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Cambian cadáveres por prisioneros
El Mercurio
Viernes 23 de noviembre de 2001

La opositora Alianza del Norte pactó un acuerdo con los combatientes talibanes, en un hecho inédito dentro de la guerra afgana.

Ian Cobain, The Times

CHOGHA.- Había entre 50 y 60 cuerpos esparcidos en una tierra de nadie y el verlos había estado angustiando a los camaradas de los combatientes caídos de la Alianza del Norte durante días.

Algunos de los muertos estaban tendidos en campos de arroz, mientras que otros estaban torcidos, una mitad adentro, una mitad afuera de las acequias de irrigación completamente secas.

El único intento por recuperar algunos cadáveres, que se llevó a cabo el lunes pasado, terminó en una andanada de fuego de ametralladora talibán en los campos en las afueras de la aldea de Chogha.

Gran parte del tiempo, las tropas de la Alianza simplemente rezaban para que el viento cambiara de dirección y enviara el hedor insoportable de vuelta a sus enemigos.

La tarde del miércoles, el comandante local de la Alianza, Abdul Malik, se paró, anunció que no podía soportar más el espectáculo y el olor y ordenó a su operador de radio que llamara a su oponente en la colina al otro lado del valle.

"Zayed", gritó el operador de radio por microteléfono. Segundos después la radio respondió y Zayed, el jefe talibán, estaba en la línea.

Tasa de cambio variable

Zayed fue directo al punto. "Ustedes quieren a sus soldados muertos, yo a los míos vivos", dijo. Temprano ese día la Alianza había tomado a una docena de prisioneros talibanes durante una cruenta lucha en las calles de la aldea vecina de Hamir Habad, y Zayed pudo ver su oportunidad de recuperarlos.

El regateo duró más de 30 minutos y finalmente los dos hombres acordaron un tipo de cambio: tres cadáveres por cada prisionero vivo.

"No es una tasa fija, cambia todo el tiempo, como el valor del lak afgano contra el dólar norteamericano", explicó Abdul.

Sin embargo, había un obstáculo. Los talibanes ya habían sido bombardeados tres veces por los B-52 estadounidenses y atacados por un par de F/A 18 Hornets, y cada ciertos minutos uno de los tanques T55 en una colina cercana disparaba otro proyectil en su dirección.

Zayed quería una suspensión del bombardeo antes de permitir que alguno de sus hombres saliera de sus trincheras para tomar parte en la entrega. "Los muertos están muertos", señaló por la radio, "y no veo ninguna razón para que los vivos se les unan".

Rápidamente los tanques dejaron de disparar y el fuego de las armas pequeñas que había resonado en el valle todo el día se acabó, pero Abdul manifestó a su contraparte talibán que no tenía el control sobre los aviones norteamericanos.

Luego Zayed gritó de vuelta: "Podemos verlos y podemos ver al extranjero que está con ustedes. Díganle que debe contactarse con el comandante de los bombarderos y poner fin a los ataques".

Abdul explicó que el extranjero que Zayed estaba viendo con anteojos de larga vista era un periodista de Londres, sin ninguna influencia sobre los aviones estadounidenses, y al parecer el trato había fracasado.

Unos minutos más tarde, Zayed manifestó a la Alianza que podrían tener 12 cuerpos a cambio de cuatro prisioneros y les pidió que enviaran algunos ancianos para que recogieran los cuerpos. Cinco ancianos empezaron a caminar en una hilera por un camino angosto que se extiende a través de una tierra de nadie hasta el punto donde un transporte de personal blindado incendiado, que brilla tenuemente con el sol de mediodía, marca el inicio del territorio talibán.

Cuando éstos no pudieron cumplir con la tarea debido al peso, la Alianza envió un antiguo camión azul ruso con cuatro prisioneros apiñados, con los codos atados detrás de la espalda.

Un poco más tarde el camión regresó hacia las líneas de la Alianza, y Abdul se permitió una leve sonrisa. "Funcionó", manifestó. El camión se detuvo y Abdul abrió la parte posterior. En su interior había nueve cuerpos.

 

 

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