UU. como la defensa o la política exterior, el presidente
George W.Bush no temió en rodearse de un equipo fuerte para
que lo asesorara. Este es el círculo que lo ha rodeado en
estos días, al que podrían agregarse algunos otros personeros,
como la asesora personal, Karen Huges, o su jefe de gabinete,
Andrew Card, a quiénes escucha pero no participan, como el
resto, a la hora de tomar las decisiones.
El segundo hombre de la administración Bush (59 años), senador
durante la campaña en que formó dupla con el presidente, fue
el Secretario de Defensa del período en que gobernó su padre
entre el 89 y el 93. Como jefe del Pentágono, jugó un papel
clave en el éxito de la Guerra del Golfo. Experto en su tema,
este "halcón" (duro) - a diferencia de muchos de sus antecesores-
ha tenido una participación destacada en el gobierno. Aunque
es uno de los hombres de mayor confianza de Bush, dicen que
en el último tiempo éste lo ha ido marginando.
De
gran popularidad, que ganó como Jefe de Estado Mayor Conjunto
en la Guerra del Golfo, este hombre de color (63 años) fue
el primer nombramiento que realizó Bush. Consejero de los
últimos tres presidentes republicanos, contrariamente a la
imagen que proyecta por su pasado militar, es el más moderado
del equipo. Como probado estratega, podría pensarse que es
el hombre más cercano al presidente en momentos de conflicto
como el actual, pero en Washington se afirma con certeza que
cada vez ha ido perdiendo más poder, en parte por mostrarse
dubatativo en temas claves para Bush - como el proyecto antimisiles-
pero además porque no tiene la cercanía o confianza del resto.
Consciente de no estar ejerciendo el liderazgo propio de un
Secretario de Estado, él públicamente le resta importancia,
aunque se ha dicho que está contrariado. Continúa, en todo
caso, ejerciendo formalmente sus funciones y, en estos días,
le ha correspondido contactarse con los aliados de EE.UU.
- en especial con aquellos que lo apoyaron en la guerra del
Golfo- para conseguir su compromiso en la batalla que se inicia
contra el terrorismo.
Es
hoy por hoy, la persona considerada más cercana al mandatario
norteamericano. Esta mujer de color, que a los 46 años dirige
el poderoso Consejo de Seguridad de la Casa Blanca - del que
formó parte en tiempos de Bush padre- , ha logrado un ascendiente
que excede el de sus funciones. Como reconocida sovietóloga,
el presidente la ha enviado a hablar con el Presidente ruso,
Vladimir Putin, para persuadirlo del programa antimisiles
- del que es gran defensora- en una misión que le habría correspondido
a Powell. Quien fuera rectora de la Universidad de Stanford
en los últimos años, se convirtió en la persona que más entra
y sale al día de la oficina oval en la Casa Blanca, acumulando
tal poder que no se vacila en afirmar que no sólo es la encargada
de la política exterior de Bush, sino la que toma junto a
él las decisiones más importantes.
Está
entre los más duros, pero también más experimentados de los
integrantes del círculo de seguridad de Bush. El Jefe del
Pentágono, un hombre de 68 años, fue embajador en la OTAN
y, como el resto, trabajó para las otras administraciones
republicanas. Conocedor del Medio Oriente - donde estuvo dos
años como enviado especial de Ronald Reagan- este "halcón"
de la administración no titubeó en poner en marcha el plan
de emergencia apenas ocurrido el atentado, cuando además declaró
que EE.UU. estaba listo para reaccionar. Cercano al vicepresidente
Dick Cheney, cuenta - como éste- con toda la confianza presidencial,
además de ejercer influencia en los temas de su área. El fue
el que postuló la idea de que, de inmediato, Bush debía amenazar
no sólo a los responsables de los actos terroristas, sino
a los países que los protegen. |