Conflicto
divide a la Unión Europea
El
Mercurio
Jueves
8 de noviembre de 2001
Los países más
chicos resienten el liderazgo de Gran Bretaña.
Beatriz
Silva, corresponsal.
LONDRES.-
La Unión Europea (UE) no está hablando con una sola voz en
esta guerra. En ello coinciden el actual Presidente de turno
de la UE, el Primer Ministro belga Guy Verhofstadt, y los
países pequeños de la Unión, que amenazaron el martes con
hacer público un comunicado para quejarse de la exclusión
de la que están siendo objeto por parte de los grandes.
La gota que rebasó la paciencia de estos países fue la minicumbre que convocó el domingo en la noche el Primer Ministro británico, Tony Blair, en Londres.
A la reunión - que sirvió para acordar los medios militares que aportará la UE a la guerra en Afganistán- estaban invitados sólo el Canciller de Alemania, Gerhard Schröder; el Presidente de Francia, Jacques Chirac; y su Primer Ministro, Lionel Jospin.
A último momento, Tony Blair decidió sumar al Primer Ministro de Bélgica y a los líderes de Italia y España, pero quedaron fuera Dinamarca, Portugal, Grecia, Irlanda y el resto de los Quince.
La cita, calificada por la prensa británica de "gabinete de guerra", sentó mal a los países excluidos, que consideran que el Reino Unido está capitaneando la política exterior europea sin consultarlos. Sobre todo porque en la reunión del domingo se habló del "mensaje europeo" que iba a transmitir Blair al Presidente norteamericano, George W. Bush, en su reunión de anoche en Washington.
Blair viajó ayer a Estados Unidos en un Concorde de la British Airways, que junto a uno de la Air France, reanudó los vuelos comerciales de estas aeronaves tras el accidente de una el año pasado en París.
Bush, en el marco de consolidar con Europa su alianza internacional contra el terrorismo, se entrevistó también el martes con Chirac.
"Parece que los pequeños no cuentan para algunas cosas", dijo un molesto portavoz del Gobierno danés el martes, mientras el Primer Ministro de Portugal, Antonio Guterres, aseguraba que "iniciativas como ésta no contribuyen a la cohesión ni a la unidad europea".
Las quejas de los excluidos han venido a poner el dedo en la llaga sobre las graves divisiones que existen al interior de la Unión Europea en temas de defensa y política exterior, y que las estrategias en torno a cómo participar en la guerra está dejando al descubierto.
El peso de Londres
Si hasta hace unos meses el debate sobre la puesta en marcha de la política exterior común de la UE estaba centrado en el excesivo peso de Alemania y Francia, esta guerra ha demostrado que es en Londres donde se toman las decisiones.
El mismo día en que se producían los atentados en EE.UU., el Reino Unido ofrecía su apoyo militar incondicional a Washington y dos días después enviaba tropas a Omán a la espera de entrar en combate.
"Todo sin consultar antes a sus socios europeos, con los que teóricamente está construyendo un sistema de defensa y seguridad común que comenzará a operar en 2003", dice el comentarista político Jonathan Norman.
Según Norman, si bien es cierto que el resto de los países de la UE se han mostrado solidarios con Estados Unidos, su entusiasmo por entrar en la guerra es mucho menor que el del Primer Ministro, Tony Blair, quien está haciendo todo lo posible por "tirar del carro".
"Un día viaja a Oriente Medio para intentar convencer a los líderes árabes que se sumen a la ofensiva, al siguiente se entrevista con el Presidente norteamericano, George W. Bush, y luego convoca cumbres con los líderes europeos más importantes para que ofrezcan tropas", dice.
Norman y otros analistas creen que en su empeño, Blair se ha olvidado de los países con menor peso al interior de la Unión, que ahora dudan de que sea posible construir una política de Defensa y Seguridad común sin ser pisoteados.
Sobre todo si se toma en cuenta que al interior de las fronteras de Europa existe de todo menos unanimidad en torno a la guerra.
El 47% de la población francesa duda sobre la eficacia del ataque contra Afganistán y en Alemania la cifra se sitúa también bajo el 50%. En España casi el 70% de la población está en contra y en el Reino Unido, el país más entusiasta, sólo el 60% la apoya. |